Al cierre de un año difícil…
EL RETO DE LA “PAZ NEOLIBERAL”
Popayán, 15 de
diciembre de 2016
Siempre que tenemos la
chaqueta rota
Venís corriendo y
decís: esto no puede seguir así
¡Hay que remediarlo por
todos los medios!
Y corréis llenos de
celo a los patrones
Mientras nosotros,
helados, esperamos.
Y luego volvéis,
triunfantes
Y nos mostráis lo que
habéis logrado:
Un pequeño parche.
Muy bien, ahí está el
parche
¿Pero dónde se ha
quedado la chaqueta?
Bertolt Brecht
La “fiesta” en Oslo fue por todo
lo alto. Además de los actos protocolarios, abrazos y sonrisas, pomposos
discursos y la entrega del premio Nobel, se realizó una entusiasta marcha de
antorchas, diálogos bilaterales del mandatario colombiano con altos dignatarios
noruegos y una gira “triunfal” por varios países europeos para socializar el
nuevo acuerdo con diversos gobiernos a fin de ratificar los apoyos económicos
prometidos para financiar el “posconflicto”.
El escritor Héctor Abad
Facio-Lince en su columna de El Espectador (http://bit.ly/2gsihqP),
rebosante de entusiasmo escribió una inspirada pieza literaria en cuatro actos,
hace una reseña del proceso de paz y resalta la habilidad, firmeza y valentía
del “presidente de la paz”. En su frenesí pacifista lo eleva a nivel de figura
histórica. Al final, en el epílogo, para calmar conciencia y no ir a quedar mal
con el futuro, le pide a Santos que deje de ser Santos para poder rematar su
obra. Buen recurso para impedir que la sanción de la historia caiga sobre él o
sobre su escrito.
Olvida el novelista que la
“valentía” de Santos se apoya en las “donaciones para la paz” que ha ofrecido
la “comunidad internacional” para garantizar las inversiones de los grandes
emporios capitalistas que tienen puesta la mira en el petróleo de los Llanos
del Yarí, las tierras de la Orinoquía, la biodiversidad de la Amazonía y del
Chocó Biogeográfico, la riqueza de regiones con gran potencial turístico, y el apetecible
mercado de 45 millones de personas. Para tal fin, ya se confeccionó la teoría
de la “nueva economía”, se ideó la política de la reforma tributaria
estructural, se elaboraron los planes y se firmaron los convenios para hacer
realidad la “bonanza de la paz”. Con ese incentivo hasta el cobarde más
temeroso se convierte en un osado combatiente.
Esa es la esencia de la “paz
neoliberal”. Los símbolos utilizados y los mensajes enviados en la entrega del
Nobel así lo muestran. Otra evidencia es lo que se ocultó en esa ceremonia. Solo
una pequeña mención a la voluntad de paz de los contrincantes; ninguna
evocación a las víctimas del paramilitarismo; menos, alguna referencia a los
crímenes de Estado. Lo “feo” y molesto debe esconderse debajo de la alfombra. Claro,
es la derrota de las FARC. No con la pax
romana como quería Uribe sino con la promesa de ríos de leche y miel que
intentan borrar cualquier vestigio de rebeldía. Es el triunfo del gran capital
sobre la ilusión justiciera. Y no podía ser de otra manera.
Por ello, cuando se habla de la
“implementación de los acuerdos”, lo fundamental es saber quién y con qué
visión realizará esa tarea. La respuesta será la que determine que se consolide
efectivamente lo avanzado. Si la “paz chiquita” –como la llama correctamente
Gustavo Petro–, se transforma en paz grande y completa, podremos cantar victoria.
De resto, todo será flor de un día. O damos el paso inmediato hacia la
construcción de democracia o se incubará una nueva guerra que solo será la
continuidad de la que hoy existe. Esa es la principal razón por la que la batalla
política de 2018 es tan importante.
