Popayán, 29 de junio
de 2022
“El
superpoder de una víctima consiste justamente en perdonar lo que su dolor
inmenso jamás podría castigar”.
Luego del triunfo electoral y de la fiesta popular de celebración
que fue a lo grande y por todo el país, Petro ha entrado en la tarea de
construir gobernabilidad para avanzar con las tareas planteadas: consolidar la “paz
grande”, atender la crisis social y ambiental, y sentar las bases para construir
una economía moderna y sustentable en el marco del capitalismo existente.
Para ser consecuente con lo planteado en la campaña
electoral, Petro va más allá del Pacto Histórico y ha llamado a todos los
sectores de la sociedad colombiana a un Acuerdo Nacional. Ha invitado incluso al
expresidente Uribe a conversar sobre “lo fundamental”, que consiste en crear
las condiciones para convivir en paz en medio de la diferencia.
Al hacerlo, envía un mensaje de perdón para ambientar la reconciliación.
Francia Márquez, a su vez, con actos sencillos empodera el sentido de dignidad
sin la más mínima soberbia. Es decir, entienden que superar la falsa polarización frente a la “paz”, es oficializar
la derrota política de Uribe. Otra cosa, es la acción de la justicia que deberá
seguir su propia dinámica.
La respuesta positiva de la mayoría de dirigentes políticos (incluyendo
a Rodolfo Hernández) es la prueba de que aún antes de la 1ª vuelta se había
producido un importante “desplazamiento político”[1].
Solo el sector más recalcitrante de los terratenientes y de la alta cúpula “uribista”
del ejército, se han resistido. Los primeros, no están dispuestos a entregar las
tierras despojadas ilegalmente a los campesinos y, los segundos, no quieren reconocer
sus crímenes de lesa humanidad.
Si el abrazo (y felicitación) de Petro a Rodolfo se hubiera enviado
la misma noche del 29 de mayo, el triunfo del Pacto Histórico en la 2ª vuelta habría
sido contundente (con mayor ventaja). La verdad, era que el “uribismo” -con el
que algunos todavía quieren asustar- estaba derrotado antes de esa elección. Hoy
se trata de empezar a pasar esa página nefasta de nuestra reciente historia
como lo recomienda el padre
Francisco de Roux en la entrega del informe de la Comisión de la Verdad.
¿“Desplazamiento político” en qué dirección?
Nos equivocamos si consideramos que ese desplazamiento ha
sido hacia la izquierda o siquiera hacia el progresismo. Las gentes van “moviéndose”
con base en sus intereses y percepciones. El “ideologismo” no está en sus
cuentas. El pueblo aprende de sus errores y va encontrando formas de hacerse
notar. Identificar la tendencia de esos “movimientos” y “mensajes”, es lo que
tenemos que hacer para acertar.
Hace 4 años el pueblo “uribista” le dio una oportunidad al
mismo Uribe en cabeza de Duque, y no la aprovecharon. Decíamos por entonces que
Duque le había arrebatado a Fajardo su programa y la “forma” de mostrarse ante
la gente. Dijo “Ni risas ni trizas” frente al proceso de paz, pero una vez
posesionado se decidió por las trizas, traicionando a quienes lo eligieron.
Por ello es que Duque por más “histórico” que quisiera ser,
por más que se mostrara como progresista en lo de “economía naranja”, “economía
circular” o frente al problema del medio ambiente, nadie le creía. Y por eso
sale por la puerta de atrás, como un presidente inepto, torpe, posudo, falso y
mentiroso. Y con él, el partido de Uribe queda más partido que nunca.
El “movimiento” de quienes votaron por Duque en 2018 fue
hacia el “centro” y el mensaje era: “pónganse de acuerdo, no más peleas por lo
que pasó en la guerra, pasen la página y dedíquense a resolver los problemas de
hambre, pobreza, desigualdad e injusticia”. Duque no escuchó, su soberbia y
elitismo se lo impidieron, y los problemas le estallaron en la cara.
