Una forma de lucha “simbólica” en medio
de la pandemia Covid-19
Popayán, 4 de junio
de 2020
Un grupo de personas de los
barrios periféricos del norte de Popayán se organizaron para construir con sus
manos unos Huertos Urbanos y Comunitarios en predios o lotes públicos del
municipio o departamento como una forma de llamar la atención del Estado y de
la sociedad, y conseguir –en primera instancia– alimentos de emergencia
(“mercados”) para atender la crisis humanitaria que se está viviendo en
Colombia y en el mundo entero.
No fue fruto de un trabajo
organizativo anterior ni mucho menos. Contaron con el apoyo de unos jóvenes
profesionales del sector agropecuario pero en realidad fue una decisión
obligada por la necesidad de obtener alimento para sus hijos en medio de la
dramática situación de hambruna e incertidumbre. No obstante, poca a poco se
fue convirtiendo en una nueva forma de protesta. Claro, los acumulados de vida de
las personas que se juntaron han ido adquiriendo una nueva fisonomía a medida que
el proceso avanza y se fortalece.
Además, en el camino de unirse
para cultivar la tierra se están dando cuenta que habían vivido muy desunidos
en sus barrios y veredas. Antes, cada uno por separado solo podía esperar a que
el gobierno, un politiquero o un milagro de Dios los librara de aguantar hambre
con sus hijos. Ello porque la gran mayoría son trabajadores informales
(moto-taxistas, vendedores ambulantes, empleadas domésticas, obreros de
construcción, etc.) y en medio de la cuarentena no podían salir a la calle a
“rebuscarse el diario”. Estaban a la merced de la voluntad de otros.
Después de varios días de
labranza decidieron organizar la Olla Comunitaria. Fue algo casi inmediato
porque necesitaban alimentarse colectivamente. Y de pronto, fueron apareciendo
adultos mayores del sector que no tenían donde comer y arrimaban a saciar el
hambre con la ayuda de los agricultores urbanos. Ellos los acogieron como si
fueran sus padres o abuelos, situación que es algo especial. ¡Que un grupo de
“pobres” se organice para compartir su alimento con otros más pobres que ellos
es algo realmente extraordinario!
Ese proceso de organizarse para
retar al coronavirus (con todo el riesgo que ello implica) y desafiar las
ordenes de confinamiento general (arriesgándose en un principio a ser
multados), lo pudieron hacer acogiéndose a las normas que otorgan excepciones a
quienes trabajan con alimentos (decreto 531/2020), pero significó –en la práctica–
un gesto de rebeldía e insubordinación. Así para ellos fuera algo natural para poder
resolver una necesidad.
Y así lo dice uno de sus
integrantes de nombre Armando Escobar: “No podemos dejarnos encerrar por la
pandemia”. Y afirma, que al juntarse para cultivar su propia comida en medio de
esta situación, actúan como una comunidad en acción y perciben “una fuerza
interna” que antes no habían sentido. No solo se convierten en referente de una
forma simbólica de protesta sino que inician un camino permanente de
construcción de autonomía y de un futuro que está en sus propias manos; en
manos de la comunidad que construyen.
Es así como en sus barrios y
veredas han empezado a sentirse las consecuencias de ese primer paso. Las
gentes están rompiendo con las pequeñas rencillas y peleas que antes los dividían
y se van unificando y entendiendo entre ellos. El gobierno se ha visto obligado
a llegarles con mercados, que han sido bien recibidos y los alientan a
fortalecer su determinación y autonomía. Además, ese resultado lleva a que otros
individuos se animen a sumarse a la tarea para lograr los beneficios inmediatos
y los que proyecten en adelante.
Ya se han organizado cuatro (4)
Ollas Comunitarias en ese sector de la ciudad. En La Paz, Lame, Canal La
Florida y Las Guacas. Y sendos lotes están en proceso de siembra y cultivo. Y
poco a poco estos grupos comunitarios que están integrados por personas y
familias provenientes de municipios caucanos o de otros departamentos, han
empezado a entender que el objetivo no puede ser obtener solo un “mercado” sino
que si mantienen y consolidan su organización y no se dispersan, pueden
construir su “propia economía”.
Además de la enorme diversidad de
procedencia se observa entre los integrantes de estas comunidades un sentido de
no dejarse diferenciar y sectorizar como lo hace el Estado. Las mujeres están
al frente pero no con sentido feminista. Las víctimas y desplazados por el
conflicto armado saben que además son desplazados por la pobreza y la necesidad
de vivir dignamente. Aunque todos se saben de origen indígena, negro o mestizo,
no es una diferencia que se marque sino
que se reconoce como una riqueza a explotar hacia el futuro.
Sin embargo, las diferencias son
de otro tipo: unos, los más veteranos que fueron desplazados del campo a edad
madura, quieren tierra para cultivar; otros, los más jóvenes ya han construido
mentalidad citadina y “jornalera”; y los intermedios, sobre todo las mujeres,
quieren construir algo “propio”, no se sienten campesinas pero tampoco quieren
tener “patrón”.
Pero sigamos. De alguna manera
ese tipo de protesta simbólica empieza a adquirir un gran valor en medio de la
pandemia. Como es un riesgo salir a las calles a protestar porque puede ser
causa de contagio del virus, se empiezan a diseñar nuevas formas de hacer
visible su determinación de lucha. La “fuerza interna” se convierte en su mayor
ventaja; sentirse haciendo algo por su propia voluntad los llena de confianza y
los hace fuertes frente al resto de la sociedad y ante el Estado. La fuerza
moral y la acción misma de “sembrar”, se convierte en potencia por explorar.
Es posible que muchas personas que
han estado colaborando con ideas, iniciativas o con aportes económicos, sientan
que este grupo de personas que han tomado como símbolo a la Agricultura Urbana para
actuar colectivamente en medio de la pandemia, estén iniciando una nueva forma
de lucha. Es una modalidad adecuada al momento; tiene la ventaja de que al
Estado y sus agentes no los pueden provocar o infiltrar y llevarlos al terreno
de la violencia para desacreditarlos y aislarlos. Seguramente si mandan agentes
a labrar la tierra, serán bienvenidos y bien alimentados.
Pero además, los gobiernos no
pueden impedir que la gente siembre su propia comida en terrenos públicos que
no tienen ninguna utilidad en medio de la cuarentena. No pueden acusarlos de
invasores porque ellos han planteado que es una ocupación provisional mientras
dure la pandemia y la crisis económica que está en ciernes. No puede el
gobierno decir que es un grupo que desconoce la institucionalidad porque ya se
preparan para presentar ante el Estado sus propios proyectos que piensan
manejar desde esa “fuerza interna” que está en construcción.
Es interesante también hacer ver
que el gobierno ha planteado una serie de políticas para “reactivar la economía”.
Esa situación puede ser favorable para estas comunidades que a partir de su
autonomía –por primera vez en su vida– pueden construir su “propia economía”;
una economía basada en relaciones sociales de tipo colaborativo y comunitario
sin negar la necesidad de que cada persona o familia asuma con responsabilidad
y disciplina las tareas y proyectos que entre todos definan.
Claro, tendrán que hacerlo con su propia visión, objetivos, dirección y metodología. Será el gran reto que deberán asumir si no quieren que la “reactivación” que propone el gobierno solo le sirva a los bancos y a las poderosas transnacionales, y esas comunidades terminen envueltos y entrampadas en las garras del gran capital. Se requiere mucha sapiencia práctica y capacidad política para lograrlo. ¡Hay que ayudarles!
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