Tomada de la Revista Ideele |
¿Qué
hacemos con la “democracia liberal”?
Popayán, diciembre 14 de 2022
Con ocasión de lo
ocurrido en Perú con el presidente Pedro Castillo (montajes, cerco político y
mediático, y vacancia parlamentaria inmediata) y en Argentina con la
vicepresidenta Cristina Fernández (condenada a 6 años de cárcel e inhabilitada
para ejercer cargos públicos por supuesta corrupción), se reviven los golpes de
Estado u otras formas de derrocamiento de gobiernos progresistas y de izquierda
en América Latina, y vuelve a debatirse si es posible impulsar y lograr cambios
estructurales a favor de las mayorías populares dentro de la “democracia
liberal”.
Breve recuento histórico
Después del
derrumbe de la URSS (1989), Fidel Castro planteó que cualquier proyecto
político surgido de una insurrección armada de tipo popular que afectara los
intereses del imperio estadounidense en América Latina, no tendría condiciones
para triunfar o sostenerse para construir un modelo de vida alterno al
neoliberalismo y capitalismo existente. Por tanto, había que repensar la
estrategia de los pueblos latinoamericanos (y del tercer mundo) para enfrentar
ese problema que nos impuso la vida. En Colombia, Jaime Bateman había avizorado
esa situación desde 1980.
En 1994 “surgió” la
vía autonomista de los pueblos indígenas del sur de México liderados por los
“zapatistas” y en 1999 se inició en Venezuela el triunfo “pacífico-electoral”
en cabeza de Hugo Chávez. En 2002 sufrió el golpe de Estado que el pueblo
venezolano revirtió con contundencia, lo que se convirtió en un referente
importante para la región. Siguieron las elecciones de Lula (Brasil 2003),
Kirchner (Argentina 2003), Tabaré (Uruguay 2005), Zelaya (Honduras 2006), Evo (Bolivia
2006), Correa (Ecuador 2007), Fernando Lugo (Paraguay 2008), y ahora, AMLO (México
2018), Pedro Castillo (Perú 2021), Boric (Chile 2022), Xiomara Castro (Honduras
2022) y Petro (Colombia 2022), además de las “sucesiones” en Brasil, Argentina,
Uruguay y Bolivia con Dilma Rousseff, Cristina Fernández, Pepe Mujica y Luis
Arce.
El aprendizaje de
esa vía electoral/pacífica y, paralelamente, de los golpes de Estado propiciados
por el imperio estadounidense viene desde las experiencias del presidente
Sukarno en Indonesia (1967) y de Allende en Chile (1970); que son las más
relevantes. No obstante, no se pueden olvidar las numerosas intervenciones políticas,
económicas y militares del gobierno de los EE.UU. en América Latina para
imponer gobiernos oligárquicos subordinados a sus intereses e impedir que proyectos
y dirigentes democráticos y nacionalistas lograran acceder al poder
gubernamental.
En la actualidad,
frente a lo que ocurre en el mundo y a los cambios ocurridos a todo nivel, es
necesario revisar no solo las experiencias de los intentos realizados por
diferentes pueblos por construir autonomía y autodeterminación frente a las
potencias imperiales, sino que se hace imperativo repensar la estrategia de los
pueblos y trabajadores que anhelan superar la enorme desigualdad e injusticia
social que genera el capitalismo, y además, enfrentar los retos de un modelo de
desarrollo basado en el consumismo obsesivo que nos obliga a sobrexplotar los
recursos limitados que nos ofrece el planeta tierra, lo que nos conduce al
riesgo de la extinción como especie.
Durante los últimos
23 años hemos vivido una serie de experiencias populares dentro de la “democracia
liberal”, que se basa en los principios (formales) de igualdad ante la ley y
respeto del debido proceso; separación de los poderes públicos; derecho a libertad,
integridad y movilidad de las personas; libertad de expresión, de prensa e
información; garantías a la reunión y asociación social y política; libertad de
cultos y educación laica, etc. En ese contexto, las oligarquías y el imperio diseñaron
estrategias para provocar y obligar a gobiernos de izquierda y/o progresistas a
violar esa legalidad y así justificar los golpes de Estado, y cuando no lograban
ese objetivo, idearon y aplicaron guerras jurídicas (“lawfare”) apoyándose en
la corrupción de parlamentarios y jueces.
La lista es larga
y diversa. Golpes de Estado o intentos de golpe utilizando las fuerzas armadas (policía
y/o ejército) contra Chávez, Correa, Evo y Zelaya. Golpes parlamentarios (“suaves”,
“blandos”) contra Fernando Lugo, Dilma Rousseff, y ahora, Pedro Castillo. Guerras
jurídicas contra Lula, Cristina, Evo y Correa. Y cercos mediáticos de todo tipo
contra los gobernantes progresistas y de izquierda, usando montajes, trampas,
inventos y mentiras, sin desconocer que en algunos casos algunas alianzas con
sectores tradicionales y/o aliados no confiables (Temer, Moreno), o políticas
erradas (extractivismo que distanció a los gobiernos de izquierda con las
comunidades), permitieron que esas campañas mediáticas lograran desacreditar
algunos liderazgos.
La teoría política y los “sueños
insurreccionales”
Dado que la
teoría política de las izquierdas de la región estaba influida por lo que llamo
“los sueños insurreccionales”, la posibilidad de realizar esos cambios estructurales
por medios pacíficos y electorales parecía (y aún parece, para algunos) una
ilusión. El sueño insurreccional es la creencia de que la única forma de
derrotar al imperio y construir democracia y socialismo, parte de derrocar por la fuerza a las clases dominantes, expropiar la
riqueza social acumulada y desencadenar la creatividad de las clases oprimidas
y explotadas para iniciar la construcción de la nueva sociedad.
Los “sueños
insurreccionales” alimentan la ilusión de que con “golpes de mano”, “caminos
cortos” y “tácticas de oportunidad”, se puede quebrar la resistencia de las
oligarquías y consolidar poderes populares, al estilo de lo realizado en Rusia
en 1917 por los bolcheviques. La herencia de la Revolución Cubana (1959) seguía
orbitando en la mente de los dirigentes populares y democráticos de la región. Se
pensaba que los pueblos y los trabajadores encabezados por “minorías
iluminadas”, podían “hacer la revolución” e iniciar la construcción de la Patria
Grande Latinoamericana, siguiendo el sueño de Bolívar, y paralelamente,
“construir el socialismo”.
Con ese legado
teórico (“ideológico”) se llega al escenario de aprendizaje de la Venezuela de
1999. Los antecedentes inmediatos eran positivos y alentadores. Los estallidos
sociales y las movilizaciones populares que desde 1989 (“Caracazo”) se
presentaron en América Latina durante los años 90s y siguientes, que fueron
resultado de la reacción y rechazo a las políticas neoliberales aplicadas por
los gobiernos oligárquicos por mandato del “Consenso de Washington”, fueron
leídas en muchos casos con mirada insurreccional. La vía electoral y pacífica
se concibió como una forma de “combinar todas las formas de lucha”, en donde la
democracia liberal (“burguesa”) era vista como un instrumento temporal para
acceder al “Poder” y no como un componente permanente de ese proceso
transformador. La meta era la “democracia popular”, contraria a la “liberal-burguesa”.
Hoy vemos cómo
esa concepción sigue vigente en muchos sectores de la izquierda latinoamericana.
Hay quienes, por ejemplo, explican lo ocurrido con Pedro Castillo en Perú, no con
base en un análisis de clases, en la correlación real de fuerzas sociales y
políticas, y en el estudio de la situación que es fruto de una historia
acumulada y concreta, sino que explican todo con el argumento de que el
presidente destituido “no escuchó al pueblo” que le “exigía revertir la situación, se
movilizaba por la Constituyente y con total claridad advertía a su presidente:
‘cierre el Congreso’, ‘meta mano en ese nido de víboras’, ‘póngase los
pantalones, profe’”. Y
cuando lo quiso hacer… ¡lo tumbaron!
Son los mismos que
hoy le exigen a Gustavo Petro en Colombia que desconozca –de un momento para
otro– toda una historia de compromisos del Estado colombiano con los EE.UU. O
sea, quieren que se enfrente abiertamente con el imperio estadounidense con el
apoyo de la mitad de la población “votante”, que sólo llega a ser el 27% de la
población total. Y, además, están inconformes porque el gobierno aplazó para el
2023 la presentación y debate en el Congreso de reformas como la Pensional,
Laboral y de la Salud, que tocan intereses sustanciales de la oligarquía
financiera (bancos, fiduciarias, aseguradoras, EPS), dado que requiere acumular
y concentrar fuerzas, ir paso a paso, y ganar nuevos sectores sociales para
lograr el objetivo propuesto.
También,
cuestionan que Petro haya construido una amplia coalición política, incluyendo
a partidos tradicionales para construir gobernabilidad, o que haya llamado a
José Félix Lafaurie (dirigente uribista de los terratenientes ganaderos) para
hacer un pacto de compra de 3 millones de hectáreas de tierras fértiles para la
reforma agraria, y, además, lo integrara a la mesa de diálogos de paz con el
ELN. Todavía no entienden que para –por lo menos– avanzar con los procesos de
paz y aprobar algunas reformas democráticas que no se pudieron conseguir
durante más de 50 años de insurgencia armada, se requiere liderar una gran
“unidad nacional” que aísle a los guerreristas y golpistas.
Detallando algunas experiencias de América Latina
Si miramos hacia
el pasado inmediato podemos observar que la realidad de dos (2) décadas de
ejercicio de gobiernos de izquierda y progresistas, ha comprobado que no sólo
se trata de desplazar del poder político (gobiernos, Estados, instituciones) a
las clases dominantes, que hoy son verdaderas oligarquías financieras entrelazadas
a nivel global con un enorme poder de bloqueo y desestabilización económica,
sino que la tarea requiere diseñar una estrategia que logre movilizar a los
pueblos y a los trabajadores en lo local, territorial, nacional, regional o
subcontinental y global, en donde los gobiernos y Estados sean instrumentos de
la sociedad y no al revés, y en donde la construcción de nuevas economías
asociativas y colaborativas, la generación de energías limpias y el
fortalecimiento de culturas cuidadoras de la vida, sea una realidad palpable y
permanente.
El presidente
Chávez lo planteó, intentó hacerlo y lo hizo muy parcialmente. Su mirada “cortoplacista”
y “estatista” fue un obstáculo. Confiaba mucho en el papel del Estado y en el
poder del dinero. La “movilización” para él se reducía a masivas
concentraciones para escuchar sus discursos. Contó con una bonanza de precios
del petróleo, creyó resolver los problemas internos con subsidios y se embarcó en
la integración regional (Alba, Unasur, Celac, etc.). Después del golpe de
Estado (2002) que el pueblo venezolano reversó, se radicalizó frente al Imperio
y quiso avanzar hacia el “socialismo del siglo XXI”, desconociendo el rechazo
popular expresado en el referendo
de 2007. Su “acelere socialista” mareó a las burguesías sudamericanas y
poco a poco se fue aislando de los ritmos, tiempos y necesidades de los pueblos
y naciones de la región.
De alguna manera
lo mismo ocurrió con Correa en Ecuador y con Evo en Bolivia. En estas dos
naciones el movimiento indígena y popular contaba con una fuerte organización y
poder de movilización y sobre esa base se aprobaron las Constituciones
“plurinacionales”. Ambos gobiernos se enfrentaron abiertamente con los EE.UU.,
no sólo siguiendo a Chávez para contrarrestar el Acuerdo de Libre Comercio de
las Américas (ALCA) sino porque la bandera antimperialista era una consigna
nacionalista que movilizaba a los pueblos y trabajadores. Y claro, Washington
en cabeza de George W. Bush ayudaba con provocaciones e intromisiones a generar
un clima de tensión que utilizaba para mantener aliados en la región y hacer
política interna.
Lo ocurrido con
Venezuela es más que aleccionador, y aunque
el “chavismo-madurismo” se jacte de que no los han podido sacar del “poder”,
lo evidente es que el proceso iniciado por el presidente Chávez no sólo no
logró construir el más mínimo “socialismo” sino que, por el contrario, hoy
tenemos un Estado semi-fallido, una nación empobrecida, un pueblo
semi-destruido, una economía dolarizada, un gobierno entregando las riquezas al
mejor postor, y un ambiente político en donde los pueblos y los trabajadores no
ven alternativa ni siquiera para lograr los derechos que disfrutaban en tiempos
anteriores a la “revolución”.
Y si miramos
experiencias en donde los estallidos populares contaban con mayores grados de
organización social como son los casos de Bolivia y Ecuador, la situación que
hoy se vive nos puede ayudar a comprender cuánto daño nos ha causado el
“cortoplacismo”, el afán y la impaciencia, además, no saber diferenciar lo que
es el Poder, el Estado (heredado) y el Gobierno. Tenemos dirigentes que piensan
que acceder al gobierno es llegar al “poder”, o que están convencidos que con
solo cambiar la letra de la Constitución, la tarea está hecha o por lo menos,
el camino está desbrozado. Lo ocurrido en estos países demuestra que no es así,
sin desconocer los avances y logros de esos procesos y gobiernos, de los cuales
hemos aprendido mucho.
Así mismo
podríamos detallar la experiencia de Brasil y Argentina, en donde
–indudablemente– los partidos políticos tradicionales de “izquierda” (Partido
de los Trabajadores y el “peronismo”), juegan un papel determinante. En estas
experiencias pareciera que el “movimiento social” estuviera muy lejos de las
expresiones partidarias, y, por tanto, el burocratismo y la “gestión estatal” ha
concentrado el papel de los militantes, que reducen su acción al terreno
electoral e institucional limitándose a lo que denomino “reformismo pragmático
o conservador”. Ello explica, por ejemplo, la actitud represiva de Dilma frente
a las protestas juveniles y a las movilizaciones contra la realización de los
juegos olímpicos y al mundial de fútbol, y la desconexión con amplios sectores
sociales citadinos que luego fueron canalizados por Bolsonaro y las “derechas
libertarias”.
Algunas constantes en las experiencias
“pacifico-electorales”
En términos
generales podemos afirmar que existen unas características comunes y unas
actitudes constantes en las experiencias de gobierno de izquierda y/o
progresistas, que sirven para elaborar algunas lecciones aprendidas. Veamos:
- No hemos afectado –en lo fundamental– la
estructura dependiente de nuestras economías respecto del gran capital
transnacional. Seguimos exportando materias primas, no hemos logrado impulsar
dinámicas sostenibles de industrialización y apropiación social de las cadenas
productivas, y la extracción de valor y plusvalía generada con nuestros
recursos naturales y fuerza de trabajo sigue alimentando los centros de poder
financiero del mundo desarrollado.
- La política de subsidios (“transferencias
monetarias condicionadas” en términos del BM) dirigidos a la llamada “población
vulnerable” han servido para paliar parcialmente los efectos de las políticas
neoliberales y las lógicas capitalistas, pero al manejarse con visión
paternalista y asistencialista, no han logrado “sacar de la pobreza” a nuestras
gentes, y, lo más grave, cuando los recursos escasean o no alcanzan para todos,
los “beneficiarios” no dudan en apoyar a quien ofrezca mantener el “auxilio”
sin mantener ningún tipo de lealtad con el “proceso”.
- Se han desarrollado prácticas burocráticas
y politiqueras que han deteriorado la unidad y la dinámica colectiva y
comunitaria de los movimientos y organizaciones sociales. Ello ha llevado a la
cooptación de dirigentes que ha afectado su autonomía e independencia frente al
Estado, generando todo tipo de problemas y rivalidades entre comunidades y
dirigentes, debilitando las bases sociales organizadas y los mismos “procesos
de cambio”. El manejo inadecuado de los intereses sectoriales de las diversas
comunidades (campesinas, indígenas, mineros, obreros, etc.) ha contribuido en
la agudización de ese fenómeno de debilitamiento del movimiento social.
- No se han diseñado estrategias para atraer
y ganar a sectores importantes de nuestras sociedades actuales que no están
interesadas en “subsidios asistencialistas” (y los rechazan), como las llamadas
“clases medias”, compuestas de pequeños y medianos productores, comerciantes y
emprendedores, profesionales precariados, y a los trabajadores formales de
grandes empresas, que en los últimos tiempos están siendo atraídos por los
proyectos de las derechas neo y proto-fascistas. No es casual el fenómeno
Bolsonaro en Brasil.
- Ha predominado la visión “estatista” y
“legalista”. No hemos podido impulsar verdaderos procesos de movilización
popular en el área de construir nuevas economías solidarias, colaborativas y
asociativas, y de impulsar verdaderos procesos de transformación cultural que
enfrenten las dinámicas de consumismo compulsivo que impone el capitalismo
depredador. El “reformismo pragmático” se ha impuesto sobre el “reformismo
revolucionario”. Al llegar a los gobiernos se impone nuestro “conservadurismo”,
nos dejamos llevar por los afanes mediáticos, las encuestas y las prácticas
propias del “electorerismo mediático” y el “síndrome de candidato”. Por esa vía
se han colado diversos tipos de corrupción y descomposición moral en nuestras
filas.
- De alguna manera nos hemos “enamorado” de
la “democracia representativa formal” y no hemos sido capaces de fortalecer los
gérmenes de “otras democracias” que las comunidades han construido en medio de
sus luchas o que heredaron del pasado. No hemos podido “revolucionar la
democracia y democratizar la revolución” como plantea Boaventura de Sousa
Santos, lo que implica empoderar la democracia “directa” (asambleas
participativas con poder decisorio), la “ilustrada” (consejos consultivos de expertos,
mayores, sabedores), la “deliberativa” (debates, discusiones, diálogos
abiertos), transformar la “representativa” (cargos revocables, sin tanto
privilegio, “mandar obedeciendo”, rendiciones informadas de gestión y cuentas,
etc.).
- Todo lo anterior, de una u otra manera, se
convierte en “pasto seco” para ser quemado por nuestros enemigos o
contradictores. Cuando lanzan su ataque golpista nos encuentran desarmados,
distraídos y/o confiados. Por lo general, señalamos al imperio y a la oligarquía
de orquestar esos golpes (y así es, es lo lógico), pero no nos mostramos
autocríticos para explicar por qué nuestros pueblos no salen a defendernos en
esas circunstancias críticas. Surgen las explicaciones simplistas como la del “síndrome de doña
Florinda” (arribismo clasista) o del “racismo estructural” para intentar
ocultar nuestra propia responsabilidad con lo ocurrido.
El verdadero problema: ¿Qué hacer con la
democracia liberal?
Estamos hoy
enfrentados al dilema de volver sobre los “sueños insurreccionales” o de
profundizar nuestro accionar revolucionario y transformador en el marco de la
“democracia liberal”. En Colombia, de una u otra manera y sobre la marcha, se
está intentando transitar por nuevos caminos. Gustavo Petro ha planteado que “rechazar
la democracia liberal lleva a la dictadura”.
Después de esperanzarnos
durante 50 años con la insurgencia campesina, la guerra popular del campo a la
ciudad, la insurrección obrero-campesina y popular, y/o de ilusionarnos con una
Constitución “garantista” y “progresista” de 1991 que fue utilizada por los
poderes fácticos de los terratenientes y capitalistas financieros para
imponernos el modelo neoliberal, hoy estamos buscando y construyendo formas de “socavar
la fortaleza” desde adentro y desde afuera, desde abajo y por arriba, con
sentido pragmático pero sin renunciar a los sueños de cambio.
Se trata de hacer
confluir los esfuerzos y conocimientos adquiridos “desde abajo”, “desde la
periferia”, “desde los procesos comunitarios”, con las acciones realizadas “por
arriba”, desde y con la institucionalidad, pero sin ilusionarnos con los
“planes de desarrollo”, los “nuevos ministerios”, o las simples leyes y
decretos, que en sí mismos no transforman nada.
Sabemos que sólo
la movilización popular permanente, en todas las áreas de la vida, no sólo para
protestar sino para transformar nuestras formas de producir, de consumir y de
relacionarnos entre nosotros mismos, es la garantía de que los gobiernos y
Estados puedan ser puestos al servicio de las mayorías. Eso es lo que nos han
enseñado las experiencias de los pueblos y países latinoamericanos que de
alguna manera nos llevan la delantera.
La principal
enseñanza nos la ofreció el pueblo venezolano en su momento (2002): Cualquier
golpe de Estado a manos de minorías antidemocráticas puede ser derrotado por la
fuerza incontenible de los pueblos y los trabajadores organizados y
conscientes. Pero, esa fuerza debe ser alimentada y fortalecida todos los días,
con prácticas democráticas y transparentes que mantengan la mística y la
confianza entre las bases sociales y sus dirigentes. Acá en Colombia, recién
empezamos.
Referencias bibliográficas (links)
Aznárez, C.
(2022). “Los errores de Castillo no
pueden justificar el reconocimiento de un gobierno golpista de derecha”. https://rebelion.org/los-errores-de-castillo-no-pueden-justificar-el-reconocimiento-de-un-gobierno-golpista-de-derecha/
Reuters Staff
(2007). “Chávez pierde el referéndum
sobre la reforma de la Constitución”. https://www.reuters.com/article/oestp-venezuela-referendum-idESROD32179620071203
Hernández, Clodovaldo
(2022). “¿Por qué el Gobierno de Venezuela ha resistido y otros presidentes de
izquierda han caído?”. http://www.laradiodelsur.com.ve/por-que-el-gobierno-de-venezuela-ha-resistido-y-otros-presidentes-de-izquierda-han-caido/
Cando, Mario
(2020). “El síndrome de Doña Florinda”. https://portaldiverso.com/el-sindrome-de-dona-florinda/
El País (2022). “Petro:
‘Rechazar la democracia liberal lleva a la dictadura, como ha ocurrido en
algunos países de América Latina’”. Entrevista a Juan Diego Quesada. https://elpais.com/america-colombia/2022-11-13/gustavo-petro-rechazar-la-democracia-liberal-lleva-a-la-dictadura-como-ha-ocurrido-en-algunos-paises-de-america-latina.html
Solo la movilizacion popular permanente en todas las areas de la vida es transformadora.
ResponderEliminarCorrecto!
EliminarDictadura, popular o no, nunca!...
ResponderEliminarOH!
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