En Colombia: respirar, evaluar, aprender y avanzar
¿Qué nos queda del
estallido social?
Popayán, 24 de junio de 2021
Es cierto que muy pocas personas
esperaban que el estallido social que explotó en Colombia se presentara con la
fuerza y amplitud con que se desplegó. No obstante, algunos centros de estudio
y analistas de prensa de variada orientación lo
habían previsto y pronosticado.
Ahora, que la protesta masiva que
arrancó el 28 de abril entró en una fase de agotamiento a pesar que se mantuvo
entre altas y bajas a lo largo de casi dos meses, es necesario respirar,
reflexionar, evaluar y sacar lecciones, a fin de fortalecer y avanzar con la
lucha popular.
Analizar un evento tan complejo como el llamado Paro Nacional es una
tarea bien difícil. No solo porque aún está en desarrollo sino porque al
participar múltiples fuerzas y sectores -que están en juego, algunos ocultos o
camuflados- se pueden mal interpretar ciertas afirmaciones. De todas formas,
hay que atreverse, como ya se hizo cuando abordamos el tema de los
bloqueos.
Es importante hacer notar que
este tipo de estallidos sociales no son exclusivos de Colombia. Acontecimientos
similares los vienen protagonizando los pueblos y los trabajadores desde 2011 con
la “Primavera Árabe”, el 15M de España, el “Occupy WS” en USA, los “chalecos
amarillos” en Francia, lo sucedido en Ucrania, Nicaragua, Hong Kong, El Líbano,
Chile y muchos otros países.
Claro, hay que identificar y
profundizar sobre las causas inmediatas que detonaron esos movimientos y
precisar cuáles fueron las fuerzas sociales y políticas que finalmente los
canalizaron, pero es indudable que la juventud rebelde del siglo XXI ha sido la
protagonista central y principal.
Los principales actores
sociales
Han sido muy variadas las fuerzas
sociales que desplegaron su fuerza a lo largo de estos meses en Colombia, que son
-en verdad- continuidad del 28N de 2019. Veamos:
El primer y principal actor
social es el grueso de la población que rechazó la reforma tributaria propuesta
por Duque y su ministro de Hacienda. Esa gran mayoría que ha sido medida por
diversas encuestadoras
de opinión ha apoyado decididamente la protesta pero -en
general- no está de acuerdo con los “bloqueos” de vías y carreteras como formas
de lucha.
Un segundo protagonista son las
organizaciones sociales de trabajadores estatales, maestros, transportadores,
indígenas, campesinos, cocaleros, estudiantes, etc. que aunque contribuyen con
su fuerza movilizada al desarrollo del “paro”, al priorizar intereses
sectoriales y formas de lucha
tradicionales, a la larga y en el fondo, debilitan el carácter político del
movimiento.
En tercer lugar, se destaca el “precariado
citadino técnico-profesional” que se movilizó masivamente desde noviembre/2019
en las grandes ciudades, mediante concentraciones y marchas periódicas. Es un importante
sector de los trabajadores que poco a poco está desarrollando una visión, un
programa y una acción alrededor de temas como la defensa de la vida, la profundización
de la democracia a todo nivel, la consolidación de la paz, la defensa del medio
ambiente, la lucha de género e identidades, etc. Es pertinente tener en cuenta
que ese precariado no puede “parar” (o paralizar la producción) al estilo del
proletariado tradicional, dado que muchos de ellos son trabajadores asalariados
de empresas o del Estado o pequeños emprendedores que laboran en condiciones de
extremada precariedad laboral.
