¡Oportunidad! ¿La sabremos aprovechar? (II Parte)
ENTRE LOS POPULISMOS NACIONALISTAS Y LA GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL
Popayán, 13 de
octubre de 2017
“La narración pre-determina nuestra percepción de la ‘realidad’”
Slavoj Zizek
La particularidad colombiana consiste en que debido a
circunstancias especiales, un sector muy importante de pequeños, medianos y grandes
empresarios del campo y de la ciudad, encabezan un proyecto político sui generis, que se sale del esquema que
se viene imponiendo en el mundo. Por ahora ese proyecto logra entusiasmar a
amplios sectores de las clases medias y de los “nuevos trabajadores del
conocimiento” o “profesionales precariados” (entre ellos, los
cíber-trabajadores[1]),
que aspiran a una democracia moderna, a derrotar la corrupción
político-administrativa y consolidar el proceso de paz. No sabemos si ese
proyecto podrá jalonar a otros sectores sociales pero sin duda ya son un actor
importante hacia las elecciones de 2018.
Ese proyecto político (Coalición Colombia) se sale de la
dinámica global impuesta. No se alinea con ninguna de las tendencias político-ideológicas
que en este instante se enfrentan en diversas regiones del mundo. En los años
recientes, los “populismos de derecha o de izquierda” se han convertido en los
principales contradictores de los partidos políticos que impulsan, defienden y
explotan a su favor la globalización neoliberal. Los “populismos de derecha”
usan reivindicaciones nacionalistas, racistas y xenófobas mientras que los
“populismos de izquierda” se plantean anti-imperialistas y socialistas, pero ambos
sólo enfrentan los efectos de la crisis del modelo neoliberal que ha afligido a
amplios sectores de la población sin poder resolver el problema de fondo.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? ¿Qué intereses
representa ese proyecto político y qué continuidad puede tener hacia el futuro?
¿Cuáles son las condiciones particulares que han propiciado ese fenómeno? ¿Cómo
puede servir a los intereses de la sociedad?
Una mirada global
necesaria
Para entender el fenómeno en Colombia es necesario analizar
lo ocurrido con el Brexit, Trump y lo que ocurre en Cataluña. Son regiones del
mundo en donde la crisis económica de 2007-8, y la profunda recesión económica
de la última década, han golpeado con fuerza a sectores importantes de la
población, especialmente a los trabajadores de sectores industriales que fueron
vapuleados por la globalización neoliberal, especialmente por la
deslocalización de empresas. En esas regiones y otras, sectores de la burguesía
y pequeña burguesía han levantado programas ultra-nacionalistas (salida de la
UE, “primero USA”, independencia del
Reino Español) que han logrado canalizar la inconformidad de amplios sectores
sociales, enfrentándose a las expresiones políticas de quienes aprovechan la
globalización neoliberal sin importarle las negativas consecuencias locales en
el mundo desarrollado[2].
Las fuerzas democráticas y las izquierdas en esos países han
quedado presas –casi paralizadas– frente a esa tenaza que se configura entre
“populismos de derecha”, por un lado y por el otro, los “demócratas liberales”
defensores del capitalismo globalista realmente existente. En algunos países
como Francia, han surgido alternativas “no polarizantes”, como la que encabezó
Macron, que logró pasar por el medio en el acontecimiento electoral pero que,
finalmente, una vez posesionado en el gobierno, se colocó del lado de la
“troika europea”[3]. Además,
esa dinámica impuesta ha mermado el empuje de los incipientes proyectos
alternativos como Podemos en España o Syriza en Grecia. Y en el Reino Unido y
EE.UU., políticos como J. Corbyn y B. Sanders, a pesar de sus esfuerzos y
buenas intenciones, no han logrado detener la tendencia polarizante que impone una
realidad que atrapa y frustra a las fuerzas progresistas.
