UN PLEBISCITO INNECESARIO Y MINORITARIO
Popayán, 2 de octubre
de 2016
Agradezco a mis amigas y amigos
que a lo largo de estos meses –desde que Santos aprobó su famoso Plebiscito– han
apoyado de diversas formas mis opiniones críticas sobre ese evento demagógico e
innecesario. No son muchos (as) pero los valoro al máximo.
Siempre insistí en que estaba de
acuerdo con la terminación negociada del conflicto armado con las FARC pero rechazaba
en forma absoluta la utilización politiquera de la paz. Era necesario develar la
pretensión de la oligarquía de engatusar al pueblo para que –a la sombra de la
justa causa de la paz– pudiera legitimar e imponer hábilmente su 2° paquete
neoliberal.
Sé que mi posición era bastante
difícil de entender y de sostener ante la avalancha mediática desarrollada
alrededor del SI y el NO, y por ello, ofrezco disculpas a aquellas personas con
las cuales se hubieren presentado roces o controversias por mi posición
crítica.
La médula de mi crítica iba
dirigida a aquellos sectores políticos que obsesionados por la necesidad de ejercer
la actividad política en un ambiente sin armas (“pura y simple paz”), olvidaban
que nuestro régimen político es una falsa democracia, agobiada por la corrupción
y el clientelismo, y que por tanto, el Plebiscito sólo era un mecanismo de
oportunidad que la oligarquía pretendía presentar como “histórico” para
refrendar unos acuerdos limitados y amarrados a sus intereses capitalistas y
neoliberales.
Para ello, argumentaba que Santos
ya había recibido un respaldo mayoritario del pueblo colombiano en junio de
2014, qué él debía asumir su responsabilidad y que un Plebiscito de ese tipo,
con un umbral minoritario (13%), no era la mejor herramienta para refrendar los
acuerdos. Que sólo, en la medida en que las insurgencias se desarmaran y se
reintegraran a la vida civil y a la lucha política legal, la sociedad iría
asimilando y aceptando lo acordado.
Denunciaba cómo el imperio y la
oligarquía se estaban aprovechando de la debilidad política de la guerrilla y
de su necesidad de salir de la guerra, para instrumentalizar los acuerdos en
favor del gran capital, legitimando con un apoyo popular en las urnas, unos
acuerdos que no representan –especialmente en el tema agrario– los intereses
del campesinado y de la sociedad en general. Es un problema que queda planteado
y por resolver.
Uno de los aspectos que más
cuestioné, una vez el Plebiscito fue una realidad (lo que me obligó a apoyar el
SI en forma solidaria con el interés general), era que Santos con sus mentiras
politiqueras le hacía mucho daño al SI, lo mismo que la actitud triunfalista y,
a veces, prepotente de las FARC, que en su afán proselitista se equivocaba de
continuo, y por ello, reforzaban y hacían crecer por efecto reflejo las fuerzas
“uribistas” del NO.
Después denuncié que el interés
de la casta dominante era agudizar la polarización y la división del pueblo.
Hice notar como la principal tarea de César Gaviria fue provocar al
ex-presidente Uribe para que finalmente se decidiera por el NO y desechara la
abstención como opción, porque sabían que la crispación de los ánimos polarizados
les permitiría superar el umbral apoyándose en la izquierda y otros sectores
demócratas. Lo que no calcularon era que
el NO se les fuera a crecer. Para todos fue una sorpresa, hay que reconocerlo.
De igual manera –seguramente a
veces de manera fuerte y tosca– les sugería a los dirigentes de las FARC
reconocer sus numerosos errores (que muchas veces fueron graves crímenes en
medio de la guerra degradada) y, de esa forma, pedirle perdón a la sociedad
como una manera de construir un ambiente de paz, lo cual a su vez, se
convertiría en un aspecto positivo y en una retribución benéfica en favor de su
tránsito a la participación política legal. Muchos compañeros de izquierda y
simpatizantes de las FARC asumían equivocadamente esas sugerencias como un
injusto ataque a la guerrilla. No era esa la intención.
