Para poder construir
hay que de-construir…
PROCESO
“DE-CONSTITUYENTE” Y CONSTITUYENTE
Esta semana el saliente
“súper-ministro” de la Presidencia Néstor Humberto Martínez alebrestó el
cotarro político nacional al plantear que “una asamblea constituyente era
inevitable dada la coyuntura por la que atraviesa el proceso de paz” (http://bit.ly/1HrWXaT).
Esa iniciativa – que de
acuerdo con el jefe de los negociadores en La Habana, Humberto de La Calle
Lombana es una opinión personal – coincide con la exigencia que vienen haciendo
las FARC en el sentido que la refrendación de los acuerdos de paz que se firmen
en La Habana, deben aprobarse mediante ese mecanismo o procedimiento
constituyente.
Aunque la insurgencia
armada no lo ha planteado en forma precisa, sus pronunciamientos al respecto
están en la dirección de proponer formas directas de elección de delegados o
circunscripciones especiales para comunidades campesinas, indígenas,
afrodescendientes, desplazados y otros sectores sociales. Esta propuesta
claramente tiene la intención de asegurar una representación suficiente para
poder impulsar sus propuestas y forcejear en mejores condiciones con las
fuerzas tradicionales que sean elegidas en ese cuerpo colegiado.
Es evidente que el
gobierno no va a aceptar esa propuesta. A lo sumo le concederán unos cupos
específicos para los guerrilleros desmovilizados, pero el grueso de la
representación, si se llegara a concertar tal mecanismo, sería elegida por el
voto universal y secreto. Es más, si este asunto se llevara a una consulta
popular lo más seguro es que las grandes mayorías no estarían de acuerdo con
ese tipo de representación exclusiva.
Pero a pesar de la
importancia que puedan tener los mecanismos y cupos de representación, el
problema de fondo es otro. Para poder impulsar y desarrollar un efectivo y
transformador “proceso constituyente”, la sociedad colombiana en su conjunto,
necesita un espacio y un tiempo “de-constituyente”. ¿Qué significa este término
o categoría?
Sería una fase o etapa
de la vida colombiana en donde la sociedad sacara toda la “suciedad” y basura a
la puerta de la casa. Todo lo caduco y casi muerto debe ser develado y
cambiado. Lo podrido y corrompido, que huele a leguas a descomposición, debe
ser desechado. Lo atrasado, falso, aparente y artificial que hay dentro de unas
instituciones hechas con base en el molde liberal europeo pero que en la
realidad se convirtieron en unos adefesios institucionales de tipo colonial, deben
ser barridos y reemplazados por organismos verdaderamente democráticos,
surgidos de nuestra historia y tradición popular, inventados para nuestra
particularidad especial, con nuestra greda y sabor.
Es claro que un proceso
de ese tipo requiere un ambiente de convivencia pacífica para que la sociedad
pueda reconocerse a sí misma. Para que pueda desenmarañar y descubrir las
trampas y timos que tiene el Estado para mantener su poder colonial,
patriarcal, anti-democrático, excluyente, discriminatorio, manipulado absolutamente
por los intereses privados de los grandes capitalistas transnacionales, al
servicio de los poderosos latifundistas, y cooptado por las mafias de diverso
tipo que existen en Bogotá y en todo el país.
En ese tramo de tiempo
y en ese ambiente “de-constituyente”, la sociedad colombiana se puede reconocer
en su diversidad geográfica e histórica, étnica y cultural, de género y de
diversas clases sociales, empezando a valorar lo que realmente debe servir para
“reconstituir” la Nación, a partir del esfuerzo de millones de personas que son
las que producen la riqueza, defienden el medio ambiente, garantizan el
suministro de comida y prestan innumerables servicios a la sociedad.
Precisamente para eso
es que necesitamos la “paz”, así sea imperfecta, limitada, “perrata” como la he
llamado, es decir, un clima de convivencia con una reglas mínimas de respeto y
consideración por las múltiples expresiones sociales y políticas que deberán
surgir – y ya están apareciendo – para intervenir con plenitud y exuberancia en
el diseño institucional del “nuevo país”.
Claro que no se van a
acabar las confrontaciones. Por el contrario, saldrán a luz nuevos conflictos
que han estado reprimidos y represados por efecto de la conflagración armada.