Y si se observa más al detalle, lo que ocurre en América
Latina con el retroceso de los proyectos “progresistas” y “socialistas”, hace
parte del mismo fenómeno pero a la inversa, como si fuera reflejada en un
espejo. Tanto en Brasil, Argentina y otros países, las derechas globalizadoras y
globalizantes se apoyan en las clases medias, empresarios medios y jóvenes
profesionales que rechazan los nacionalismos estrechos, y utilizando las
banderas de la anti-corrupción logran movilizar importantes sectores de la
población contra los “procesos de cambio” que impulsaban las izquierdas. Es
algo contradictorio y paradójico: acá en el sur, el populismo se pinta de
izquierda mientras que en el norte se manifiesta como de derecha. Pero el fenómeno,
en últimas, es el mismo.
Las particularidades
en Colombia
En Colombia las consecuencias de la aplicación del modelo
neoliberal desde 1990 han afectado a amplios sectores sociales y productivos. Ellos
son: Los capitalistas “nacionales” y los trabajadores de la débil industria
mortalmente herida por la destructiva apertura económica; los trabajadores
estatales afectados por las privatizaciones y la desregulación laboral; los
pequeños y medianos productores del campo de origen campesino (caficultores,
lecheros, paneleros, paperos, etc.) golpeados por la importación de alimentos,
la política monetaria, la volatilidad del mercado global y la falta de apoyo
estatal; y los empresarios agrícolas impactados por los Tratados de Libre
Comercio TLCs. Y, en general, toda la población colombiana ha sufrido las
consecuencias de las políticas neoliberales pero la presencia de la economía
del narcotráfico y del conflicto armado, han distorsionado los efectos y la
percepción de los mismos por parte de los diversos sectores sociales.
Lo natural hubiera sido que las fuerzas de izquierda y alternativas
canalizaran la inconformidad frente a dichas políticas como ha ocurrido en la
mayoría de países latinoamericanos. Y, efectivamente, la resistencia popular y
las movilizaciones sociales no se hicieron esperar. Sin embargo, importantes
sectores de la producción agropecuaria (cafeteros, arroceros, ganaderos, bananeros,
etc.) que fueron atropellados –de una u otra forma– por las guerrillas
izquierdistas, no lograron entroncarse con las corrientes políticas progresistas
sino que, poco a poco, fueron canalizados hacia una especie de “populismo de
derechas”, encabezado por Álvaro Uribe Vélez, quien después de haber salido del
gobierno (2010) ha sabido utilizar hábilmente las reivindicaciones de esos
sectores productivos, por un lado, para oponerse al gobierno neoliberal de
Santos, ayudarles a negociar subsidios con el Estado (con el concurso de algunos
sectores de izquierda), pero, especialmente, dichos ejercicios le han servido para
acumular fuerza política colocando como principal enemigo de la “patria” a lo
que llama como “castro-chavismo”, o sea, todo lo que representan las FARC y
gran parte de la izquierda.
Es indudable que algunos sectores de izquierda,
especialmente los sectores vinculados a esos sectores sociales y productivos,
han dado la lucha en ese terreno pero concepciones políticas heredadas del
período anterior, ilusiones sobre el papel de la denominada “burguesía
nacional”, y la confrontación ideológica “geopolítica” acumulada durante la
“guerra fría”, impidieron que las izquierdas colombianas se re-crearan (y
transformaran) como ocurrió en países vecinos. Los dogmatismos y sectarismos
hicieron imposible que –en medio de la guerra– el debate ideológico y político
se desarrollara y surgieran nuevas miradas e iniciativas para enfrentar las
diversas coyunturas sociales y políticas que se han presentado a lo largo de
los últimos 30 años, cuando el movimiento popular se expresó de múltiples
formas (movimientos cívicos, movilizaciones populares de diversa naturaleza,
participación electoral) y las circunstancias políticas así lo exigían.
Además, a partir de 2013, cuando se inician los diálogos
hacia una paz negociada entre el gobierno de Santos y las guerrillas de las
FARC y, especialmente, a partir de 2014 cuando amplios sectores de izquierda
llaman a “votar por Santos contra Uribe”, el “populismo de derecha” (uribismo)
queda en cabeza de la oposición al gobierno, mientras que las fuerzas de
izquierda en su conjunto aparecen (así no lo quisieran) como aliadas del
gobierno, no solo frente al proceso de paz sino que con la teoría de no
debilitar al gobierno, los demócratas y la izquierda desarrollan una actitud
complaciente con un gobierno agresivo, anti-popular, neoliberal y demagógico
que nunca dudó en reprimir las luchas populares, y que siempre jugó a la doble,
impulsando una supuesta “paz imperfecta” pero alimentando en su seno las
fuerzas de la reacción conservadora. Así, obligó a la insurgencia a aceptar
condiciones que han querido ser impuestas a la sociedad como las de no
cuestionar el modelo económico y el carácter del Estado.
