DERROTARSE SIN SUBIR AL RING
Guillermo Fabela Quiñones
El hoy llamado subcomandante Galeano da por sentado que
“el capital va por todo y no va a permitir Lulas, ni Dilmas, ni Kirchner, ni
Correas, ni Evos ni López Obrador, ni como se llame cualquier cosa que ofrezca
un respiro”. Entonces, es válido preguntar: ¿qué caso tiene pues acudir a las
urnas a votar si las élites del poder están dispuestas a no permitir el triunfo
de las clases mayoritarias? Tal declaración puede interpretarse como una
invitación a que la ciudadanía que quiere un cambio se abstenga de votar, no
vale la pena porque será un esfuerzo inútil.
Una actitud así favorece a la élite
gobernante, pues le evita el trabajo de fabricar un fraude que en las
condiciones actuales sería muy complicado si los votantes acuden a sufragar en
masa, sin miedo a las represalias ni amenazas de los patrones y del gobierno.
Si la intención de la cúpula propietaria de los grandes monopolios de México es
no permitir que el abanderado de Morena llegue a la Presidencia; si tiene la
voluntad y la firmeza de llevar a cabo una elección de Estado, por eso mismo es
un imperativo votar masivamente, a la par que se organiza la ciudadanía para
asegurar que no se cometa un fraude.
Qué cómodo sería para la camarilla
en el poder decir que la gente no acudió a votar, hecho que favorecería el
triunfo de cualquiera de los candidatos reaccionarios: José Antonio Meade o
Ricardo Anaya, gracias a su voto duro. Aunque no hay sombra de duda de que se
está orquestando una elección de Estado, no por eso se le debe coartar su
derecho de acudir a las urnas a los millones de ciudadanos que quieren votar
por Andrés Manuel López Obrador. Porque no debemos perder de vista que este
proceso electoral puede ser el último en el que la sociedad pueda participar en
busca de “un respiro”.
Independientemente de que, como
afirma quien años atrás se hacía llamar subcomandante
Marcos, “ahora la hidra (capitalista) está enloquecida, va por todo y por
todos”, la sociedad está obligada a participar para desenmascarar al sistema
político, el cual está “encapuchado” en sus instituciones “democráticas” que
utiliza para favorecer los intereses creados de las élites que no se hartan de
devorar las riquezas de la nación.
A final de cuentas, si los pueblos
latinoamericanos han ido perdiendo las batallas contra las oligarquías voraces,
ha sido porque lo han permitido con su desorganización, la ausencia de
convicciones de los dirigentes, la carencia de una visión estratégica, de lo
cual es un ejemplo paradigmático el caso de Venezuela. Se dejó viva a la
“hidra” y ni tarda ni perezosa se levantó para recuperar su nidal perdido. Lo mismo
ha sucedido en Argentina, en Ecuador y en Brasil, el caso más lamentable por la
importancia del país amazónico en la región.
Si lo que quiere el neoliberalismo
global es desmovilizar a los pueblos a fin de que no sean un obstáculo
insalvable a sus ambiciones irracionales, no hay por qué facilitarles la tarea
desmovilizándonos nosotros mismos. Dar por perdida la pelea antes de subir al
ring no es una buena táctica, pues se presta a interpretaciones que dañan al
protagonista, es decir al pueblo que necesita ser movilizado para enfrentar a
un rival muy fuerte, al que le sobran recursos, mañas y perversidad.
No hay que pasar
por alto que hay etapas en que la sociedad en su conjunto necesita “un
respiro”. La que vivimos en estos momentos es una de ellas, luego de más de
tres décadas de un incesante desgaste de las instituciones por un ejercicio de
gobierno a contracorriente de las clases mayoritarias. No le vendría nada mal al
régimen una tregua para también “respirar” y reflexionar sobre el futuro.
Aunque en las condiciones actuales no hay muchas opciones para enfrentar los
días venideros: o se afianza el monstruo neoliberal dispuesto a devorarlo todo,
inclusive a sí mismo; o se abren posibilidades concretas de algo más que “un
respiro”.
Está en juego el
futuro de la humanidad, por lo tanto también de los mexicanos. El que la gran
potencia imperialista esté bajo el liderazgo de alguien como Donald Trump, es
motivo de una profunda angustia existencial porque en sus manos está la
posibilidad de que se adelanten los vaticinios de una destrucción irreversible de
la vida en el planeta. El único que puede frenarlo es el pueblo estadunidense
organizado, consciente de la gran responsabilidad que tiene como nación que
dicta la agenda del capitalismo en su fase más destructiva y deshumanizada.
Se llegó ya a
una situación límite, tanto en Estado Unidos como en el resto del mundo, cuya
línea divisoria será determinante para definir la ruta a seguir. Los pueblos
serán decisivos en el gran reto de evitar la gran hecatombe anunciada en muchos
frentes. Por eso es un gravísimo error desmovilizarlos con argumentos
derrotistas, como afirmar tajantemente que “la élite capitalista no va a
permitir que López Obrador gobierne”. Esto habrá que verlo en los hechos, pero
antes es necesario aprovechar el proceso electoral para organizar a las masas y
comprometerlas en el cambio que ellas mismas están exigiendo.
Los fracasos en
América Latina de procesos sociales progresistas, deben servir de ejemplo para
no cometer iguales errores. Es preciso crear condiciones concretas que
favorezcan una sana interrelación entre todas las fuerzas que anhelan un cambio
democrático, de manera pacífica. La oligarquía facciosa quisiera que estas
fuerzas cayeran en las provocaciones que impulsa con pleno cinismo, o bien que
se desmoralizara ante la decisión de no permitir el triunfo del pueblo en las
urnas. Ni una cosa ni la otra serán viables en la medida que se apuntale la
organización y la confianza en la victoria. Lo que sobrevenga definirá el
futuro de México.
(guillermo.favela@hotmail.com)
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