Y en cuarto lugar, están los contingentes
de la juventud más beligerante que provienen de sectores populares, estudiantes
radicalizados, barras bravas de equipos de fútbol y otros grupos que podríamos
caracterizar como “el precariado informalizado”. Son jóvenes desempleados o en
edad de estudiar que no lo pueden hacer porque no cuentan con los recursos económicos
para hacerlo. Ellos necesitaban liberarse del confinamiento obligado por la
pandemia, encontrarse con sus pares en
la lucha -principalmente- contra la policía y visibilizarse mediante concentraciones
y barricadas en “puntos
de resistencia”. También se habían mostrado en noviembre de 2019 pero lo
hicieron con más contundencia a partir del 20 de septiembre de 2020 durante el levantamiento
en Bogotá contra la policía y los CAIs[1].
Cada sector ha colaborado con
esta lucha a su manera, cada uno tiene su propio balance, incluyendo algunos
sectores que aparecían de nombre en el Comité Nacional de Paro CNP pero que no
desplegaron toda su fuerza en esta ocasión (cafeteros, paneleros, arroceros,
etc.).
Periodización del proceso de
lucha
La movilización social que
denominamos “estallido” se inicia el 28 de abril ante la convocatoria del
Comité Nacional de Paro que en noviembre de 2019 y mayo de 2020, había
presentado pliegos de exigencias al gobierno. La respuesta a la convocatoria
fue masiva y beligerante. El motivo inmediato fue el rechazo generalizado a la
reforma tributaria presentado al Congreso por el presidente Duque y su ministro
de Hacienda.
A partir de ese momento se pueden
observar tres fases en el movimiento. Una, desde el 28 de abril hasta el 3 de
mayo, día en que se integran La Minga Indígena y los gremios de los transportadores
especialmente en Cundinamarca, Boyacá, Nariño, Huila, Santander y el Eje
Cafetero, que impulsan cierres de vías generalizados en coordinación con
pequeños y medianos productores agrarios. Paralelamente el movimiento en las
ciudades se generalizaba frente a la represión brutal y criminal por parte del
gobierno.
Una segunda fase va desde el 4 de
mayo hasta el 25 y 26 de mayo en que el gobierno obliga al Alcalde y al Arzobispo
de Buenaventura y a delegados de los manifestantes de esa ciudad a firmar un
acuerdo para empezar a despejar las vías mediante “cordones humanitarios” para
facilitar el abastecimiento de alimentos, medicinas y combustibles. A la sombra
de ese acuerdo firmado con presencia del presidente Duque, que luego fue desconocido
por el mismo gobierno, se inicia la ofensiva de las fuerzas retrógradas y
oscurantistas.
A la madrugada del mismo día, Duque
aprueba el decreto de “Asistencia Militar” que lanza desde Cali para acabar con
los bloqueos que persistían en el suroccidente del país, convoca “marchas del silencio”
en varias ciudades (que les fracasan), e inician la contraofensiva contra el
movimiento popular utilizando “civiles” armados (paramilitares) no solo para
atacar a los manifestantes (entre ellos La Minga en Cali) sino para realizar
toda clase de asonadas contra alcaldías en La Plata (Huila), Jamundí, Yumbo y
Tuluá (Valle), en donde provocan incendios y toda clase de desmanes para
desprestigiar la protesta popular.
A partir de esos días de finales
de mayo se entra en la fase de lo que podría llamarse como “desescalamiento”
del movimiento, que desafortunadamente se dejó llevar al terreno de mantener o
despejar los “bloqueos” o cierres de vías, cuando las grandes movilizaciones y
concentraciones pacíficas habían demostrado su eficacia.
Durante este período el gobierno
jugó a las llamadas “negociaciones” que solo han sido una maniobra de
distracción mientras utilizaba fuerzas de choque, unas infiltradas en las
protestas y otras del lado de la policía, para justificar el trato de guerra
que le dio al llamado “terrorismo vandálico” promovido y orquestado por el
mismo Estado.
A partir de ese momento los
muchachos de Cali y de otras regiones son los que mantienen la iniciativa de la
protesta mientras que el Comité Nacional de Paro, por la falta de reacción
frente a la estrategia de violencia y terror que desarrolla el gobierno, se fue
quedando a la deriva de los acontecimientos.