De esa forma los demócratas y las izquierdas le dejaron el
terreno abierto al “uribismo”. El gobierno de Santos siempre permitió que en su
interior pervivieran aliados de Uribe (militares encabezados por el ministro de
defensa Juan Carlos Pinzón) o enemigos declarados del proceso de paz que
pelechaban estratégicamente para aprovechar la nómina burocrática y los
contratos de obras oficiales (vivienda e infraestructura) en cabeza del
vice-presidente Germán Vargas Lleras y su partido Cambio Radical. Mientras
tanto, los demócratas y las izquierdas sumisamente aceptaron todas las
condiciones –“líneas rojas”– impuestas por un gobierno que utilizaba la
consigna de la paz para vender ilusiones, supuestas reformas democráticas y
reconciliaciones pacíficas, mientras desmovilizaban y desarmaban a las
guerrillas pero preparaban y alimentaban las fuerzas reaccionarias para
quitarle el escaso (casi nulo) filo transformador a los acuerdos firmados con
las FARC. Una trampa y una celada armada desde el principio.
Cómo sería la inconsecuencia de los demócratas y el
conformismo de las izquierdas (y de gran parte del movimiento social) que la
presidenta y ex–candidata presidencial del principal partido de oposición, el Polo
Democrático Alternativo, la ex–alcaldesa de Bogotá, Clara López Obregón, aceptó
el cargo de ministra del Trabajo cuando más débil estaba el gobierno y,
simbólicamente amarró a los demócratas y a las izquierdas a un gobierno profundamente
anti-popular que con sus mentiras pacifistas fracasó de forma estrepitosa en las
elecciones del Plebiscito de la Paz (02.10.2016). Hay que decir que nunca los
demócratas y las izquierdas hicieron serios esfuerzos por deslindarse del gobierno
de Santos, nunca se mostraron como fuerzas que apoyaban el proceso de paz pero que,
a la vez, rechazaban abiertamente la demagogia de Santos y el triunfalismo de
las FARC, que fueron las principales causas de ese tremendo fracaso y derrota
política.
Claro, detrás del entramado político estaban jugando las
cúpulas de los partidos políticos “alternativos” y de “izquierdas” cooptados
por la dinámica institucional; los directores y funcionarios de ONGs sobornados
con contratos para el “posconflicto”; y los dirigentes sociales burocratizados
y captados por el Estado en las múltiples negociaciones de conflictos sociales
que, en general, el gobierno incumple pero que sirven para acercar, enamorar y
engañar con pequeñas migajas a líderes descompuestos y debilitados política e
ideológicamente por las concepciones utilitaristas de las organizaciones de
izquierda que les dan ejemplo desde los cargos de gobierno. Todo ello y mucho
más, amarró a los demócratas y a las izquierdas a un gobierno débil y
vacilante, que nunca pudo (o quiso) quitarse de encima la influencia del
“uribismo”, y que cada vez que las izquierdas tímidamente protestaban, amagaba
con “sacrificar” a Uribe pero sin que afectara para nada a las fuerzas
infiltradas en su gobierno.
El viraje
post-plebiscito
Solo después del fracaso-derrota del SI en el plebiscito del
2 de octubre/2016, algunos sectores democráticos y de izquierda, logran
entender las causas del triunfo del uribismo, y deciden deslindarse del gobierno
de Santos. Para hacerlo entienden que la lucha contra la corrupción es una
bandera política que los diferenciaba totalmente de los grupos políticos que
apoyan al gobierno. Y en esa dinámica se van ligando a sectores sociales que en
Colombia no pueden ser canalizados por los “populismos de derecha o de
izquierda” y que tampoco pueden ser interpretados por la política de la burguesía
transnacional representada por el gobierno de Juan Manuel Santos. Esos sectores
sociales rechazan –por sobre todo– el papel de la burguesía burocrática, “sumun
de la corrupción”, y desean construir una democracia y un Estado moderno,
eficiente y medianamente regulador de la economía.
