“Otro mundo es posible”…
ESTAMOS OBLIGADOS A INTENTARLO DE NUEVO
Popayán, 29 de
noviembre de 2016
“Uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo
largo de la Revolución, fue creer que alguien sabía cómo se construía el
socialismo.”
Fidel Castro
Uno de los dirigentes de talla
mundial que más insistió en los peligros de una extinción abrupta y súbita de
la especie humana fue Fidel Castro Ruz. La humanidad en la segunda década del
siglo XXI está enfrentada a los riesgos que genera un capitalismo senil y
decadente. Desde un cataclismo planetario ocasionado por el desequilibro
ambiental; una guerra o un accidente nuclear que provoque una gran hecatombe
atómica; o el impacto global de una epidemia planetaria que puede desatarse de la
fuga de un virus de laboratorio o de un virus prehistórico liberado por el
deshielo de los casquetes polares, son amenazas ciertas y latentes que penden
sobre nuestras cabezas y las de las nuevas generaciones.
De acuerdo a dichas alertas que
tienen base científica comprobada, si la humanidad no actúa de consenso y con
cierta urgencia para detener y reversar los efectos del calentamiento global y de
la carrera armamentística nuclear, corremos el riesgo de una posible extinción masiva.
Ya ocurrió con muchas especies animales desparecidas de la tierra en el remoto pasado.
Además, millones de personas sufren todo tipo de enfermedades mentales fruto de
los efectos del consumo obsesivo y compulsivo de mercancías, las innumerables adicciones
psicóticas, la crisis existencial, el auto-aislamiento y la misoginia (en medio
del auge de la comunicación digital). Una parte de la población vive en “estado
permanente de miedo e inseguridad” que es resultado de los efectos de una
economía crematística que no tiene sentido ni control.
No estaban equivocados los pensadores
que construyeron la utopía del “otro mundo posible”. Ya existen las condiciones
materiales para superar esa máquina de destrucción masiva que es el capitalismo.
El nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, las tecnologías y el
pensamiento humano, han alcanzado el perfeccionamiento suficiente y necesario para
garantizar el bienestar a toda la población humana. Sin embargo, no hemos logrado
resolver los problemas éticos, teóricos y políticos que impiden que lo más
avanzado de la humanidad se decida a retomar las banderas de la “revolución
anti-capitalista”. Pensando en ello, a continuación, se plantean en forma sintética,
algunos temas a resolver en un nuevo intento que estamos obligados a impulsar. Frente
al precipicio es forzoso intentarlo otra vez.
“Revolución sistémica” y “revolución política”
Es necesario tener clara la
diferencia entre lo que es una “revolución sistémica” y lo que es una
“revolución política”. Una revolución sistémica es el paso de un modo de
producción a otro, ejemplo, del feudalismo a capitalismo, y en ese proceso
están implícitos muchos factores que influyen para que esos cambios
estructurales se presenten y consoliden. Entre ellos, las transformaciones
tecnológicas que determinan en buena medida las relaciones entre los mismos
humanos, entre los humanos y la naturaleza, y entre los humanos y el
pensamiento, lo cual genera cambios en la naturaleza del trabajo, las
relaciones sociales mismas, el carácter del Estado y los cambios culturales.
Uno de los grandes errores que
cometieron los revolucionarios de los siglos XIX, XX y principios del XXI, fue
creer que las revoluciones políticas, por sí mismas, y sobre todo usando el
Estado “heredado”, podrían hacer la revolución socialista y comunista pasando
por encima de unas condiciones predeterminadas, y por ello, terminaron forzando
las cosas y estrellándose con aspectos culturales y materiales que no podían
cambiar de un momento para otro. Si tenemos claro ese aspecto, podremos adecuar
nuestra acción o gestión del Estado heredado tanto a las limitaciones
materiales y culturales existentes como a las fuerzas reales y transformadoras
que hayan surgido en la sociedad. Combinar, casi “fundir”, revolución y reforma
es la fórmula indicada, pero el problema es elaborar las herramientas
conceptuales y reales para hacerlo. No es fácil.
Una “revolución política” es
básicamente la construcción de una nueva hegemonía social, política y cultural
que logre desplazar del poder político a una clase o grupo de clases que habían
cimentado una hegemonía anterior. Dichas revoluciones se realizaron en el siglo
pasado por medio de insurrecciones populares (algunas armadas o no), pero al no
tener claro el problema “sistémico” de fondo y el problema de la “hegemonía”,
degeneraron en gobiernos autoritarios y en dictaduras, y no consiguieron
construir nuevas formas de democracia que fueran reemplazando o transformando
la democracia representativa, o construyendo nuevas formas de democracias que
ya han existido en diferentes momentos de la civilización humana.