Pero tendremos que crear las condiciones para resolverlos por la vía pacífica,
con acuerdos, consensos o recurriendo a elecciones y otros tipos de decisiones
consultadas y aprobadas por las mayorías.
Aspirar a la
convocatoria inmediata de una Asamblea Nacional Constituyente para refrendar
los acuerdos de paz es completamente errado e inoportuno. Se requiere pasar de
la “de-constitución” a la “constitución”. En los países vecinos el proceso
“de-constituyente” se realizó durante más de una década, en donde el pueblo se
manifestó con inmensas y poderosas movilizaciones populares que derrocaron y
expulsaron presidentes neoliberales.
En Colombia eso no ha
podido suceder por la existencia de un conflicto armado instrumentalizado por
el gran capital. Por algo, en medio de la guerra las empresas transnacionales
han fortalecido su presencia y dominio, y la economía “colombiana” – que está
en sus manos monopólicas – ha pasado a ser la tercera de la región. A pesar de
que se han desarrollado heroicos levantamientos sociales, éstos han sido muy
parciales y limitados, tanto en la fuerza como en su contenido, dado que se han
reducido a reivindicaciones sectoriales, sin que se haya puesto en jaque la esencia
de la política del régimen neoliberal.
Por ello las fuerzas
democráticas y populares llegarían con una baja representación a esa asamblea
constituyente, frustrándose cualquier posibilidad de cambio. Sería un tremendo
aborto, algo parecido o similar a lo ocurrido en 1991. Del afán solo queda el
cansancio.
Las fuerzas
democráticas colombianas están en mora de discutir francamente esa propuesta de
la insurgencia armada. Vemos cómo hábilmente algunos sectores de derecha la recogen
– como Néstor Humberto Martínez –, porque saben que pueden fortalecer su
capacidad política para implementar la segunda fase de neoliberalismo que tanto
necesitan.
Vuelve y se equivoca la
guerrilla. Vuelve a confundir sus deseos con la realidad. Vuelve a creer que
las grandes mayorías les van a dar su apoyo constituyente. No sabemos cómo o de
qué información sacan esas conclusiones. Parecieran estar en una especie de
autismo cuando la realidad es totalmente contraria a sus deseos.
O claro, puede ser que
se fíen de la opinión de una serie de intelectuales, profesores universitarios
y antiguos militantes de izquierda que, – desde sus escritorios, cátedras y
delirios – sueñan con un levantamiento popular por “justicia social” que
cambiaría de un momento para otro, por obra del espíritu santo o de algún otro
milagro, la correlación de fuerzas en Colombia a favor del pueblo.
Así, según ellos, en
vez de concretarse un proceso de paz, lo que puede ocurrir es que la
insurgencia llegue directo al Palacio de Nariño al estilo de lo que hicieron
los bolcheviques en el Palacio de Invierno. ¡Claro, soñar no cuesta nada!
PROCESO DE PAZ Y ASAMBLEA CONSTITUYENTE
ResponderEliminarLa formación de la conciencia política del pueblo, mediante la cual éste se capacite para crear una nueva Constitución Política democrática, en la que el poder político esté en las manos de la mayoría de los ciudadanos, no se podrá alcanzar mientras el país permanezca en estado de guerra, mientras no se obtenga la paz. Es por este motivo que a la oligarquía no le conviene la paz y que se opone al proceso de paz, y quiere hacerlo fracasar, aunque algunos sectores de la oligarquía hipócritamente aparentan estar a su favor, mientras ganan tiempo para aumentar el desprestigio del proceso y de los sectores de opinión pública y de las agrupaciones democráticas que esperan la oportunidad de trabajar en la conformación de la conciencia política del pueblo.
Indudablemente, una asamblea constituyente precipitadamente realizada, sin que la mayoría de los ciudadanos sepa cuáles cambios en la Constitución son los necesarios para la democracia, sería otro gran error político, la repetición de la farsa de la Constitución de 1991. Lo más sensato es afirmar: primero la paz y luego el tiempo para poner de acuerdo a la mayoría de los ciudadanos respecto de los cambios que deben hacerse para conseguir que el pueblo, conformado como entidad política y jurídica, tenga el poder político y ejerza la soberanía.
De acuerdo amigo Héctor Gonzalo, gracias por su comentario, abrazo
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