¿CÓMO ENFRENTAR LA
DICTADURA DEL GRAN CAPITAL?
Popayán, 7 de diciembre de 2018
Lo que ocurre
con Julián Assange, preso en una embajada suramericana en Londres en calidad de
asilado de un gobierno que está a punto de entregarlo a sus enemigos para que
lo pongan en manos de un verdugo, es una verdadera tragedia para los pueblos
del mundo.
Es lo que
sucede con Lula, pasa con Correa, empieza a ocurrir con Petro, y puede
acontecer con Evo, AMLO o con quien se atreva a desafiar al gran capital
financiero.
Son
verdaderos héroes de esta época; fueron triunfadores en momentos de gloria
cuando tenían cierto poder (formal y parcial) pero, aunque es difícil decirlo,
son víctimas de una institucionalidad y legalidad que aceptaron utilizar como medio
y herramienta de lucha.
Todos han
sido puestos en la picota pública por un juez o fiscal parcializado, no fueron
derrotados en justa lid, no han sido siquiera condenados, pero están aislados y
a merced del poder plutocrático.
Assange
retó el secreto criminal de las agencias de inteligencia de EE.UU. y del
capital global. Lula y Correa distribuyeron entre los más pobres una parte de
la riqueza que administraban. Develar lo oculto y generar esperanza fue su
pecado y, por ello, los castigan.
Para algunos
son gajes y riesgos de la lucha. Para otros es un mensaje abrumador que lleva
al derrotismo absoluto. Para unos más, es un problema a resolver para no caer
en la trampa de una legalidad que no se respeta ella misma. La pregunta que
surge es:
¿Cómo jugar
contra el dueño del casino si además de marcar los naipes decide garrotear y
encerrar a quien se atreva a ganarle usando sus propias reglas y cartas? ¿No se
debe jugar?
Antes de avanzar
Ante todo,
deberíamos pensar en cómo liberarlos de su encierro. Es posible que ellos no
hayan calculado bien, se hayan equivocado en algunas cosas, pero son de los
nuestros.
También,
hay que hacerles saber que fueron cientos de millones de personas las que creímos
que el gran capital global era tan fuerte y estaba tan consolidado que no violaría
su propia institucionalidad para reprimir de la forma como lo ha hecho. Estamos
asimilando la lección.
Además, que
no están solos y que valoramos al máximo su esfuerzo y valioso trabajo. Que los
traidores han salido de sus madrigueras y quedaron expuestos.
Y que hay
que evaluar con mucha rigurosidad para avanzar sobre lo recorrido. Los pueblos
no tienen más salida que seguir luchando.
¿Por qué la oligarquía financiera global viola
su propia legalidad?
Es evidente
que en las últimas décadas los pueblos hemos avanzado y es el gran capital
financiero global el que está en problemas.
Luego de la
oficialización del fracaso del socialismo “estatista” del siglo xx (1989) que desde
décadas atrás había mostrado sus limitaciones, los teóricos del capitalismo anunciaron
su triunfo total. Pero los trabajadores y pueblos del mundo entero les dieron un
rápido mentís.
El
alzamiento zapatista en 1994 inauguró un nuevo tipo de luchas sociales y
políticas anti-capitalistas y se desencadenó después el ciclo de los gobiernos
progresistas de América Latina. Las movilizaciones contra la globalización
neoliberal se hicieron sentir y las luchas por democracia real se
desencadenaron por todo el planeta después de 2011 (primavera árabe, 15M,
OcupaWS).
Posterior a
la grave crisis económica y financiera de 2008, la inestabilidad ha sido la
constante en el mundo del gran capital. La globalización neoliberal que traería
riqueza y bienestar para todos en la actualidad se encuentra en una profunda crisis.
El “nacionalismo
de gran-potencia” soportado en gobiernos autócratas que resurgió en Oriente
después de la caída del “socialismo”, hoy es el modelo a seguir por Occidente. El
“capitalismo asiático” se ha mostrado más efectivo y eficiente para la época
actual.
Lo que se
observa es que el capitalismo del siglo xxi, que ha vuelto a formas coloniales
de súper-explotación del trabajo y de acumulación por despojo, no puede funcionar
con la más mínima democracia. Trump, Bolsonaro, Duterte, etc., son la muestra
de lo que se viene en todo el planeta.
La razón de
fondo de la crisis de los gobiernos progresistas consiste –precisamente– en la no
comprensión de esa realidad y en la infundada ilusión de que las oligarquías
plutocráticas iban a respetar los llamados “mínimos democráticos”.
De la crítica al progresismo latinoamericano
Ahora que
los gobiernos progresistas de América Latina pasan por un ciclo difícil y
regresivo empieza a ponerse de moda una crítica despiadada y visceral de
algunas izquierdas “puristas” y sectores supuestamente “radicales”. Esa crítica
tiene sesgos realmente infantiles.
Creo que la
experiencia de los movimientos y gobiernos progresistas de la región debe
abordarse con mucha mayor seriedad y rigurosidad. Ir más allá del progresismo
sin cuestionar las razones profundas de “nuestro” fracaso común, es seguir en
lo mismo.
Lo denomino
“fracaso común” porque así mucha gente de la izquierda –incluida la “izquierda
autonomista”– no lo quiera reconocer, hemos contribuido de una forma u otra con
ese fracaso. No le llamo derrota, aunque podría ser en realidad una
auto-derrota.
Desde hace
varios años algunas personas hemos señalado lo que consideramos “errores”
cometidos por los gobiernos progresistas y de izquierda sin dejar de reconocer
los aciertos y la intencionalidad democrática-popular de todos sus principales
dirigentes.
Esos
errores son: 1. Destinar el grueso de los recursos disponibles a ampliar la
cobertura de servicios públicos sin priorizar el cambio de la matriz productiva
dependiente de la exportación de materias primas, y; 2. Debilitar la autonomía
del movimiento social por medio de la cooptación de sus organizaciones y más
importantes dirigentes.
Creemos que
esas dos falencias están conectadas y soportadas por una concepción cristiana,
paternalista y asistencialista de la lucha revolucionaria. Es la base filosófica
de lo que ha sido una especie de suicidio político y de desarme espiritual de
la lucha de nuestros pueblos.
Se renunció
desde los gobiernos progresistas a lo que había sido el soporte central de
nuestras luchas que consiste en templar nuestras fuerzas en y por medio del
trabajo, la organización y la movilización para lograr las transformaciones
estructurales que requiere y exige la vida.
Profundizar la autocrítica y la evaluación
El problema
de la cooptación y el debilitamiento del movimiento social no corresponde solo
a los gobiernos progresistas. Si las organizaciones sociales hubieran tenido la
suficiente madurez política y organizativa, habrían ayudado a orientar a los
gobernantes y fortalecido los procesos sociales y políticos desde abajo y por
arriba. Por ello, de una forma u otra, somos co-responsables.
Tenemos al
frente una gran multiplicidad de experiencias por evaluar y superar. Una de
ellas es la relación con el Estado. Pareciera que no hemos logrado entender la
naturaleza del Estado y que ingenuamente hemos intentado usarlo a nuestro favor
apostándole todo a su “fuerza”.
En ese
terreno debemos resolver varios dilemas. Si no estamos preparados, si nuestra
fuerza es débil, fácilmente el Estado nos captura y nos introduce en su dinámica.
Terminamos gestionando el gran capital y sus instituciones, creyendo
ingenuamente que lo utilizamos en nuestro favor.
Pero, del
otro lado, si sobredimensionamos nuestra debilidad y nos negamos a luchar en el
terreno del Estado (institucionalidad), también permitimos que el monstruo
capture a las mayorías y las utilice en nuestra contra para aislarnos y
golpearnos.
“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando querían alertar sobre los extremismos.
“Ni mucho que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando querían alertar sobre los extremismos.
Hoy tenemos
una serie de miradas –diversas y complejas– de la vida (naturaleza, sociedad y pensamiento)
que nos permiten superar las concepciones dualistas y mecanicistas que han sido
una enorme carga negativa para nuestras luchas.
Para
hacerlo debemos dialogar con respeto y total honestidad.
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