¿Cómo canalizar políticamente
el estallido social?
Popayán, 30 de
junio de 2021
En anterior
artículo se plantearon algunas ideas sobre la caracterización de la protesta
que se manifestó en Colombia como un estallido social. En otro texto, se detallaron
los principales actores sociales, se presentó una periodización, se describieron
las actitudes políticas y las propuestas para la juventud rebelde, y surgió la
pregunta sobre quién podrá canalizar la fuerza desplegada.
Estamos
ahora viviendo la 4ª etapa planteada en la periodización. El gobierno y las
derechas (algunas
vergonzantes disfrazadas de “centro”) se aprovechan de las escaramuzas que quedan
después de un estallido de ese tipo. Provocan y permiten que jóvenes “radicalizados”
protagonicen situaciones de degradación y desgaste para desprestigiar la lucha
y descalificar a las fuerzas políticas que han apoyado decididamente la protesta.
Como
lo hemos planteado anteriormente, el carácter diverso de esta lucha y la
confluencia caótica de fuerzas e intereses, genera condiciones para que la energía
vital y masiva del movimiento se agote en un momento dado. Mantener artificialmente
el “estallido” solo lleva a hacerle el juego a quienes desde un principio lo
infiltraron para generar violencia y tratar de deslegitimar la lucha popular ante
los ojos de la mayoría de la población.
Por
ello, las fuerzas democráticas, progresistas y de izquierda que han apoyado el
movimiento de protesta deben convencer a algunos sectores de la juventud
rebelde que hay que “parar y respirar”. No solo se trata de reflexionar,
evaluar, organizar y preparar nuevas batallas sino que efectivamente hay que
reaccionar frente a la pandemia. La Covid-19, con sus variantes incluidas, está
disparada
y nos obliga a pausar la lucha y a cambiar de estrategia.
En
el artículo de referencia quedó -más o menos- planteada la idea de que en lo
inmediato debemos actuar en dos niveles: a) Fortalecer la organización popular
y ciudadana mediante el impulso de asambleas populares con visión de autogobierno,
poder paralelo o contrapoder; y b) Consolidar la organización política para
disputar la dirección del Estado heredado, cuidándonos de caer en ilusiones
vanas, de convertirnos en “administradores” del gran capital y en “desmovilizadores”
y “domesticadores” de la lucha popular.
Las
siguientes ideas van en esa dirección e inauguran lo que podríamos denominar
como aportes a la estrategia y al programa. Está claro que seguir “atados” a la
dinámica del “estallido” solo servirá para que nuestras fuerzas se desgasten
inútilmente.
¿Cómo
ser anti-post-capitalistas dentro del capitalismo?
La
única estrategia revolucionaria que es posible impulsar en este instante en
Colombia consiste en apoyarse en los dos sectores sociales que están
interesados en desarrollar una política de transformación del aparato
productivo tanto con visión de industrialización de nuestras materias primas
como de romper con el modelo energético dependiente de los combustibles
fósiles.
Esos
dos sectores son los pequeños y medianos productores agropecuarios (cafeteros,
paneleros, arroceros, paperos, lecheros, cacaoteros, fruticultores, yuqueros,
plataneros, piscicultores, etc.) y el precariado profesional, sobre todo
el que puede aplicar sus conocimientos técnicos en esas actividades productivas
transformadoras.
La
estrategia revolucionaria consiste en impulsar una política “desde abajo” y “por
arriba”. O sea, desde las organizaciones sociales y paralelamente desde el
Estado (si se logra acceder al aparato de gobierno). Así, se pueden aprobar nuevos
tipos de incentivos a la industrialización, toda clase de estímulos a la
asociatividad colaborativa con criterios empresariales, rediseñando los
subsidios gubernamentales y la inversión social rompiendo con enfoques asistencialistas
y paternalistas.
Uno
de los puntos del Pliego de Emergencia planteado por el Comité Nacional de Paro
como es la “renta
básica”, permite clarificar nuestra posición. Dicha iniciativa tiene un
carácter asistencialista y hasta populista (por eso hasta Uribe la apoya a su
manera). Es posible que en un país de Europa dicha política cuente con las fuentes
fiscales para sostenerla, pero la economía colombiana no tiene la capacidad
competitiva a nivel global para financiar un gasto de ese tipo.
Claro,
estamos hablando dentro del marco del capitalismo que es donde estamos parados
y lo estaremos todavía durante mucho tiempo. Y por ello podemos afirmar que la
prioridad a todo nivel es invertir en transformar el aparato productivo, industrializar
nuestras materias primas, construir una matriz energética “limpia” basada en
recursos renovables, y generar una economía apoyada -principalmente- en asociaciones
de los pequeños y medianos productores.
Esto
lo vienen entendiendo los dirigentes progresistas de países como Bolivia y
Ecuador. Saben que ahora no cuentan con los recursos que generaba la bonanza de
los precios de las materias primas, especialmente del petróleo y gas, que
sirvieron para financiar una serie de subsidios que crearon la ilusión de que
millones de personas salían de la pobreza o ascendían a ser clase media, y que
por ello, deben impulsar políticas de mediano plazo para transformar sus aparatos
productivos.
Por
otro lado, es importante hacer notar que en Colombia contamos con una pequeña y
mediana producción de alimentos y otras materias primas que nos ofrece una gran
oportunidad. Ese factor productivo ha sido comprobado ahora durante la pandemia, en
donde el sector agropecuario colombiano, especialmente el de los pequeños
y medianos productores, ha sido uno de los que mejor ha enfrentado la situación
de emergencia sanitaria y crisis económica en América Latina.
Es
por ello que las organizaciones de base que se deben potenciar son las que
agrupan a los sectores sociales mencionados. Existen gran cantidad de
asociaciones de pequeños y medianos productores agrarios, que defienden los
territorios y los recursos naturales, y, aunque es muy difícil organizar
al “precariado profesional”, si se impulsan efectivas y prácticas estrategias,
planes, programas y proyectos productivos, culturales, educativos y de
innovación tecnológica adecuada a la realidad de nuestro país y el mundo, se
pueden organizar cientos de miles de profesionales y tecnólogos.
En
el caso de las organizaciones tradicionales hay que generar un debate amplio y
profundo sobre su carácter estrecho, puramente reivindicativo, que se limita a dinámicas
de presión al gobierno, con concepciones asistencialistas y dependientes. Estamos
en mora de abordar ese tema a fondo que salió a relucir durante el Paro. Casi
todas sus acciones se reducen a representar intereses sectoriales que los aíslan
del conjunto de la sociedad, mostrando una escasa actitud transformadora frente
a su trabajo en concreto (incluyendo al magisterio y a FECODE).
Y ese
debate debe incluir a las organizaciones políticas que aunque tienen vínculos
con los movimientos sociales no logran relacionar y fundir su acción con políticas
de transformación estructural. Por un lado hacen “sindicalerismo” y “gremialismo”,
y por el otro, reducen la lucha política al “electorelismo”, situación que los
lleva al “cretinismo parlamentario” (lo que explica que el Comité Nacional de
Paro terminó convirtiéndose en una especie de ayudante de los parlamentarios de
“oposición”, transformando los pliegos de exigencias en “proyectos
de ley”).
Esa
dinámica “dicotómica” o binaria, lleva a los dirigentes “políticos” a convertirse
en “aspirantes a burócratas”. Por ello, su perfil en su mayoría es de abogados,
politólogos y contratistas de ONGs, expertos en DD.HH. y en la “paz”, pero desligados
de las necesidades productivas y materiales de las gentes. Por otro lado,
los economistas, contadores públicos, ingenieros, tecnólogos, etc., son
formados con la mentalidad y lógica del Gran Capital, al servicio de conglomerados
transnacionales y del mismo “Estado heredado”. Este debate debe
desarrollarse al interior de los movimientos sociales y de las universidades
públicas y privadas.
Buen articulo, pero un capitulo aparte, se merece la economia solidaria y popular.
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