En este punto debemos tener en
cuenta el “pro-común colaborativo” como ejemplo de “otro tipo” de democracia
basada en los “gobiernos de los bienes comunes”, que fueron inventados por
comunidades productoras y consumidoras de diversas regiones y culturas
planetarias. Mi planteamiento es que nuestra lucha en términos estratégicos
debe concebirse en la dinámica de impulsar relaciones y economías de carácter
colaborativo y en función de construir lo que algunos teóricos han definido
como “pro-común colaborativo” (Rifkin, Ostrom).
Las concepciones mesiánicas y la auto-organización
Un nuevo intento revolucionario
de los trabajadores y de la sociedad humana por edificar una sociedad
post-capitalista debe cuestionar todas las concepciones mesiánicas que se basan
en creer que la humanidad va a poder construir algún día una especie de paraíso
en donde no habrán conflictos ni precariedades. Esa idea es la que ha llevado a
la mayoría de revolucionarios a creerse una especie de “salvadores supremos”, a
querer “hacerle la revolución al pueblo” como por encargo, y a cometer tantos
errores subsecuentes.
Ser conscientes de ello nos
permite diseñar un pensamiento y una acción en donde las transformaciones que
estamos planteando, o sea, construir relaciones, economías y culturas
colaborativas que promuevan y vayan constituyendo y perfeccionando “pro-comunes
colaborativos”, no sean para después, para cuando tengamos el “poder”, sino que
podemos hacerlo desde ya en nuestro entorno, familia, barrio, sector
productivo, etc., lo cual nos lleva a lo que algunos llaman visión y acción
“glocal”, o sea, actuar en lo local con pensamiento global y actuar en lo
global con pensamiento local.
Sin embargo, en muchas de las
concepciones y prácticas que promueven esta visión se cae muy comúnmente en una
especie de “autonomismo”, en un “comunismo utópico”, en querer construir algo
nuevo, colaborativo y ecológico sin tocar para nada las condiciones reales y
concretas que impone el poder del capital y el poder del Estado que está a su
servicio, y entonces, dichos proyectos se aíslan del conjunto de la sociedad, e
incluso, en algunos casos pueden terminar siendo utilizados por los bloques
imperiales para debilitar procesos de transformación de alcance nacional o
regional.
La solución no es otra que los
procesos de “auto-organización” tengan su propia dinámica autónoma e
independiente del Estado, para evitar la cooptación, el burocratismo, la
dependencia, el paternalismo, etc., pero sin renunciar a la lucha por controlar
y contar con el apoyo del Estado, sobre todo para neutralizar la acción de los grandes
monopolios capitalistas que siempre tratarán de ahogar y destruir cualquier
experimento económico-social y cultural que atente contra sus lógicas de
acumulación.
No suplantar a la sociedad
Esa nueva tentativa transformadora
y civilizatoria debe cuestionar las formas organizativas de las fuerzas
revolucionarias que en nombre de la democracia o del centralismo, o de su
combinación, terminan reemplazando a la sociedad, asumiendo determinaciones
trascendentales sin consultar ni involucrar a las mayorías, y por tanto, en esa
dinámica, la acción política, la gestión administrativa, el control social,
terminan concentrados en funcionarios y grupos especializados.
En esa dinámica, se debe resolver
el problema de las formas de representación, los límites que hay que colocarle,
la temporalidad, la revocación del mandato, las condiciones para estimular la
participación amplia de las personas y comunidades, y por tanto, buscar formas
de organización que al mejor estilo de los neo-zapatistas mexicanos conviertan
en norma cultural lo de “mandar o actuar obedeciendo”, “convencer y no vencer”,
“proponer y no imponer”, “bajar y no
subir”, “construir y no destruir”, “representar y no suplantar” y “servir y no
servirse”[1].
El eterno problema del “Poder”
El otro tema que sólo se plantea
pero no se desarrolla es el debate sobre el Estado y el Poder. Queda pendiente.
Un resumen sobre los aspectos principales de ese debate que tiene que ver en lo
fundamental con aquellas corrientes de pensamiento que reducen el “poder” a la
“cosa”, o sea, al aparato estatal, y aquellos que lo reducen a la “relación de
dominación”. En uno u otro caso, esa reducción lleva a graves problemas y allí
es donde radica la dificultad. Quienes reducen el “poder” al aparato estatal
creen que las transformaciones se pueden hacer por decreto, “desde arriba”.
Quienes reducen el “poder” sólo a la “relación”, desconocen la fuerza material
del Estado (ejército, burocracia, fuerza económica), creen poder hacerlo todo "desde abajo", y de una u otra forma, son
derrotados, neutralizados o cooptados. Es muy importante ese tema que ha sido
tratado parcialmente por Álvaro García Linera en diversos eventos, y que está
en el centro de todos los fracasos de los llamados “procesos de cambio”.
Reflexionando sobre estos temas, Fidel
Castro lo dijo en sus últimas actuaciones públicas: “(…) uno de nuestros
mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución, fue
creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo.”[2]
[1]
Lemas y principios de los gobiernos autónomos construidos por comunidades indígenas
chiapanecas en México con la orientación y colaboración del EZLN.
[2]
Discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba,
en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en
el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario