COLOMBIA: NI NACIÓN, NI REPÚBLICA, SOLO UNA SIMPLE COLONIA
Popayán, 8 de agosto
de 2019
Se celebran en Colombia 200 años
de la independencia y la “fundación” de la república. Se hizo la independencia
formal de España pero no se constituyó una Nación. Son cosas diferentes que
muchos confunden, por ignorancia o conveniencia. Tiempo después, la oligarquía criolla
nos entregó al imperio inglés y, después, al norteamericano (1903).
Es cierto que funcionamos como un
país, tenemos una economía construida por nuestra gente (así sea subordinada a las
potencias) y portamos una particular y compleja identidad (que nos hace “seres
especiales”), pero no somos una verdadera Nación. Somos una colonia y el “Caín de
América”. Con siete bases militares gringas y gobiernos títeres, no podemos creernos
“independientes”. Las derechas oligárquicas, patriarcales, racistas y
clericales, nos usan como cabeza de playa en la región. Y la resistencia
interna es exterminada a sangre y fuego, a pesar que la oligarquía afirma que
tenemos “la democracia más antigua del continente”.
Para entender por qué hemos llegado
a la actual situación, es interesante comprender lo que en verdad ocurrió en el
pasado. A principios del siglo XIX, el grueso del pueblo mestizo, de origen
indígena, afro y “blanco pobre”, no tenía la más mínima oportunidad de decidir con
autonomía sobre la llamada “revolución” de independencia. Estaban sometidos al
poder omnipotente de los grandes terratenientes y esclavistas mineros, sin
posibilidad de hablar y menos de decidir.
Sólo en muy pocas regiones de la
Nueva Granada existían núcleos de pueblos rebeldes que podían decidir su “propio
hacer” frente a la guerra que enfrentaba a los llamados “patriotas” con los “realistas”.
Eran pueblos indios y negros que no habían sido completamente derrotados y
mantenían una relativa autonomía para poder decidir qué partido tomar.
En el suroccidente colombiano, el
pueblo Nasa, que era el único que mantenía una relativa autonomía, se dividió.
Unos apoyaron a los “patriotas”, otros a los “realistas”. En el Patía, la gran
mayoría de negros rebeldes, que tenían una alianza de vieja data con pueblos
sindaguas (awas), y en Nariño, la mayoría de los indígenas pastos y
quillacingas, se pusieron del lado de los realistas. Conocían a los encomenderos
criollos y sabían que eran peores que los administradores del rey. Era natural
que desconfiaran de la “independencia”.
Para los actuales “ciudadanos”
colombianos y muchos políticos y académicos, influidos por el falso
nacionalismo que ha sido utilizado en Colombia para engañar, la actitud “progresista”
tenía que ser la “patriótica”. Apoyar el rey de España es considerado una “traición”
y es inconcebible que pueblos negros o indígenas pudieran ser “realistas”.
No obstante, si nos colocamos en
el “cuero” de esos pueblos, los 200 años de independencia no les ha significado
gran cosa. No han podido ampliar o fortalecer su autonomía, y siguen en peligro
de ser exterminados o “extintos”. Las leyes que se aprueban en “su favor”, como
las que se aprobaron en tiempos de la “república”, se convierten en trampas y
retrocesos.
La particularidad y complejidad colombiana (historia muy resumida)
En el territorio que los
españoles denominaron la Nueva Granada (actual Colombia), durante la conquista
y colonización, se encontraron con la existencia de un pequeño “imperio”
muisca, en la altiplanicie cundi-boyacense en el centro de esa región, rodeado
de cientos de pueblos indígenas indómitos y rebeldes, en medio de una geografía
y naturaleza exuberante y agreste.
Se enfrentaban a tres cordilleras
gigantescas; dos océanos (atlántico y pacífico) que nos conectan con
Centroamérica, las Antillas y Sudamérica y nos hacen ser un cruce de caminos y migraciones
amerindias (y actuales), y a bosques y selvas impenetrables donde los indígenas
se refugiaban (y después lo hicieron los “negros cimarrones”).