Son sectores sociales y productivos que por principio no
rechazan la globalización y quieren aprovechar las ventajas que
–comprobadamente– les ofrecen los TLCs[4],
pero quieren avanzar hacia una economía desarrollada y construir un aparato
productivo que compita en el mundo capitalista. A la vez, se niegan a aceptar
una economía totalmente estatizada y rechazan las políticas paternalistas y
asistencialistas que están fracasando en los países vecinos. No obstante, son
sectores que están dispuestos a que el Estado invierta en el desarrollo de
nuevas tecnologías, en el fortalecimiento de un aparato productivo que genere
empleo digno y formal y no degrade la naturaleza, y que ofrezca oportunidades a
amplios sectores de la población para consolidar sus procesos productivos que
han construido en las últimas 3 décadas.
Este nuevo camino es el que se le puede y debe proponer a
las burguesías emergentes, surgidas de economías legales e ilegales, a los
“nuevos trabajadores” (profesionales precariados y ciber-trabajadores), a los
trabajadores del Estado e informales, a las clases medias pauperizadas o en
camino de proletarización, y a toda la sociedad que requiere miradas y
propuestas diferentes. En esa lógica, en primera instancia no nos enfrentamos
con toda la dinámica del capital, tampoco rechazamos la intervención del Estado
pero tenemos que limitar el alcance e impacto de los monopolios que nos imponen
economías de enclave y otras prácticas que impiden nuestro propio desarrollo.
Pero no tenemos que hacerlo de una forma agresiva ni utilizando retóricas
“revolucionarias” y “anti-imperialistas”, mucho más ahora que en el mundo
híper-desarrollado han aparecido dinámicas anti-globalización que desmitifican ese
tipo de retórica.
Es importante aclarar que los “populismos de derecha” al
igual que los de “izquierda”, han utilizado por igual las políticas
paternalistas y asistencialistas que han consistido en extrapolar los programas
diseñados por el Banco Mundial BM para poblaciones vulnerables. Esos programas durante
la primera década de neoliberalismo fueron bautizados como “transferencias
monetarias condicionadas”, a los que los gobiernos “progresistas” denominaron
subsidios, auxilios, bonos, incentivos, etc. Su esencia es la misma y la única
diferencia es que su cobertura se amplió a nuevos sectores de la población y a otros
servicios como educación, salud, vivienda, etc.
¿Hacia un
post-capitalismo?
Es evidente que en Colombia este proyecto político responde
a una coyuntura política muy concreta y particular. Sin embargo, las fuerzas más
avanzadas de la Coalición Colombia pueden y deben proponerse una apuesta de
mayor alcance. La derrota simultánea de los corruptos, politiqueros y
guerreristas, abre grandes posibilidades para formular un programa político de
amplia cobertura y proyección. La búsqueda de autonomía económica ya se intentó
antes del auge del neoliberalismo pero en el caso de Latinoamérica estuvo
liderado por el mismo imperio estadounidense. Por entonces, después de la 2ª guerra
mundial, se impulsaron los mercados regionales (Pacto Andino, entre otros) y la
sustitución de importaciones pero dicho proceso era planificado y en beneficio
de la metrópoli imperial. Sin embargo, hoy en Colombia existen todas las
condiciones para intentarlo de nuevo pero en una situación diferente. Tenemos
una amplia base de pequeños y medianos productores, especialmente
agropecuarios, y unos empresarios medios y “nuevos trabajadores” (profesionales
precariados, cíber-trabajadores), muchos de los cuales tienen experiencia
internacional en emprendimiento y desarrollo empresarial. Podemos intentar
nuevos experimentos basados en el apoyo del Estado, la asociación de pequeños y
medianos productores, la conformación de grandes empresas mixtas con la
participación de los mismos productores, capitalistas no monopolistas, y el Estado,
para apropiarnos de toda la cadena productiva no solo en el mercado interno
sino a nivel global (internacional).
