ALGO NO CUADRA…
Popayán, 27 de
noviembre de 2015
Lo que sucede con el denominado
plebiscito que el gobierno impulsa como mecanismo para refrendar la terminación
del conflicto desnuda totalmente las contradicciones del llamado proceso de
paz.
Son contradicciones de dos tipos:
unas, propias del mismo conflicto armado y de la acumulación de hechos que hacen
compleja su comprensión. Otras, son resultado de los errores, incoherencias y
desubicación política tanto de las FARC como del gobierno.
Las primeras se pueden ir
deshilvanando a medida que se reconstruye la historia. Las segundas, se
explican por el distanciamiento con esa historia que muestran los dirigentes de
la insurgencia y que los representantes del gobierno parecieran obviar en su
afán por firmar los acuerdos e iniciar lo que han denominado “post-conflicto”.
Para hacerlo no era necesaria la
refrendación por elección popular. El presidente tiene competencias
constitucionales y legales que le permiten aprobar los acuerdos por decreto,
asumiendo toda la responsabilidad histórica. Pero su debilidad política, sus
vacilaciones frente a la oposición “uribista”, y los errores de las FARC, lo
empujaron a proponer ese tipo de refrendación. Ahora… ¡no sabe qué hacer!
El desconocimiento de las
contradicciones histórico-sociales, políticas y culturales lleva a que las actuales
acciones de las FARC y del gobierno, les preparen el terreno a los enemigos de
la paz para obtener un triunfo inédito. Lo contrario de lo que se quería.
La
principal contradicción
La principal contradicción
consiste en que las FARC son un actor político armado que es reconocido en esa
condición por el Estado colombiano pero rechazado por la mayoría de la
población.
Debilitar al máximo la imagen de
las FARC como un representante genuino de la lucha por la paz y la justicia
social fue la principal obra de Uribe. Éste cabalgó durante 8 años sobre los
errores de la guerrilla que en 1998 confundió su fortaleza militar con la
existencia de un equilibrio de fuerzas y jugó a conquistar el poder por la vía
militar.
La ofensiva militar que había
desatado la guerrilla de las FARC durante la segunda mitad de la década de los
años 90s, fue continuada después del rompimiento de los diálogos con el
gobierno de Pastrana en 2001. La creencia de la inminencia del triunfo militar justificaba
–ante su extraviada y delirante mirada–, los atentados contra la
infraestructura productiva, vial, eléctrica y de comunicaciones que afectaba
enormemente a la población, así como los llamados secuestros individuales y
masivos que los desconectaron totalmente de la mayoría de la población.
Ese error estratégico, que la
dirigencia insurgente no ha reconocido todavía, les impide entender el por qué
las personas por las cuales lucharon toda su vida, hoy los desestimen como sus
representantes políticos y los vean como una amenaza para la paz, la
tranquilidad y el progreso del país.
Es parte de la tragedia de las
FARC que al igual que algunos dirigentes políticos de izquierda hoy derrotados
en las urnas, plantean, no que ellos se equivocaron, sino que la gente no los
entendió.
¿Cómo
las FARC llegaron a esa situación?
Esa grave contradicción puede ser
reconstruida y explicada siguiendo los diversos hechos que llevaron a las FARC a
evolucionar e involucionar en el tiempo. Pasaron de ser una pequeña guerrilla
ambulante en zonas de colonización a convertirse en un poderoso ejército con
frentes en todo el territorio nacional. Al principio, la insurgencia contaba
con el apoyo de los campesinos colonos que los veían como una especie de policía
rural y, a la vez, como unos idealistas soñadores en la revolución. Sin
embargo, posteriormente en su carrera por el poder se echaron encima la
enemistad y el odio de los campesinos medios y ricos, de hacendados y
terratenientes, de clases medias y habitantes de pueblos que sufrieron de una u
otra forma la alucinación insurreccional de una fuerza militar económicamente
poderosa pero aislada totalmente del conjunto de la población.
La guerrilla no comprende ese
pasado. Lo niega como el esposo psicótico que no quiere reconocer la violencia
intrafamiliar. Y por no entenderlo, en el proceso de los diálogos se equivoca
al exigir al gobierno una serie de cambios políticos, económicos, sociales e
institucionales que el pueblo colombiano requiere con urgencia pero que, pierden
totalmente el apoyo de la población al ser reivindicados por las FARC.
No logra la insurgencia entender
que debería ir por unos mínimos para desmovilizarse e integrarse a la sociedad
y permitir que sea la población organizada la que consiga dichos cambios en
forma pacífica y civilista.
En esa lucha aislada –que
pareciera ser el fruto de una negación histórico-psicológica–, la
guerrilla se queda únicamente con el respaldo de sectores sociales cercanos a
la insurgencia y de una ínfima representación política de la izquierda fariana.
La
paradoja del momento actual
El resultado es que entre más
exija la guerrilla, más rechazo genera entre la población. Esa es la paradoja
del momento. Es la manifestación concreta de esa contradicción.
Igualmente, el gobierno en su
afán por firmar los acuerdos, pasa por encima de esa contradicción y –así no lo
quiera–, refuerza la resistencia popular a la forma como se está concertando la
terminación del conflicto armado. Entre más ceda, más resistencia se acumula
entre las mayorías nacionales.
Y así llegamos al tema del
plebiscito por la paz y el bajo umbral para aprobarlo (13% de los potenciales
electores). Realmente es un adefesio jurídico y un grave error político. La
supuesta “paz” no se puede conseguir de espaldas a las mayorías.
Es urgente la terminación del
conflicto armado pero siempre se planteó que era un paso para fortalecer la
democracia. Por eso, algo no cuadra...
Si los que apoyamos el proceso de
paz no podemos ganar un plebiscito por mayoría simple… ¿cómo es que se propone por
parte de la insurgencia la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente?
Los afanes e incoherencias de
Santos y sus asesores les preparan un triunfo insólito a los enemigos de la
paz. A Uribe le quedará muy fácil ganar con un NO mayoritario ese espurio e
ilegítimo plebiscito.
Si las mayorías populares no
apoyan la forma como se quiere concertar la terminación del conflicto armado,
las FARC tendrán que pensar en otro tipo de actitudes y de acuerdos.
Por ello, quienes ensillan el
“post-conflicto” sin tener las “bestias” del consenso nacional en torno a los
acuerdos de paz, no tienen en cuenta que de persistir el gobierno y las FARC en
esos errores e incoherencias, la derecha uribista se va a alzar con el próximo
gobierno (2018) y entonces, el "post-conflicto” será más armado y violento
que el conflicto que se quiere superar.
Definitivamente... ¡algo no
cuadra...!
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