Dar forma al “movimiento democrático”…
PACIENCIA ESTRATÉGICA
Popayán, 7 de diciembre
de 2014
En política – como en la vida – si no se hacen bien las cosas,
en cualquier momento los errores revientan y se pagan. Si no se construye
unidad con base en una fuerte y consistente identidad ideológica,
necesariamente se terminará en indecisiones, desgastes, parálisis, y
finalmente, la división y la dispersión. No hay posibilidad de hacer trampa. La
forma debe estar completamente integrada al contenido. No se puede caminar por
desechos para llegar más rápido o hacer
más fácil la tarea. No podemos auto-engañarnos. En cualquier momento salta la
liebre. No por mucho madrugar amanece más temprano.
Es lo que ha pasado con el Polo Democrático Alternativo y se
repetirá – invariablemente – con la Alianza Verde. La división manifestada en
las pasadas elecciones en ambos partidos es una ratificación de esas verdades
de sentido común. Igual circunstancia está viviendo el partido liberal. Los
pocos socialdemócratas que quedan en ese partido están migrando hacia nuevos
escenarios para no quedar enterrados con sus rancios jefes neoliberales. La
renuncia de Alpher Rojas Carvajal, ex-director Nacional del Instituto del
Pensamiento Liberal a la militancia en ese partido (http://on.fb.me/1I1fnyc) es parte de ese
proceso.
Lo interesante de estos intentos fallidos es que dejan
importantes lecciones que estamos aprendiendo. En forma sintética presentamos
algunas de ellas:
1. No
son suficientes los pactos o convenios programáticos. Siempre habrá
interpretaciones, énfasis, manejos y aplicaciones diferentes de acuerdo a la
formación ideológica de las fuerzas y personas que participan de la experiencia
política.
2. No
son suficientes los reglamentos y estatutos. Si no existe una fuerte identidad
ideológica, esas reglas no servirán para nada.
3. Se
requiere un diseño estratégico unificado. Es necesario construir conjuntamente
unos objetivos, metas precisas, fases y procedimientos. Es indispensable un
plan concertado. Es el verdadero combustible del proyecto.
Éste último aspecto ha sido poco trabajado en Colombia. En el
PDA se juntaron fuerzas que todavía creen en (o sueñan con) la insurrección
civil popular. También se sumaron diversos sectores que – así no lo acepten
públicamente –, no han renunciado a la lucha armada. Además, ya estaban en el
PDI los que decididamente están por la vía electoral. Es más, al interior de
cada uno de esos sectores existen diferencias que no se han aclarado. ¡He allí
el detalle!
Por la importancia que este tema tiene para poder constituir
en el inmediato futuro un nuevo proyecto político que le de forma al
“movimiento democrático” o Partido del Pueblo, que ya existe en el corazón y en
la conciencia popular (http://bit.ly/1vN8JGt),
intentaremos formular una visión de lo que podría ser ese diseño estratégico,
de acuerdo a las experiencias exitosas que están desarrollando los pueblos de
América del Sur, y claro, con base en nuestras condiciones particulares.
Historia y diseño
estratégico
Después de la caída del bloque socialista en la Europa
Oriental, la geopolítica mundial cambió (1989). La lucha armada como
herramienta de revolución social y política no tuvo – a partir de ese momento
–, razón de ser. El imperio tenía todas las herramientas y fuerza para derrotar
esos intentos por medio de la instrumentalización de los conflictos. Así,
diseñaron la estrategia de los “conflictos de baja intensidad”, las guerras de
4ª generación y las “guerras sucias”. Así ocurrió en Colombia. Sólo ahora
algunos caen en cuenta. Son los tozudos hechos que nos atropellan. La
insurrección zapatista lo comprendió muy bien y se transformó oportunamente en
un levantamiento simbólico, basado fundamentalmente en la fuerza organizativa
de los pueblos indios. Y allí están, tirando del carro de la historia.
Vienen entonces durante los años 90s del siglo XX y principios
del XXI, los levantamientos populares civilistas que respondían a la profunda
crisis económica que trajo la aplicación de las políticas neoliberales. El
primero fue en 1989 en Venezuela (“El Caracazo”) pero en Colombia se vivía ya
ese proceso que era canalizado de alguna manera por los movimientos insurgentes
sin conseguir éxitos contundentes. El proceso constituyente impulsado y
manipulado por la oligarquía en 1991 fue una respuesta táctica a dicho ascenso
de las luchas populares en Colombia.
Es sobre esa oleada de luchas populares como se va diseñando
la estrategia popular y democrática para derrotar políticamente a las
oligarquías y al imperio utilizando las vías electorales. Chávez inicia ese
proceso en Venezuela en 1999, que ha sido continuado por Lula y Dilma en
Brasil, los Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, de alguna
manera la Bachelet en Chile y el Frente Amplio (Vásquez-Mujica) en Uruguay.
A pesar de las diferencias que tienen estos procesos fruto de
las particularidades de cada país y de los movimientos populares comprometidos
– unos más avanzados que otros –, unos con bases rurales, indígenas y
campesinas, otros con el apoyo de los trabajadores y sectores urbanos, lo
cierto es que el diseño estratégico tiene enormes similitudes de las cuales es
válido aprender.
Veamos el caso de Venezuela. Después de salir de la cárcel en
1994 Chávez se dedica a construir el núcleo del Movimiento V República,
recogiendo de aquí y de allá, sin
colocarse como meta la unificación formal de la izquierda. Ese núcleo
diseña la estrategia que no se puso como
objetivo – en lo inmediato – la derrota del imperio y mucho menos una
revolución socialista. El objetivo central era derrotar a los partidos
tradicionales oligárquicos (Adecos y Copeyanos, AD y COPEI), castigarlos por su
descomposición y corrupción. Sólo eso.
Y para ello había que juntar a todas las fuerzas democráticas decentes que
existían en Venezuela. Luis Miquelena – un liberal decente – era el principal
aliado político de Chávez.
En cada país ha ocurrido un proceso similar. En algunos países
en donde la correlación de fuerzas lo permitía y exigía, como Venezuela,
Ecuador y Bolivia en donde las fuerzas del cambio ya se habían constituido en
gobierno, se impulsa la convocatoria de Asambleas Constituyentes para
consolidar y profundizar las transformaciones por la vía revolucionaria
institucional, no sin ciertas dificultades creadas por las fuerzas
contrarrevolucionarias que intentaron asaltar la voluntad popular con golpes de
Estado. En los otros países los cambios son paulatinos y lentos, pero allí van,
poco a poco, consolidando las fuerzas y los procesos.
Lo interesante es tener claro el objetivo. En Colombia se
quiere derrotar los TLCs, hacer la reforma agraria democrática, impulsar un
reordenamiento territorial descentralizado, derrotar las políticas neoliberales
privatizadoras en educación, salud y servicios públicos y demás
reivindicaciones populares, y todo ello se quiere hacer de una vez. Sin
estrategia y sin plan. Quien no incluya uno de esos puntos es “un moderado” o
peor, “un conciliador”. Y es por ello que no se pone como primer, principal y
único objetivo la derrota política de los partidos que representan los
intereses de la oligarquía. Ser gobierno debe ser la prioridad, con un programa
muy amplio, que enamore a las grandes mayorías de nuestro país, que le apunte
ante todo a la corrupción, a la ineficiencia y al clientelismo de los partidos
tradicionales y de los “nuevos”, que hacen parte del establecimiento
oligárquico.
Por ello hemos fracasado, porque queremos hacer todo de una
vez, porque no hemos construido una visión estratégica. Hay que ir paso a paso,
con “paciencia estratégica”. Apoyando a Mockus ya habríamos derrotado a los
partidos tradicionales y estaríamos ahora o saliendo de Mockus o haciéndolo avanzar
hacia lo social. Pero no, plantear eso era una blasfemia. Chávez sólo enfrentó
al imperio después del golpe de Estado de abril de 2002. Correa y Evo avanzaron
en su estrategia después de haber derrotado los intentos golpistas de la
vengativa oligarquía imperial.
Además, en el caso de Colombia, la oligarquía ha podido
identificar a la izquierda con una insurgencia degradada que convirtió a los
campesinos medios y ricos en su objetivo militar y económico. Ello les ha dado
enormes ventajas hasta el punto de que un proyecto fascista y paramilitar
estuvo a punto de apoderarse totalmente del aparato estatal a nombre de la
seguridad de los colombianos y como punto de defensa “patriótico” ante la
supuesta amenaza “castro-chavista”.
Es por ello que el “movimiento democrático” en Colombia debe
sumar las fuerzas políticas y sociales que con toda claridad y transparencia
estén decididamente por las vías electorales institucionales y que además su
práctica real respalde esa decisión. Y para hacerlo más creíble debe concertar
esa estrategia anti-oligárquica con algunas fuerzas del establecimiento burgués
que les interese el proyecto. Empresarios cansados de la corrupción, liberales
socialdemócratas cansados de neoliberalismo, profesionales de todas las áreas
que sufren la precariedad de los empleos y el monopolio de los contratos,
científicos e intelectuales inconformes con la mediocridad de nuestros
gobernantes, mucha pero mucha gente puede subirse con tranquilidad a ese
proyecto de Nación que podría emular la famosa frase de Gaitán: “¡Por la
restauración moral de la República!”. Nada
más, por ahora.
El año 2015 debe ser utilizado para construir las bases de ese
“nuevo movimiento político”. Con 100 líderes y liderezas jóvenes de todo el
país, asesorados por una retaguardia intelectual que debe dejarle el
protagonismo a la juventud, se podría arrancar a principios de 2016. Ya los
veteranos tuvieron su turno y no lo aprovecharon. Los unos, por no ser
decididamente anti-neoliberales (Mockus). Los otros por no aceptar la realidad
del mundo globalizado (Robledo). Unos más, por no deslindarse de una guerrilla
degradada y desprestigiada (Piedad Córdoba, PC y demás). Y todos, por no enviar
un mensaje de verdadero sentido democrático, por no leer la necesidad de
construir serios movimientos políticos y no empresas electorales con dueño y
patrocinador particular.
El programa casi que está a la vista: construir democracia
para el ciudadano del común; golpear la corrupción donde es más visible (altos
sueldos y primas de los congresistas y magistrados); recuperar lo público sin
caer en el estatismo paternalista; defender el medio ambiente sin ninguna clase
fundamentalismos ecologistas; impulsar la industrialización de nuestras
materias primas y apropiarnos de la comercialización internacional de nuestros
productos que está en manos de las grandes transnacionales; recuperar un mínimo
de legislación laboral que proteja a millones de trabajadores precarizados en
sus condiciones laborales; pero todo en el marco de un mundo capitalista que no
vamos a cambiar de un momento para otro.
En el marco de las elecciones locales y regionales se puede
construir este proceso. En esa dinámica hay que impulsar las más amplias
coaliciones para derrotar a la casta política tradicional – incluyendo el
uribismo –, y a la vez ir juntando esa dirigencia joven que está frustrada
dentro de los actuales proyectos políticos. Desgraciadamente, lo que podríamos
considerar como lo más avanzado del “movimiento democrático” – el “progresismo-petrista”
que está al frente de la administración distrital de Bogotá –, también tiene
graves falencias y vicios caudillistas, burocratismo, estrechez de miras,
cerramiento grupista y sectario, y ausencia de una verdadera estrategia
colectiva. Petro es el caudillo y sus áulicos cierran todos los espacios como
lo están comprobando una serie de activistas sociales y culturales de Bogotá.
Combinar el conocimiento y la experiencia reflexiva de
veteranos dirigentes e intelectuales con la creatividad y el entusiasmo
juvenil, deberá ser la fórmula que durante el año 2015 nos permita y facilite
la creación de un gran equipo de jóvenes políticos que dinamicen la vida
política del país a partir de 2016. Si nos lo proponemos, lo lograremos.
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