Ya está demostrado que los colombianos (y latinoamericanos) no
podremos avanzar basando nuestra economía en la exportación de materias primas.
En siglos pasados siempre fuimos exportadores de oro, platino, cacao, tabaco o
quina. Llevamos más de 130 años exportando café en grano, 100 años vendiendo
petróleo crudo, 90 años entregando frutas y otros productos, y 35 años
exportando cocaína y marihuana, mientras poderosas empresas transnacionales o
grandes mafias, son los que intermedian y procesan el producto, y lo venden
directamente al consumidor. Hoy podemos revertir ese proceso pero se requiere
voluntad política. No tenemos que declararle la guerra a nadie ni lanzar
manifiestos de independencia. Podemos hacerlo en la práctica, sin cambiar la
Constitución Política, e incluso, sin revisar los TLCs. Sólo se trata de tener claridad
y audacia política, visión asociativa y empresarial, confianza en la gente y
sentido común. Es bueno recordar que por ejemplo, de cada 100 pesos que obtiene
de ganancia la Nestlé o Starbucks en la venta de una taza de café en Londres,
París o Nueva York, escasamente comparten con el productor colombiano entre 5 a
6 pesos. Y lo mismo ocurre con todos los demás productos de exportación. Claro,
primero tenemos que sacar del gobierno a las elites clasistas y castas
políticas corruptas, compradas y entregadas al gran capital monopolista
internacional. Y en esa tarea es que estamos.
Y además, las fuerzas de los trabajadores y pequeños
productores, insertados en ese proyecto político debemos retomar hacia adelante
el modelo que los teóricos han dado en llamar “economías colaborativas”. Esas
economías pueden ser desarrolladas en todos los ámbitos de la producción nacional,
apoyándonos en las revoluciones tecnológicas, comunicacionales y de las
energías que están en pleno desarrollo en el mundo. Dichas economías ya están competiendo
con el capitalismo clásico (y senil). Ese sistema capitalista ha acumulado
contradicciones insalvables que han preparado el entorno para el surgimiento de
nuevas relaciones sociales y, por consiguiente, nuevas culturas superiores a las
existente. Serán las nuevas generaciones las que tendrán que vislumbrar y
construir esas relaciones post-capitalistas que recogerán lo mejor del
capitalismo y re-crearán formas de organización de la sociedad (como el
pro-común colaborativo y los gobiernos de los bienes comunes[5])
que desde tiempos antiguos ya había inventado el ser humano.
Es por todo lo anterior que la experiencia de la Coalición
Colombia no solo rompe con el falso dilema de tener que escoger entre
los populismos de derecha (o de izquierda) y la globalización neoliberal
depredadora y deshumanizante, sino que en la medida en que sea alimentada y
fortalecida por los sectores más avanzados de los trabajadores, puede abrir un
boquete nuevo, una alternativa de nuevo tipo, frente a los retos de avanzar
hacia una sociedad post-capitalista[6].
[1] Cíber-trabajador:
persona que obtiene sus ingresos del trabajo en la red internet. Va desde un
simple operador de un call-center (central de llamadas) hasta múltiples
profesionales de todas las ramas de la producción, comunicadores y
programadores de software.
[2] En
este sentido es interesante revisar y estudiar el texto publicado en Rebelion.org
“La lucha de clases en Cataluña” de Miguel Manzanera Salavert: http://rebelion.org/noticia.php?id=232660
[3]
Troika europea: grupo de decisión formado por la Comisión Europea (CE), el
Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
[4] Es
contradictorio que hasta hace pocos años las burguesías de los países
desarrollados impulsaban TLCs y que ahora los estén revisando o quieran renegociarlos.
Ver: “El TLCAN cuestionado por sus dueños, o ya no importa” Oscar Ugarteche-Armando
Negrete: https://www.alainet.org/es/articulo/188607
[5] Ver:
Ostrom, Elinor. “El gobierno de los bienes comunes” y Rifkin, Jeremy. “La
sociedad de coste marginal cero-El internet de las cosas, el pro-común
colaborativo y el eclipse del capitalismo”.
[6]
Ver: Mason, Paul. “El post-capitalismo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario