Más balances del año 2014
UNA REVOLUCIÓN TRANQUILA
Popayán, 6 de enero de
2015
Sin duda alguna los eventos más importantes en Colombia
durante el año que terminó (2014) fueron, por un lado, la continuación y el avance
de los diálogos de Paz en La Habana, y por el otro, la defensa ciudadana y
popular – política, cultural, ideológica y jurídica –, del gobierno de Gustavo
Petro y la Bogotá Humana. Ambos hechos se constituyeron en una derrota para
Uribe y el Procurador Ordoñez. Además, se neutralizó a los empresarios
corruptos que se apoderaron de los servicios públicos en la capital de la
república a la sombra, primero, de Lucho Garzón y después, de Samuel Moreno. Claro,
ambas situaciones están relacionadas.
La arbitraria pero fallida destitución e inhabilidad política
del actual alcalde de Bogotá fue un ataque directo contra el proceso de Paz.
Las fuerzas más reaccionarias, corruptas y derechistas del país se unieron con
empresarios uribistas y santistas, políticos y funcionarios corruptos del
Distrito Capital, taurinos semi-feudales, ideólogos clericales y homofóbicos,
para derrotar al “movimiento democrático” que tiene en Petro a una de sus
principales figuras, así éste a veces cometa serios errores. De haberlo
conseguido, el mensaje para los líderes de la guerrilla habría sido
absolutamente negativo: Si a un ex-guerrillero que lleva 24 años de ejercicio
pacífico le cobraban de esa manera su rebeldía… ¿qué podrían esperar ellos
hacia el futuro?
El proceso de Paz…
dramas y tragedias
Sin embargo, con relación al conflicto armado los colombianos
tenemos dudas. Decía Marx que “La tradición de todas las generaciones muertas
oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos", y ello cae como anillo
al dedo a nuestro país. La generalidad de los colombianos queremos la Paz pero
tantos años de violencia nos pesan. El drama del proceso de Paz es que los
actores – guerrilla y gobierno – quieren utilizar ese escenario para vender una
imagen “pacifista” que no se corresponde con la realidad que percibe la población.
Las amplias mayorías ciudadanas no le tienen confianza a la cúpula guerrillera
y saben que Santos le teme a Uribe. El ex–presidente utiliza hábilmente ese
hecho para explotar miedos e inseguridades. Y lo hace especialmente entre las
“clases medias” que no quieren saber nada de un gobierno de izquierda que vaya
a implementar políticas “estatistas” como las que Chávez y sus herederos
aplican en Venezuela. ¡La amenaza del “castro-chavismo” efectivamente asusta!
Es importante recordar que la insurgencia después de 1983
inició un proceso acelerado de crecimiento. Se apoyó y financió con recursos
obtenidos de gravar la economía del narcotráfico. También recurrió a la
extorsión y el secuestro que eran resultado de aplicar sus propios impuestos de
guerra. Ese desarrollo progresivo de sus fuerzas y frentes insurgentes, llevó a
pensar – erróneamente –, a los dirigentes farianos, que hacia 1998 habían conseguido
el “equilibrio estratégico” frente a las fuerzas militares oficiales. Grave
error de lectura política que también cometió Sendero Luminoso en el Perú. La
línea militar se había impuesto en esta fase de la lucha, representada por Jorge
Briceño (a. el “Mono Jojoy”), el mejor exponente y sucesor de Jacobo Arenas
dentro de las nuevas generaciones guerrilleras. En esa etapa se sacrificó la
calidad y la formación política de la militancia insurgente siendo sustituida
por la cantidad y la preparación militar y logística. Así, la “guerra sucia” diseñada
para degradar a la guerrilla encontró terreno fértil. El sentido ético de la
lucha revolucionaria se fue diluyendo. Es lo que hoy tanto le cuesta a la
insurgencia y el pueblo le cobra con creces. El miedo a una dictadura de las
FARC es explotado por sus enemigos y es reforzado por la actitud arrogante y la
soberbia que aún muestran muchos de sus comandantes.
Por el lado del gobierno el drama de Santos es no poder
desprenderse decididamente de la sombra uribista. Es dramático porque él sólo no
lo puede hacer. Y no lo va a hacer si la misma insurgencia no le facilita el
camino. El actual Presidente de la República fue Ministro de Defensa de Uribe, estuvo
al frente de todas las operaciones – muchas de ellas ilegales, criminales y mafiosas
– que el Estado adelantó contra las FARC y contra amplios sectores del pueblo,
que así no tuvieran nada que ver con la guerrilla, fueron arrasadas y
exterminadas a sangre y fuego. Pero además, Santos es un representante del más
fiero y brutal neoliberalismo que se aplica en América Latina. Así lo hace
desde los años 90s. Ya lo pregonaba antes desde el Diario El Tiempo pero se
decidió a ejecutarlo a partir de su participación como Ministro de Comercio en
el gobierno de César Gaviria Trujillo (1990-1994). Por ello, aunque tocaba
votar por él para evitar que el uribismo puro y rabioso, decididamente
guerrerista y paramilitar, llegara nuevamente a la Presidencia, la verdad es
que Santos se mantiene en una posición de equilibrista, entre Uribe y la Paz. En
lo único que se diferencia es en que se atrevió a iniciar los diálogos sobre la
base de reconocer la existencia del conflicto armado. El problema es que un día
avanza y al día siguiente retrocede.
La dificultad consiste en que si Santos le cede mucho a la
guerrilla – así teóricamente sea en favor del “pueblo” – el uribismo se
fortalece. Si no cede mayor cosa, la insurgencia se echará atrás, lo que
beneficia también a quienes viven de la guerra. Entre más se envalentone la
guerrilla en la mesa o en el monte, menos apoyo popular va a obtener. El actual
cese unilateral de fuegos está en la dirección correcta pero la dirigencia
guerrillera todavía no entiende que su mayor fortaleza sería mostrarse
arrepentida de haberse dejado degradar. Es urgente ser más consciente de los
errores cometidos – posiblemente forzados y provocados por la guerra sucia –, y
ser humilde frente al pueblo (no tanto frente a las clases dominantes),
poniéndose al servicio de la salida negociada sin mayores pretensiones. Y en
ello radica su principal dificultad, porque a la vez, debe presentarle a su
militancia unos logros mínimos para poder garantizar su transformación en actor
político y social, especialmente en las zonas de colonización donde han estado
desde siempre. El tema de la justicia transicional va a ser definitivo en la
recta final de los diálogos y tendrá que haber mucha moderación de ambas
partes, para obtener el respaldo popular para lo que se acuerde.
Nuevos sujetos
políticos citadinos
Lo ocurrido con Petro es una confirmación de que se consolida una
nueva etapa en la vida política del país. El protagonismo político de la
población de las ciudades está en evolución. La participación de decenas de
miles de jóvenes que se expresaron en la “ola verde” y en los “cacerolazos” de
solidaridad con el paro nacional agrario en 2013, son el anuncio de que en las
ciudades se mantiene y fortalece el despertar político de las nuevas
generaciones. El apoyo a la Bogotá Humana es una manifestación clara de ese
“movimiento democrático” pero desgraciadamente Petro y la cúpula de los
“progresistas-petristas” no lo entienden plenamente. No logran generar un
espíritu verdaderamente democrático e incluyente en su trabajo político-administrativo.
Los celos y recelos con el resto de la izquierda – especialmente con el Polo –,
se les notan por encima. Por ello, no consiguen trasmitir entre el grueso de
esa juventud y de la población bogotana, una imagen de anti-burocracia y no se
muestran enteramente dispuestos a gobernar con la amplia participación de la
gente. La consulta de los tres candidatos “petristas” a la Alcaldía para aspirar
al siguiente período, que es de hecho un cierre de espacios frente a otros
candidatos de la talla de Clara López o de Carlos Vicente de Roux, envía ese
mal mensaje.
Pero el problema va más allá. Lo que podemos observar haciendo
un balance del año que terminó es que en Colombia la gente no quiere grandes
cambios. Especialmente las “clases medias”. Los profesionales y tecnólogos
proletarizados, los técnicos, micro y medianos empresarios, los “emprendedores”,
comerciantes y proveedores de bienes y servicios, están relativamente cómodos y
aceptan los males del capitalismo. Muchos de ellos, se ven insertos a través
del comercio y el consumo en la economía globalizada y son relativamente
beneficiados por los TLCs, así sea marginalmente. Les molesta la corrupción,
los privilegios de altos funcionarios, los injustos impuestos, pero no quieren
cambios drásticos que impliquen nuevas polarizaciones, tensiones y violencias.
Una “revolución tranquila”, pacífica, ciudadana, “suave”, es con lo que la
gente sueña. Por ello, la izquierda nacionalista y “estatista” no logra empatar
con ese amplio espectro de la población que en Colombia ha crecido a la sombra
de una economía inflada con recursos del narcotráfico, importantes inversiones
extranjeras y la explotación petrolera y minera.
Es por esa razón que la necesidad de construir un Nuevo
Proyecto Político empieza a estar en la cabeza de muchas personas. Un nuevo
intento que no puede desechar los esfuerzos anteriores pero que debe
alimentarse del espíritu y sentir de esa población citadina que, en el caso de
Bogotá, participa en política en forma independiente durante las últimas dos
décadas. Habrá que ser paciente, ir al ritmo que la gente propone, ser astuto y
amable, proponer soluciones, dejar de ser apocalípticos y “casandras del desastre”,
mostrar optimismo y seguridad, hacer a un lado la eterna queja y el negativismo
ideologizado. Además, proponer metas alcanzables y posibles que tengan
consecuencias inmediatas. “Arañando el cielo y arando la tierra”, “soñar con
los pies bien puestos en el suelo”. Si logramos hacerlo en el 2015, seguro que
avanzaremos.
Diferenciarnos de la
izquierda tradicional
Es evidente que se debe hacer un ejercicio de diferenciación de
la “izquierda tradicional”. Y tendrá que hacerse sobre temas fundamentales. Ya no
se trata sólo de superar el gamonalismo y caudillismo de nuevo tipo que hemos
detectado que se manifiesta en que cada parlamentario de izquierda o
progresista tiene su grupo dentro de su respectivo partido. Ahora les llaman
“tendencias” para camuflar los intereses individuales y grupistas. Para poder
avanzar con el Nuevo Proyecto Político habrá que aclarar temas más gruesos,
entre los que está, por ejemplo, el modelo de Estado que requiere la Nación
para una fase de “post-acuerdos” (post-conflicto) y para avanzar por caminos
que superen incluso lo que se está haciendo en Venezuela, Ecuador, Bolivia,
Uruguay y demás países de Sudamérica, en donde el “estatismo” empieza a hacer
crisis, especialmente en aquellos países en donde los presupuestos gubernamentales
dependen de los ingresos de la explotación de recursos naturales energéticos
(gas y petróleo), que hoy se ven mermados por la crisis de los precios
internacionales de los hidrocarburos.
Es igualmente claro que el Nuevo Proyecto Político que empieza
a emerger no puede “cargar con los muertos de la guerrilla”. No podemos
desconocer las causas que originaron el conflicto armado pero tampoco tenemos
que asumir errores que no son nuestros. Por ello tiene que haber una importante
distancia con los actores armados e incluso con sus cercanos. Sólo una fuerza
democrática que, siendo consciente de nuestra tragedia no compre ni herede los
resentimientos y odios, podrá avanzar y desbrozar el camino de la
reconciliación hacia el futuro. La juventud citadina será fundamental en ese
proceso. El arrepentimiento sincero y el perdón auténtico serán las
herramientas para lograrlo, pero ello seguro nos llevará décadas. Hay que
empezar.
También somos conscientes que la “izquierda tradicional” no ha
podido desligarse de las herencias “estatistas” que construyó la burguesía
burocrática en América Latina desde hace 50 años. Se confunde la “defensa de lo
público” con el monopolio absoluto del Estado en la gestión pública. Y ello se
presenta en lo fundamental porque la “izquierda tradicional” representa
principalmente los intereses de los trabajadores del Estado y actúa entonces,
no como una fuerza política que está interesada en el conjunto de la sociedad,
sino que acciona como un gran sindicato, defendiendo los intereses “laborales”
de esos trabajadores (educación, salud, justicia, servicios públicos). No es
casual que parte de esa izquierda hoy se enfrente a Correa en el Ecuador y a
Evo en Bolivia, colocándose al frente de esos trabajadores. El tema de la
“privatización” está en el medio. En el ejercicio de Petro en relación al
servicio de aseo se alcanzó a iniciar el debate pero no se profundizó. El
modelo que tiene en mente la izquierda tradicional es crear una gran empresa pública
– tipo la que maneja el acueducto de Bogotá – y no les gustó la idea de
compartir la recolección y el reciclaje con cientos de microempresas de
recicladores porque para ellos eso es privatización. No entienden que una cosa
es garantizar buena calidad, oportunidad, eficiencia y tarifas equitativas y
proporcionales a los ingresos de los usuarios, y otra cosa es la operación del
servicio que puede ser estatal, privada, comunitaria, cooperativa, social o
mixta.
En fin, ese es uno de los temas a estudiar y profundizar. El
otro es la actitud frente a la economía globalizada. Oponernos totalmente a los
TLCs no parece ser la mejor posición. El “nacionalismo estrecho” no convoca en
Colombia. Y lo que se observa en el resto de Sudamérica es que la construcción
de verdadera autonomía económica tendrá que pasar por un paciente proceso de
integración regional y un largo camino de industrialización de nuestros procesos
productivos sin que ello signifique desligarnos de los mercados internacionales.
Por el contrario, tendremos que hacer grandes esfuerzos por ser competitivos en
ese terreno, apropiarnos de la comercialización directa de nuestras materias
primas y productos procesados, constituir un nuevo tipo de empresas
transnacionales con carácter latinoamericano, aprovechar las tensiones y
conflictos entre los bloques económicos en juego (EE.UU., Unión Europea, BRICS,
Japón, etc.), y construir paulatinamente nuestro propio modelo de desarrollo
colocando la defensa del medio ambiente en un lugar importante y prioritario.
Recién estamos empezando pero es necesario abrir el debate. Ese
es el propósito al que convocamos en el año nuevo. Con sencillez y modestia.
Sin protagonismos individuales. Construyendo “proceso” y “corrientes de
pensamiento” más que aparatos organizativos. Ayudando a construir unidad en las
dinámicas locales y regionales para disputar los gobiernos municipales y
departamentales en las elecciones de octubre de 2015. En donde existan
condiciones y se pueda, se debe derrotar al conjunto de los partidos
tradicionales, y en donde sea obligatorio, hay que construir convergencias más
amplias para derrotar el uribismo y defender el proceso de Paz. Cada caso debe
ser mirado con lupa y los intereses del “movimiento democrático” deben estar
muy por encima de los intereses individuales y de grupo. ¡Si se puede!
NOTA: En un balance del año 2014 tendrían que
haberse destacado los triunfos deportivos de Nairo Quintana, James Rodriguez y
la Selección Colombia. También las tragedias como la ocurrida con los niños
quemados en un bus en Fundación (Magdalena) y los nativos de la Sierra Nevada
muertos por un fulminante rayo. La sequía, el hambre y la tragedia ambiental en
La Guajira y Casanare, ligada a la explotación indolente de los recursos
naturales a manos de empresas transnacionales. Los desmayos inexplicables de
jovencitas en Carmen de Bolívar. La anécdota de Doña “Mechas” llamando a apoyar
a “Juanma” y contra “Zurriaga”. La persistencia guerrerista de Uribe y el
debate parlamentario realizado por Iván Cepeda contra el paramilitarismo. La muerte
de Gabo. El paro judicial y la acumulación de problemas en la justicia. La
lentitud en la restitución de tierras. La crisis de los precios del petróleo y
su impacto fiscal. La tensión mundial entre EE.UU. y Rusia que parece la
re-edición de la “guerra fría”. En fin tantos hechos que muestran la vitalidad
de nuestra sociedad y los grandes problemas acumulados que no van a tener
solución si no nos unimos y derrotamos a la casta oligárquica.
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