LA TRAGEDIA
DE LAS FARC
Bogotá, 27 de
febrero de 2015
El llamado “proceso de Paz” entra
en fases definitivas. El gran dilema de la dirigencia de las FARC es entender
la lógica de las clases dominantes colombianas. Sólo así podrán salirse del
libreto trazado y no hacerles el juego. A esa elite plutocrática sólo le
interesa garantizar la rentabilidad de sus inversiones y hacer apariencia de
democracia. Nada más. Es su obsesión y su razón de ser. Lo demás es retórica,
trampa, estrategia, mañas y truculencia.
En Colombia la oligarquía muy
pocas veces llama a la reconciliación. Ahora lo hace no porque quiera
sinceramente la “Paz”. Es la economía la que obliga. Dice Estanislao Zuleta en
su obra donde analiza la obra de Shakespeare: “Lo terrible es que también la
petición de reconciliación se puede aprovechar como un arma para el combate”[1].
Siempre ha sido así. Desde sus
orígenes la casta dominante que se formó en Colombia cimentó una naturaleza
criminal especial: es psicópata y bipolar. Ha usado la doble personalidad para
engañar a las clases dominadas. Una para tender la mano, otra para blandir el
garrote y el puñal. Lo hicieron con los indios que resistieron la invasión. Lo
repitieron con los alzamientos de negros esclavos. Lo perfeccionaron en la
“Revolución de Los Comuneros”: mientras el Arzobispo Caballero y Góngora
negociaba con los rebeldes en Zipaquirá, las fuerzas de la represión ejecutaban
sobre seguro y a traición a José Antonio Galán.
Un tiempo después, a la sombra de
falsos llamados a la paz y reconciliación, acosaron a Bolívar hasta llevarlo a
la depresión y la muerte. Más adelante obligaron al exilio al General José
María Melo, asesinaron al coronel Avelino Rosas y a Rafael Uribe Uribe. Lo
mismo ocurrió con Jorge Eliécer Gaitán. Y luego masacraron a los guerrilleros liberales
desmovilizados a finales de los años 50s del siglo XX. Y en la década de los
80s asesinaron a cuatro candidatos presidenciales de la oposición política y a
miles de sus militantes.
De acuerdo a Estanislao Zuleta en
su análisis sobre el Poder, en éste… “sólo hay dos cosas: producir temor y
halagar intereses” [2].
Así lo han hecho en Colombia. “A Dios rogando y con el mazo dando”. Siempre han
tenido figuras políticas para desempeñar ambos papeles: Laureano Gómez y
Alfonso López Pumarejo en los años 30 y 40; Turbay Ayala y Belisario Betancur
en los 80s; Cesar Gaviria y Andrés Pastrana, por un lado y Ernesto Samper, por
el otro, en los 90s; y ahora, Uribe y Santos. Uribe es el que genera miedo y
temor, Santos halaga intereses para cooptar al “movimiento democrático”. Es la
misma fórmula con nuevas figuras. Es un libreto conocido.
La receta les ha dado resultado
porque las fuerzas democráticas no han logrado desentrañar esa lógica. Hemos
respondido en forma programada: o el levantamiento provocado y fácilmente
controlable, o la conciliación cortesana y resignada. Ante lo malo y lo peor,
como ocurrió el año pasado, tuvimos que escoger “lo menos peor”. Por eso, en
medio de su confusión algunas fuerzas democráticas justifican esa decisión tratando
de lavarle la cara a Santos. Hacen pactos a espaldas de la sociedad supuestamente
para garantizar la “Paz” y le generan ilusiones “reformistas” al pueblo. Caen
en la trampa de creer en la existencia de una “burguesía progresista” y otra “reaccionaria”.
Con esa idea los sectores populares se han puesto a la cola de la oligarquía.
La decisión correcta es “cogerle
la caña” a una de esas personalidades para demostrar que son una sola entidad.
No porque sea una mejor que la otra, sino porque una de ellas representa para
nosotros la oportunidad de avanzar. Hasta ahora sólo Jorge Eliécer Gaitán logró
diseñar otra respuesta política y derrotarlos en su terreno: las elecciones.
Por eso lo mataron a mansalva. Él falló en que no creyó que fueran tan crueles
y asesinos. Su fórmula fue apoyar desde su autonomía a López Pumarejo y Eduardo
Santos, participando en su gobierno, con el único objetivo de construir su
PROPIA FUERZA. Sin embargo mantuvo grandes distancias con la orientación política
de esos gobiernos y renunció a su cargo de Ministro de Trabajo y Educación
(respectivamente), cuando desde la presidencia le bloquearon sus propuestas.
Así avanzó en la construcción del “movimiento gaitanista”. Fue una obra de
arte.
El año pasado (2014) una parte de
las fuerzas democráticas y la misma insurgencia apoyaron a Santos en las
elecciones. Lo hicieron pero sin estrategia. El error no es haberlo apoyado,
fue hacerlo sin decisión y seguridad. Se actuó en forma vergonzante cuando lo
que había que hacer era seguir el ejemplo de Gaitán. Exigirle a Santos
participación en su gobierno y al calor de esa exigencia, hacer conocer al pueblo
y a la sociedad nuestras propuestas transformadoras. Así supiéramos que no nos
iban a dar participación, había que cobrar públicamente esa ayuda. Se trata de
enfrentar al gran capital en su terreno, sin temor, con decisión y firmeza.
La
tragedia de las FARC
¿Cuál es la tragedia de las FARC?
Que ellos finalmente se dieron cuenta que la guerra sólo beneficia a las clases
dominantes. Que la acción armada está agotada. Que les llegó el momento de
cambiar la forma de lucha. El problema es que ellos no pueden aceptar que
después de tanto sacrificio, su desmovilización no se concrete en conquistas
sociales y económicas para el pueblo. Y por ello tratan de hacer malabarismos
para conseguirlo.
Pero el verdadero problema es
otro. Su lucha – por más heroica que haya sido – se basaba en fundamentos
equivocados. Se le quiso “hacer la revolución al pueblo”. Entregarle la
victoria como por encargo sin que éste se lo hubiera pedido. Ha sido un
sacrificio individual o de grupo aislado de las masas. La verdadera acción
revolucionaria no es hacerle la revolución al pueblo. La tarea es organizar a
ese pueblo para que él mismo haga “su propia revolución”. Allí está la matriz
equivocada.
Hoy – si continúan en la dinámica
en que están en La Habana – van a seguir en lo mismo: manteniéndose en el marco
de un levantamiento controlado y relativamente marginal o, conciliando con la
burguesía una falsa democracia en el marco de una “Paz perrata”[3] (http://bit.ly/18u7aWh). Terminarán, como ha
pasado en todos los “procesos de Paz” en Colombia, haciéndole el juego a una
oligarquía que llama a la reconciliación cuando prepara la traición. En este
caso la felonía no es contra los dirigentes de la insurgencia porque ya no
necesitan desaparecer o asesinar a ningún guerrillero desmovilizado. La
oligarquía sabe que éstos – por más que se esfuercen –, no van a poner en
peligro sus intereses porque el grueso del pueblo no los va a seguir.
La “traición” ya no va a ser para
los que hagan la “paz”. La trampa consiste en que a la sombra de la “falsa Paz”
introducen “sin dolor”, la segunda fase de la globalización neoliberal. Es lo
que estamos viendo con la propuesta de Plan Nacional de Desarrollo planteado
por el gobierno Santos al Congreso de la República. La mayor parte del
presupuesto lo ponen al servicio de las inversiones de las grandes empresas transnacionales
en minería, infraestructura vial y energética, y agro-negocios. Es una bofetada
a cualquier proceso de Paz serio, creíble y sostenible.
Y es por ello que la dirigencia
de las FARC debe pensar en entregar la posta a nuevas generaciones. No se trata
de que se jubilen o renuncien a la lucha, pero sí es hora de revisar más a
fondo su práctica. Tienen necesariamente que aceptar su derrota política para
poder entregarle al pueblo colombiano una lección que nos sirva hacia el
futuro. Sin lavarle la cara al gobierno, sin prestarse a componendas pacifistas
que ocultan la verdadera violencia colonial e imperial, oligárquica y
capitalista.
De ese replanteamiento tendrá que
surgir una nueva política. Posiblemente ya no en cabeza de ellos. Las nuevas
generaciones están ávidas de que se les suelte la rienda. Nuevos movimientos
políticos están apareciendo por doquier. La juventud necesita una buena
asesoría, de gente veterana que acepte que su momento ya pasó y que con
humildad se ponga al servicio de nuevas miradas y mejores prácticas,
verdaderamente democráticas y colectivas.
Ahora necesitamos una política de
nuevo tipo. Una nueva forma de acción política. Que recoja el valor y la entrega
de los luchadores de la UP y el partido comunista. Que recree la ética, la transparencia
y la cultura ciudadana que mostró Mockus en su momento sublime de la primera
alcaldía de Bogotá. Que retome la claridad conceptual de carácter democrático
que era la principal carta del Carlos Gaviria de 2006. Que explote la defensa
de lo público y la capacidad de riesgo que ha demostrado Gustavo Petro. Pero
que supere esa dinámica dispersa y desintegrada. Que convierta todo ese
importante legado en un nuevo movimiento que lleve a la sociedad colombiana a
entender que todos “Somos Ciudadanos” y que unidos, podremos cambiar y
transformar este país.
La tragedia de las FARC consiste
en que navega en un barco que ya no controla y les da temor tirarse al mar sin
salvavidas. Si lo hacen, si se lanzan a la acción política civilista con
humildad – tal vez –, el pueblo les ofrezca un flotador. Pero ya no será el de
ellos, será el de un pueblo que aprende de ese esfuerzo fallido que desconoció
el principal legado de Marx: “La emancipación de los trabajadores es obra de
los trabajadores mismos”[4].
La tragedia de las FARC puede
convertirse en comedia y drama. De ellos depende que su desmovilización e
ingreso en la lucha política abierta y legal sea un paso que le permita a
nuevos actores políticos lograr lo que ellos no pudieron: conseguir que el
pueblo y la sociedad se apropien plenamente de la actividad política y la
pongan al servicio de las mayorías.
[1] Zuleta, Estanislao.
“Shakespeare: una indagación sobre el poder”.
Universidad del Valle, 2015. p. 21
[3] Dorado,
Fernando. “Guerra degradada y paz perrata”: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=176957
[4] Marx, Carlos. “Estatutos
generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores”. 1871
No hay comentarios:
Publicar un comentario