LA CAÍDA DE LOS DEMÓCRATAS Y LA IZQUIERDA EL 2-O
Popayán, 14 de
octubre de 2016
“Pero no
deja de ser alentador advertir que esta vez no les fue posible polarizar a los
colombianos.”
William
Ospina
Si Santos perdió el plebiscito
del 2-O contra todo pronóstico, la izquierda colombiana extravió su alma y su
capacidad crítica durante ese proceso. Mientras Uribe ganaba precaria y
tramposamente esa elección, los demócratas perdían la vergüenza al no ser capaces
de idear una estrategia para deslindarse del gobierno. No se necesitaba mucho,
sólo era decisión.
¿Por qué ocurrió esta situación?
¿Por qué los demócratas y la izquierda desaprovecharon la ocasión de hacer
notar su posición política y su mensaje ante la población colombiana? ¿Por qué
renunciaron a jugar un papel preponderante y visible en la lucha por la
terminación negociada del conflicto armado en Colombia? ¿Acaso no era su
consigna de toda la vida?
Esta es la tragicomedia más incomprensible
de todo lo que ocurrió el 2 de octubre pasado. No se trata de “egos” como
muchas personas creen. Todos sabíamos que hacer protagonismo individual o
partidista no era muy conveniente ni para la causa del SI ni para quien lo
hiciera. Algunos partidos o figuras políticas lo hicieron pero tal parece que
su acción no fue la más efectiva.
Se intuía y se propuso que una
campaña por el fin del conflicto tenía que ser liderada por un auténtico
movimiento ciudadano. Pero nadie lo promovió. Además, como el gobierno
monopolizó los recursos económicos estatales, los partidos políticos quedaron
maniatados. Una campaña electoral es costosa y más “costosa” si los votos no se
pueden “cobrar”, de acuerdo al utilitarismo que predomina en todos los partidos.
He allí un problema y un dilema. Pero si hubiera existido claridad y voluntad
ese asunto se habría resuelto con facilidad. No obstante, ese limitante sirvió
para justificar la pasividad. Es parte del drama y la comedia.
Es tragicómico porque es un hecho
triste que causa risa. En este caso sarcástica. Algunas organizaciones de la izquierda
más cercana a la insurgencia que contaron con recursos económicos para la
campaña, se dedicaron a realizar marchas para mostrar su “poder” (más rural que
urbano), lo que generaba un triunfalismo infundado en las fuerzas del SI, mientras
provocaba resentimiento y envalentonamiento en las huestes del NO, que denunciaban
que esas actividades se realizaban con recursos gubernamentales o con dineros
aportados por la insurgencia. O sea, tales acciones causaban un efecto
totalmente contrario al que se perseguía.
Pero lo más cruel y lo que
explica realmente la derrota es la confusión ideológica.
Hay organizaciones que
sobredimensionan las fuerzas de Uribe para seguir cómodamente al lado de la
burguesía burocrática. Esa actitud se convirtió en costumbre, tradición y
traición. Se hacen las alianzas más estrambóticas y se utilizan los argumentos
más ridículos para pelechar en los puestos y contratos con la excusa del “coco
uribista”. Se necesita la sombra del fascismo para “calmar conciencia” y
creerse ellos mismos unos “sacrificados”. Cuando la dictadura de Pinochet ese
fenómeno fue muy visible en Chile, hasta el punto que se elaboraron chistes crueles
con historias y anécdotas verídicas. Dueños de ONGs se enriquecieron “luchando
contra la dictadura”, acumulando dineros de cooperación y solidaridad internacional.
Aquí, con la “lucha por la paz y contra Uribe” ha ocurrido algo similar.
Existen otro tipo de situaciones
conflictivas que generan confusión. La de la izquierda que nunca se alzó en
armas, que se enfrentó política e ideológicamente con las FARC y que sufrió
agresiones de la insurgencia en muchas regiones del país. La del progresismo
que justificadamente cuestionó los crímenes y excesos cometidos por la
guerrilla durante las diferentes fases de degradación de la guerra. La de los
demócratas que saben que la superación del conflicto armado es una condición
indispensable para construir democracia pero no tienen claro en qué momento y
por qué causas la guerrilla se convirtió en un obstáculo de esa lucha. Todas
esas situaciones y muchas más creaban dudas y confusión.
Por ello los mensajes y discursos
que impulsaban el SI, eran tan diversos y contradictorios. En vez de
concentrarse en el “fin negociado del conflicto armado”, se enredaron con el
tema de la “paz”. Por eso surgió el lema de la “paz pura y simple”. Algunos no querían
deslindarse del gobierno, otros no podían hacerlo y unos más, no fueron
capaces. No se logró construir una narrativa con un mensaje de futuro y
esperanza. En muchos casos el llamado a apoyar el SI se promocionaba diciendo
que era para derrotar o desarmar a las FARC. En fin, era un NO invertido, o un
SI vergonzante, que fácilmente podía convertirse en un NO contundente o en
abstención.
Pero el grave problema consistió
–como siempre– en la división, dispersión y ausencia de debate colectivo que
hubiera podido ayudar a aclarar el problema. Ni siquiera al interior del Polo,
Alianza Verde y los Progresistas, se desarrolló una discusión sistemática para
unificar el contenido y la forma de desarrollar la campaña por el SI. Las
diversas tendencias, grupos y subgrupos tenían sus propias lecturas y, tal vez
conscientes de esa realidad, no se hizo el esfuerzo para construir esa
estrategia unificada. Ello explica que fuera el presidente Santos el que
encabezara el SI, y con sus torpezas demagógicas ayudara al triunfo del NO.
Todo lo anterior revela en gran
medida la ausencia de liderazgos demócratas, de izquierda y progresistas en las
movilizaciones que han surgido después del 2-O. También, que el único mensaje
sea el de “Acuerdo YA”, sin mayor contenido. Los jóvenes presionan al gobierno,
a Uribe y a las FARC para que se pongan de acuerdo. No quieren más guerra, se
solidarizan con los campesinos e indígenas, pero hasta allí llegan. Y no podía
ser de otra manera. Los demócratas, la izquierda y los progresistas no sembraron
más. Y para completar, todos ilusamente creen que la juventud movilizada los
apoya… ¡Hasta el gobierno y las FARC!
Lo que es evidente es que el
ambiente político ha quedado abierto hacia el futuro, especialmente hacia el
2018. La polarización Santos-Uribe, sufre en el post-plebiscito un mayor desgaste.
Poco a poco se aclara que el uribismo “puro” no representa ni encabeza totalmente
a los que votaron por el NO (18,7%). El “coco uribista” utilizado por sectores
de la izquierda para justificar su alianza con Santos, se va desdibujando. Además,
el bloque “santista”, ya desgastado con los resultados del 2-O, va a sufrir
nuevos deterioros en lo inmediato con la aplicación de la reforma tributaria, el
aumento ínfimo del salario mínimo y la crisis fiscal.
El surgimiento de una nueva
alternativa política queda servida sobre la mesa. El 2-O fue una prueba no
superada para la clase política colombiana. Todos quedaron al borde del nocaut.
Se necesita que un “nuevo movimiento” se apoye en un “outsider” que tenga una
narrativa que enamore a los jóvenes, que nos vincule a la modernidad que pasó
por encima del país sin tocarlo, que nos ayude a visualizar y diseñar la
democracia que necesitamos, que abra las compuertas para los “invisibles” de
que habla William Ospina en su último artículo (goo.gl/Q8mN6O)
y que nos entusiasme de verdad para construir una “paz estable y duradera”.
En fin, se necesita un mensaje de
futuro y esperanza que durante todo este proceso nadie logró ni elaborar ni posicionar.
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