Y a pesar que las grandes
mayorías han valorado y apoyado enormemente el movimiento de protesta y sus
logros[2],
el gobierno y los medios de comunicación tratan infructuosamente de posicionar
la idea de que el “paro fracasó” o de que terminó “desgastado”, o que fue obra
de políticos “oportunistas” y “pirómanos” que quieren “incendiar al país” y desestabilizarlo
motivados por intereses electorales.
Esta sería la cuarta fase del
“estallido”, o sea, la de la lucha política por valorar (negativa o
positivamente) lo ocurrido a lo largo de estos casi 60 días.
Las respuestas a la “rebelión
juvenil”
Cómo el gobierno y la derecha
uribista no han logrado imponer su lectura de que el “estallido social” fue
obra del “castro-chavismo internacional”, se ha tratado de “sectorizar” la
protesta y de llevarla a ofrecer soluciones a los jóvenes rebeldes, que según
esa visión lo que exigen se reduce a estudio y empleo.
Frente a ese tema se han
expresado más o menos 4 tipos de respuestas que corresponden a actitudes
políticas y a lecturas filosóficas, algunas de las cuales -pienso- no se
excluyen totalmente:
1. La asistencialista burguesa,
que le llaman de responsabilidad social corporativa, que les ofrece a los jóvenes programas de “educación,
empleo, recreación, cultura, etc.”, para “mejorar” las condiciones de
explotación y dominación sin tocar para
nada la estructura capitalista y menos impulsa transformaciones de carácter
civilizatorio frente a la dominación patriarcal, la economía crematística, la
cultura del progreso, el consumismo, etc.;
2. La asistencialista
progresista, que les ofrece casi lo mismo pero ejecutada desde y por el Estado,
por medio de gobiernos “democráticos”, aunque en el discurso pueda que prometan
“cambios estructurales” pero impulsadas desde la institucionalidad existente
(le llamo, el modelo progresista de la gestión del “Estado heredado”);
3. La insurreccional del tipo de “revolución
proletaria-bolchevique”, que es la fórmula clásica de las revoluciones del
siglo XX para transformar el mundo (“si derrocamos a la oligarquía financiera
podremos imponer o construir -desde el poder- el socialismo y/o comunismo”);
4. La “autonómica”, que propone
fortalecer los procesos de organización popular (“asambleas populares
auto-convocadas”, cabildos indígenas, consejos comunitarios, etc.), aprovechar
el estallido social para canalizar la energía desatada hacia la construcción
paciente y sistemática de “auto-gobiernos”, “contra-poderes”, “poder paralelo
desde-abajo”, para acumular verdadera fuerza popular y socavar el sistema
capitalista (y patriarcal, depredador, etc.), construyendo desde ahora y en la
práctica nuevas relaciones sociales colaborativas que rompan con la lógica del
capital.
De acuerdo a lo observado hasta
ahora, en las actuales condiciones políticas y organizativas de los sectores
populares de Colombia, las respuestas o lecturas 1 y 2, van a confluir y/o
coincidir en ofrecer soluciones “viables”, “posibles”, que ya se están
orquestando por medio de los “diálogos y conversaciones” locales y regionales
entre los gobiernos y los jóvenes declarados en rebeldía.
Es posible que en el año 2022,
una fórmula política progresista logre acceder al gobierno y se convierta en el
instrumento temporal para ofrecer e implementar ese tipo de “soluciones”, con
todas las limitaciones del caso y su papel desmovilizador.
La respuesta-lectura 3,
posiblemente entusiasme a los jóvenes más emocionales, inmediatistas y
cortoplacistas, pero no pasarán de ser minorías al estilo de las que entre 1960
y 1990 se lanzaron al “monte” para dirigir la insurrección y hacer la
revolución armada.
Y la 4, puede captar a algunos
dirigentes juveniles (y a algunos más maduros) que deberán conectarse en su
praxis (práctica-teórica) con otros procesos de organización y de construcción
de pensamiento crítico a nivel latinoamericano y global, para consolidar ese
camino.
No obstante, la profunda crisis
del sistema capitalista y de la civilización del “crecimiento material
ilimitado”, será el fuego que alimentará nuevos estallidos sociales que
necesariamente se irán convirtiendo en verdaderos levantamientos, que harán
confluir -de una manera nueva y totalmente revolucionaria- a todas estas
respuestas-lecturas y miradas descritas para diseñar y construir verdaderas
soluciones.
Todo depende de qué lectura se
imponga en los balances y conclusiones que se elaboren en el inmediato futuro.
Sobre el “estallido social”
Decíamos en texto anterior que este
movimiento de protesta era a la vez un “paro,
huelga, estallido, minga, insurrección y fiesta popular”. No obstante, pienso
que el carácter principal es el de un “estallido social”. Es indudable que se
produjo una “explosión”; la inconformidad y el miedo fueron superados por la
indignación y la rebeldía. Durante unos días se alcanzó a desplegar una fuerza
telúrica que movilizó a millones de personas en cientos de municipios, y que
además, conmovió a todo un país y el mundo.
El paro y la huelga fueron parte
del acontecimiento pero fueron relativamente débiles. Sólo algunos sectores de
los docentes y otros trabajadores del Estado hicieron huelga. El “paro” en
algunos sectores de la producción fue obligado por los bloqueos de diverso tipo
que se realizaron en algunas regiones. La Minga se hizo ver en las calles de Cali
en apoyo a los jóvenes rebeldes pero terminó en un bloqueo de carretera. La
insurrección fue parcial y localizada, sin dirección ni objetivo. La fiesta
popular fue una realidad de arte y creatividad pero fue manchada de sangre y
muerte por parte de un Estado criminal.
Tres posiciones políticas (que vienen
de atrás y tienen su historia y prácticas concretas) se manifestaron durante el
transcurso de estos días de protesta popular en Colombia.
La que trató de convertir el
estallido en “levantamiento popular” para tumbar a Duque. Es la visión
insurreccional que intenta que todo levantamiento se convierta en una “revolución
clásica”, en donde cada grupo que impulsa esa posición tiene sus propias
expectativas, que van desde una revolución democrática a una socialista o
comunista. Dichos sectores o grupos demostraron que no tenían ni la fuerza ni
la organización para lograrlo.
La que pretendía canalizar el
estallido social hacia las elecciones del año 2022. Tampoco demostró tener la
capacidad para conducir el movimiento y evitar que la estrategia gubernamental de
infiltración, provocación, violencia asesina y falsa negociación lograra, de
alguna manera, sus propósitos de desgaste y debilitamiento del movimiento.
La que plantea como principal
tarea promover el encuentro entre los diversos sectores que han venido participando
en el “paro”, para iniciar un proceso de organización masiva y superar la
visión inmediatista y coyunturalista que lleva a colocar como prioridad la
negociación con el Estado. Esta última posición ha logrado algunos avances con
la propuesta de construir las Asambleas Populares, pero todavía está en una
fase inicial.
La pregunta que queda planteada
es: ¿Quién o quienes canalizarán el estallido social? Sólo el tiempo permitirá responderla.
[1] CAI: Centro de Atención
Inmediato de la policía nacional.
[2] Los logros concretos del
movimiento son evidentes: el gobierno retiró la reforma tributaria y la reforma
de la salud fue derrotada en el Congreso; renunciaron por efecto del “paro” los
ministros de Hacienda, Relaciones Exteriores y el Embajador en EE.UU.; se
posicionó una agenda social en educación, ayudas a pequeños y medianos
productores durante la pandemia, planes y programas de empleo para jóvenes, y
otras iniciativas que el gobierno pretende liderar. Y por sobre todo, se ha
hecho evidente la enorme desigualdad e inequidad que existe en Colombia y el
gobierno de Duque está completamente desprestigiado a nivel interno y externo.
(Nota del Autor).
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