Debo aclarar que concibo el
perdón como una importante herramienta política en manos de los sectores
populares. Es un instrumento de alto valor espiritual para construir –en esta
fase de la vida política del país– una verdadera reconciliación entre los
colombianos y de unidad de la Nación. En ese sentido no es de mi interés
exigirles a los representantes de la oligarquía que pidan perdón a las víctimas
y a la sociedad, ya que ellos –por su naturaleza criminal– no son sujetos creíbles.
La historia así lo certifica. Ahora, si lo hacen, es positivo pero no por ello
se debe bajar la guardia.
Ahora bien, en la última etapa de
este proceso eleccionario pude percibir –que a pesar de toda la campaña
mediática por el SI y el NO–, las grandes mayorías del país no habían logrado
ser persuadidas y entusiasmadas por la política del gobierno y de sus aliados alrededor
del Plebiscito. Ese es un hecho que no dudo en calificar como algo positivo
sino que además lo identifico como una gran oportunidad –esa sí histórica– para que los demócratas colombianos podamos superar
la polarización entre dos sectores de la casta dominante que distorsiona la
vida política de la Nación.
De acuerdo a los resultados de
ayer, en que ganó el NO por 0,5% hay que ser ponderados. El NO sólo representa el 18,5% de los electores colombianos, no todos son
“uribistas”, muchos votaron contra las FARC y contra Santos, y por ello no se
puede sobredimensionar esa fuerza ni ubicar a todos los que apoyaron el NO en
un único sector político. Lo mismo ocurre con los que apoyaron el SI. Sin dudar, me atrevo a afirmar que la polarización
Santos-Uribe fue también la gran derrotada, aunque falta profundizar y agudizar
esa tendencia.
Para consolidar esa “despolarización”
del país se requiere un nuevo diseño estratégico, una revisión de las fuerzas
sociales y políticas en relación al nuevo momento que se presenta, un análisis
de la situación en que quedan las fuerzas del “santismo” y el “uribismo”, un
inventario del comportamiento de las fuerzas democráticas, y así, trazar nuevos
planes para avanzar por nuevos caminos. Lo que es evidente es que es posible derrotar
en 2018 a la “patota” corrupta de Santos-Uribe pero hay que atraer y movilizar
a las mayorías abstencionistas.
Los resultados de las elecciones
del 2 de octubre de 2016 son un mensaje de máxima significación que debe ser
leído con ojo crítico para unir a todas las fuerzas que realmente deseen
construir la paz pero, ante todo, derrotar políticamente a la casta dominante
que fue la principal causante de esta larga y cruel guerra que hemos tenido que
soportar. Y para hacerlo, debemos ir paso a paso, sin acelerarnos ni afanarnos,
sin querer salir de la “noche neoliberal” de un día para otro, y por tanto, hay que construir una estrategia inteligente y audaz para triunfar.
En 2018 hay que derrotar primero
a los corruptos. Concentrar todas las fuerzas para sacarlos de los gobiernos. Si
lo logramos, será un gran triunfo para las mayorías de nuestra sociedad que
reclaman un manejo ético y transparente de la administración pública. Dentro de
esas mayorías debemos garantizar la participación de amplios sectores sociales
y políticos que todavía no comprenden la importancia de la soberanía nacional y
de la superación de las políticas neoliberales pero que en medio de la
democratización del país lo irán entendiendo.
Si hacemos bien esa tarea, que
quedó a la orden del día con los resultados de la elección plebiscitaria del 2
de octubre, la siguiente fase de la lucha deberá contar con un programa de gran
contenido social. Si no queremos seguir a la cola de la burguesía burocrática –como
hasta ahora gran parte de la izquierda ha estado– hay que hacer el esfuerzo de
juntar y unir las fuerzas de izquierda, los demócratas y los independientes
para ofrecerle una alternativa a la Nación.
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