Soslayar la importancia de esa
contienda electoral por visiones estratégicas de largo plazo, o porque lo que
se pactó es una “paz neoliberal”, o por otras razones que no se pueden hacer
explícitas, no es la mejor actitud para el momento. Vana es la ilusión de
quienes creen que esas inversiones extranjeras no son importantes. Quien quiera
gobernar en los próximos 20 años y cumplir con lo acordado en La Habana, tendrá
que lidiar con esa realidad. Lo que hay que garantizar es que el gran capital
respete las normas ambientales existentes, contribuya con impuestos similares a
los que pagan en otros países de la región y cumpla con los derechos laborales
de los trabajadores. Nada más pero nada menos.
Y para que eso se pueda cumplir,
a nivel interno tenemos que derrotar en las próximas elecciones a todas las
“patotas corruptas” que giran alrededor del “santismo” y del “uribismo”. Ellas no
se enfrentan por visiones diferentes de país como lo quieren hacer creer con
ideas sobre la paz o la patria que, ingenuamente, corean muchos ilusos, despistados
o interesados de menor nivel. Lo que en verdad se disputan con dientes, uñas y
garras, son las coimas, los sobornos y las migajas que les entrega el gran capital.
Ese es el núcleo de la polarización entre Santos y Uribe que ellos pintan y
ocultan con frases demagógicas.
Y una vez saquemos del gobierno a
las burocracias corruptas, paralelamente, poco a poco, con el margen que nos
queda, con paciencia y visión estratégica, debemos organizar a los pequeños y
medianos empresarios, a los productores del campo y de la ciudad, a los
científicos y tecnólogos, a los trabajadores y comunidades de todos los
niveles, para iniciar la recuperación del aparato productivo destruido, la
re-creación de los lazos comunitarios devastados, la re-constitución de
nuestras culturas lesionadas y el rescate de todo lo bueno que teníamos.
La tarea es recuperar todo lo que
fue arrasado por más de 60 años de guerra que, ante todo, fue la labor demoledora
de un capitalismo depredador y salvaje que con rostro de neoliberalismo
criminal pasó por encima de nuestro país como una avalancha de destrucción y
horror durante las últimas tres décadas y media. Y claro, en medio de ese
esfuerzo restaurador, avanzar por nuevos caminos de autonomía, integración regional y
construcción de nuestro propio modelo de vida y equidad social.
Héctor Abad Facio-Lince tiene
razón en un aspecto. El final de toda obra es muy importante. Y por ello, el
epílogo de la paz debemos escribirlo los pueblos. Santos ya hizo la parte que
le correspondía. No puede ni podía hacer más. Y no es un problema personal. Su
naturaleza de clase, su entorno politiquero y corrupto, la fragilidad y tensión
política del momento y, sobre todo, la debilidad y falta de claridad de la
dirigencia democrática (y de izquierda), contribuyeron a que su desempeño fuera
no sólo gris y profesional sino que no tuviera ni un leve cariz de calor
popular y menos de sentido social. Eso es lo que tenemos y somos.
El año 2017 nos espera para preparar
esa trascendental batalla política. El 2 de octubre quedó atrás. No podemos
repetirlo en 2018.
Quisiera que usted que demuestra tener un pensamiento critico social tan desarrollado me diga ¿con quien o quienes vamos a construir una Colombia justa y democrática?.Con los 2 millones seiscientos mil colombianos que votamos por Carlos Gaviria?. El inmenso poder mediático tiene a este pueblo hipnotizado y la izquierda se entiende mas fácil con la derecha que entre ellos.
ResponderEliminarToca construir un amplio frente o convergencia democrática que aglutine a todas las fuerzas sanas de la nación. Romper con la polarización entre Santos y Uribe, y proponer un programa moderado que logre unir lo mejor de lo que existe como Petro, Robledo, Claudia López, Fajardo y otros u otras, que consiga aglutinar a mucha gente que voto por el SI, el NO y sobre todo los abstencionistas. Las banderas podrían ser "ponerle dientes" a la lucha contra la corrupción; recuperar el aparato productivo para generar empleo digno; consolidar el proceso de paz sin conciliar ni con el delito ni con la impunidad (de todos); y defender los recursos naturales sin irnos a extremos "anti-extractivistas". Por allí más o menos encuentro la manera de avanzar. Gracias por su inquietud y por leerme. Abrazo
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