Las causas económicas, sociales, políticas y culturales del
“desplazamiento político”
El tema de la paz y la reconciliación es lo más visible en “política
electoral” pero detrás están los intereses económicos que se habían expresado
durante el “proceso de paz”. La oligarquía financiera, los grandes
terratenientes (“viejos” y “nuevos”), la burguesía emergente, los pequeños y
medianos productores agrarios, los campesinos y colonos, y los trabajadores en
general, entre ellos el joven precariado profesional, durante todo ese período
habían mostrado sus intereses vitales y trascendentes.
La oligarquía financiera necesitaba crear condiciones para
la inversión extranjera (impulsar agronegocios en las tierras de la Orinoquía, explotar
el petróleo de regiones despejadas por las guerrillas, tratar de formalizar la
minería ilegal, e incursionar en el turismo), y a la vez, tratar de “echarle
tierra” a los conflictos acumulados a lo largo del conflicto armado con algunas
leyes “progresistas” para calmar a las víctimas y devolver algunas tierras a
campesinos despojados.
Los grandes terratenientes de vieja data -aunque dudaban- se
alineaban en esa dirección. Los “nuevos terratenientes”, surgidos del proceso
de despojo realizado durante el conflicto armado (instrumentalizado por ellos),
se oponían totalmente a dicha política de “paz”, porque sabían que su poder
territorial lo habían sostenido a “punta de plomo”, con alianzas con grupos
paramilitares y toda clase de mafias locales y regionales (políticas y armadas).
La burguesía emergente, que ha acumulado importantes
recursos de la economía del narcotráfico, de la minería ilegal y de otras
economías criminales (tráfico de armas, de personas, de información, extorsión,
apuestas y crédito ilegal o “gota a gota”, etc.), y que sabe que esos recursos “irrigados”
son el principal
factor estabilizador de la economía colombiana, se dividió entre apoyar el “proceso
de paz” u oponerse a él. Y hoy, están a la expectativa.
Los pequeños y medianos productores agrarios, desde el paro
de 2013, empezaron a acercarse a campesinos y colonos cocaleros, a los trabajadores
citadinos, al precariado profesional, para presionar por reformas que les
garantizaran precios de sustentación, subsidios a los fertilizantes y apoyo
para el mercadeo de sus productos. Levantaban con cierta timidez consignas
contra los Tratados de Libre Comercio, pero vacilaban frente a la posibilidad
de quedar en manos de la “izquierda fariana” y por ello se aferraban a Uribe.
Y así se fueron desencadenando los acontecimientos. Vinieron
los paros estudiantiles (2011-18), las mingas indígenas (2008, 2018), las rebeliones
negras (2017) y de las mujeres, y el estallido social que tuvo su inicio en
noviembre de 2019 y que explosionó en 2021 con la creatividad de la juventud y
la participación masiva del precariado urbano (jóvenes profesionales).
Y en 2022 todo ese movimiento social se convirtió en dos
expresiones electorales del cambio (de origen diferente y diferenciadas en el
proceso de “desplazamiento”): la decididamente “progresista” y de “izquierda”, y
la “antipolítica” o “anticlientelista” que se apoyó en el candidato “outsider”
(Rodolfo).
Los grandes dilemas de Petro y las certidumbres de
Francia
Las castas dominantes colombianas han terminado por aceptar
que este país necesita algunos cambios. Saben que la enorme desigualdad que se acumuló
a lo largo de décadas de conflicto armado y de políticas neoliberales, es la
causa que desató la poderosa inconformidad popular que se ha expresado en las
calles y en las urnas. Son conscientes que tienen que ceder en algunos aspectos
“reivindicativos” y “coyunturales”, pero van a defender a toda costa la esencia
de su institucionalidad (propiedad privada, mercado “libre”, independencia del
Banco de la República, economía extractivista, etc.).
Esas clases dominantes, especialmente la oligarquía
financiera y los grandes terratenientes, van a tratar de manejar la situación lo
mejor posible, para no poner en peligro todo su sistema de privilegios,
explotación y opresión. La reacción de la clase política -de casi todos los
partidos- es sumarse al gobierno para tratar de defender “desde adentro” sus
intereses burocráticos y buscar la forma de reacomodarse y reciclarse ante la nueva
realidad. Especialmente en las regiones.
Petro en general tiene un plan bien trazado en cuanto a no
afectar la institucionalidad del capital pero sabe que las urgencias del pueblo
son tantas, tan graves y urgentes, que tiene que convencer a las clases
dominantes de aprobar una reforma tributaria a fin de enfrentar el hueco fiscal
y financiar las “ayudas sociales de emergencia”. Necesita ganar tiempo y acumular
fuerza política para poder impulsar, más adelante, las reformas estructurales
que tienen que ver con la democratización de la tierra, del conocimiento y del
crédito, y transformar la matriz energética.
Sus dilemas tienen que ver con los tiempos y los ritmos. No
obstante, su visión es “estatista”; quiere hacer “una revolución desde arriba”,
unos cambios desde la institucionalidad, en alianza con sectores que tienen
interés en desarrollar el capitalismo en Colombia y en América Latina. Su
visión progresista es “desarrollista” y, por ello, sus asesores económicos de
cabecera son José Antonio Ocampo y Jorge Luis Garay. Su idea es
liberal-democrática y “cepalina”.
En cambio, Francia Márquez tiene muy claro que para lograr los
cambios que podríamos llamar “postcapitalistas” (para no llamarlos “anticapitalistas”),
la tarea es de más largo plazo. Que el fortalecimiento del movimiento social y de
las organizaciones sociales es fundamental para soportar los embates que desde
el poder del gran capital y de los terratenientes, inevitablemente se van a
impulsar y realizar. Y cuando las contradicciones se acumulen y lleguen los
momentos de las definiciones importantes, volverán a ser las calles las que lo
determinen todo.
Por ahora no hay mayor contradicción. Petro y Francia
representan el presente y el futuro. Ambos están enviando un mensaje de perdón
y reconciliación para poder sustentar en el corto y mediano plazo los cambios
económicos y sociales necesarios para acumular fuerza social, sin romper con un
capitalismo que sigue -por lógica intrínseca- depredando la vida humana y la naturaleza
planetaria.
Pero, ambos tendrán que conectar mucho más con las fuerzas
sociales y culturales que -en cada fase y etapa- son vitales y determinantes para
garantizar la continuidad del proceso. Por ahora una alianza interclasista (incluyendo
a los grandes capitalistas y terratenientes) es fundamental para avanzar, con
paciencia y sin afanes, hacia consolidar las bases sociales de los cambios
estructurales.
Pero, si el Pacto Histórico se dedica solo a la “gestión institucional
y burocrática” (Congreso, leyes, administración, proyectos puntuales, etc.) y
no afina en su estrategia de andar a varios ritmos, de explotar la diversidad
social y cultural, de combinar los diferentes espacios (“por arriba”, “desde
abajo”, “desde las periferias”, etc.) para construir variadas y creativas democracias
(directa, representativa de nuevo tipo, deliberativa, de “conocimiento” o “ilustrada”,
otras), terminará como ha ocurrido con las experiencias de países y pueblos vecinos:
arrepintiéndose de las oportunidades perdidas.
Por ello, se requiere un trabajo serio y consistente en el
terreno del pensamiento estratégico. Un esfuerzo que recoja lo mejor de las
experiencias de América Latina, tanto a nivel de movimientos sociales como de los
ejercicios institucionales y gubernamentales. Tenemos un acumulado que está
allí para ser aprehendido y avanzar por esos nuevos caminos y con nuevas
miradas.
[1]
Planteo la idea de “desplazamiento político” porque no es un proceso organizado
por un partido o movimiento organizado. Las bases uribistas se “desplazaron” en
la búsqueda de un candidato que les llenara sus expectativas: superar la
polarización con las izquierdas y el progresismo pero, a la vez, rechazar las
alianzas clientelistas.
¡Genial! Muchas gracias por esclarecer ese complejo escenario que se manifiesta. Nos servirá para guiarnos en ciertas decisiones.
ResponderEliminarBuen viento y buena mar para su excelente labor; y que se siga afilando esa pluma digital con la que escribe.