Poco a poco fueron colonizando el
territorio y esclavizando a la población. Esas oligarquías coloniales vivían
aisladas en sus ciudades, rodeadas de la resistencia de los indios. En Popayán,
se protegieron con sus aliados “yanaconas” traídos de Perú y Ecuador; en Bogotá
tenían acuerdos con los indios muiscas mientras los aculturizaban; en Cartagena
se hacían proteger por mestizos-negros domesticados, y en Antioquia, los hijos
de hombres blancos e indias (mestizos) les servían de protección y mano de obra
de haciendas y minas.
En el caso de Antioquia, cuando los
mestizos crecieron, fueron expulsados de las haciendas por medio de la “colonización
paisa” hacia Caldas, Risaralda, Quindío, y norte del Valle, y de allí hacia más
abajo, Tolima, Huila, Caquetá, Putumayo, zonas del Cauca, y los Llanos. No
obstante, esos mestizos de origen paisa, se volvieron liberales en su contacto cotidiano
con los pueblos pijaos, cuyabros, calimas, nasas y demás, rebeldes por
naturaleza. (Es la avanzada más subversiva de nuestro pueblo pero deben
controlar el “resentimiento” para conectarse al resto).
Así continuó la colonización en
Colombia, proceso que no ha terminado. Nunca hubo reforma agraria sino que
empujaron con la violencia a campesinos y colonos hacia tierras baldías. De tal
manera que en Colombia siempre existió una élite de origen español, una gran
base de mestizos domesticados (de origen yanacona, muisca y blanco), y una gran
cantidad de pueblos indios rebeldes pero desunidos y dispersos, que siempre se
enfrentaban con los “capataces”, o sea, con el “colchón de amortiguamiento” que
habían construido los criollos para defenderse de los “malos cristianos”, los “bandidos,
vagabundos e insurgentes”.
Así, los criollos herederos de
los españoles no estaban en capacidad de construir una Nación y menos una
república democrática. Para ellos era mejor mantener el control en las diversas
regiones e impedir la unión de los pueblos rebeldes que podían influir en sus
aliados domesticados, los “indios buenos”, y poner en peligro su hegemonía. Por
ello, necesitaban un aliado imperial en caso de una rebelión generalizada como
ocurrió con Jorge Eliécer Gaitán. Alguien de antaño decía que “la oligarquía
colombiana le teme más al pueblo que al imperio”.
Conclusión
Seguir haciéndole creer a nuestra
gente que en verdad hubo una efectiva independencia y que se fundó una
República, es caer en la trampa de los poderosos. Hay que sintonizarse con
nuestro pueblo que instintivamente sabe que siempre fue una mentira. Por ello
la gente aclama con más exaltación el triunfo de un deportista salido y surgido
de sus entrañas, que la supuesta independencia que muy pocos sienten de verdad
y que pocos celebran con entusiasmo.
La tarea que tenemos por delante
es fundar en serio la Nación y construir la República. No será nada fácil. Para
hacerlo no podemos seguir luchando solo contra los “capataces” (Uribes, Santos,
etc.), apoyándonos solo en un sector de los pueblos más rebeldes (Nariño,
Guajira, alrededores del Volcán del Huila, y Bogotá). Nos toca diseñar una
estrategia envolvente, paciente, inteligente, sin “vivezas” y sin “saltos al
vacío” (supuestas “constituyentes”, etc.), que solo conducen a más guerras
fratricidas y a desgastes innecesarios.
Hay que romper con la repetición
compulsiva que nos conduce a una constante trágica: a) alzamiento rebelde; b)
acuerdo de paz; c) falsa constitución; y d) nueva guerra.
Es lo que ocurrió con algunas
guerrillas, que se dedicaron a acosar a campesinos ricos y medios en muchas regiones,
sin apuntarle a los lacayos mayores y al imperio, generando la base social de
lo que hoy es el “uribismo”. Eso no podemos repetirlo. Hoy está apareciendo una
juventud que marca la pauta, que quiere cambios concretos en la vida real y no
solo en las leyes (que siempre se quedan en el papel).
Esa juventud no quiere más
de lo mismo, así se vista de “nuevo” y "progresista".
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