PAGINAS SOBRE EL CAUCA (I)
Popayán, septiembre de 2010
El Cauca es un laboratorio de lucha social y política. En los últimos 50 años se han presentado diversas fases y ciclos de ese movimiento. Luchas visibles y calladas. Experiencias organizativas de diverso tipo. Ejercicios de gobierno local y regional. Recuperación de territorio por parte de los pueblos indígenas pero también pérdida de economías “propias” como las de las comunidades afro-norte-caucanas[1].
Avances y retrocesos. Triunfos y derrotas. Encuentros y desencuentros. Aprender de esa rica experiencia nos permite mejorar nuestra práctica actual y aportar a la construcción de la Patria Grande Latinoamericana avizorando un futuro post-capitalista. Solo lo haremos si somos conscientes de todo lo que somos.
La compleja diversidad de nuestra población – que en teoría es una riqueza potencial –, ha sido manipulada y convertida en un obstáculo para el avance. Las causas y circunstancias son muchas, pero el aspecto principal es la ausencia de democracia participativa. El menosprecio al pueblo por una clase dominante con mentalidad “colonial” se concreta en exclusión y discriminación racial, social y política. Es la base institucional de una existencia inequitativa e injusta que nos enfrenta y divide.
Una población supremamente heterogénea se encuentra en este espacio de 29.000 kms². Los pueblos “nativos” – originarios – de diversas etnias (Misak, Nasa, Kokonuco, Totoró, Eperara-Shapidara, Polindara, Ingano, y otros) constituyen sociedades en resistencia y en pleno desarrollo. Están ubicados en las montañas de la cordillera central y occidental, y algunos núcleos en la Costa Pacífica y la Bota Caucana.
Los pueblos “traídos”, afrodescendientes y yanaconas, múltiples en su procedencia y en su proceso de asentamiento regional. Las comunidades negras tienen cuatro centros de cohesión: el Norte del Cauca, la Costa Pacífica, el Valle del Patía e Itaibe en Tierradentro. Los yanaconas están ubicados en siete municipios del Macizo Colombiano, tienen cabildos en Cali y Popayán. Todos ellos están en proceso de auto-reconocimiento y construcción de identidad.
Los pueblos “surgidos” o “nacidos”, constituidos por los campesinos mestizos de todos los colores. La mayoría tiene origen autóctono. Otros han llegado en múltiples y continuas migraciones internas y externas. En Popayán, otros núcleos urbanos y alrededor de la carretera panamericana habita la mayor proporción de mestizos de ascendencia yanacona. Existen núcleos poblacionales de raíces “paisas” en el norte del Cauca (Corinto, Caloto), El Tambo (Playarrica, Costanueva, Huisitó), y múltiples migraciones nariñenses, huilenses y de otros departamentos. Esta población ha resistido en forma callada, aparentemente resignada, explotando en forma periódica en verdaderos levantamientos sociales como las marchas de La Salvajina (1984-86), el Paro de Rosas (1991), y la movilización del Suroccidente colombiano (1999).
Finalmente, quedan los “residuos” de la casta castellana dominante, parte de la cual se trasladó y asentó en Cali. Está representada por unas pocas familias que han mantenido “el linaje”. Pero le sobrevive una racionalidad aristocrática clasista que en algunos sectores subordinados se manifiesta en lo que denomino el “espíritu cortesano”. Éste se expresa de dos formas: por un lado, una actitud acomodaticia de quienes labran su ascenso social de manera conformista aceptando la dictadura de quienes manejan el Estado con carácter patrimonial; y por otra, una minoría que asume el camino de la “indocilidad anarquista”, que ha hecho de Popayán – al igual que Buga o Pamplona – una fuente de surgimiento de una intelectualidad rebelde que se manifiesta en diversas disciplinas (arte, crítica política, ambientalismo, y otras) pero que ha tenido grandes dificultades para encontrar una ligazón con el movimiento social.
A pesar de lo particular que podría parecer el Cauca – en verdad –, somos un reflejo de la Nación colombiana. Somos un “sancocho” al que le falta un hervor: no termina de cocinarse. Pero hoy, se dan todas las condiciones para que esa gran diversidad encuentre un punto de unidad. El fuego para fundir todas nuestras etnias, culturas y mestizajes es la necesidad de defender nuestros recursos naturales amenazados por la voracidad capitalista transnacional. La mano del cocinero que mueve el “revuelto” – evitando que se pegue en el fondo y se queme – es la conciencia de que existen los acumulados de resistencia social y política capaces de darle forma a un Nuevo Proyecto Político.
Cada sector étnico cultural – indio, afro, mestizo –; cada clase social – trabajadores, campesinos, sectores medios e intelectualidad citadina –; así seamos originarios, nativos, traídos, surgidos o allegados, podemos aportar en la construcción de la identidad caucana, y de paso ayudar a materializar nuestra nacionalidad colombiana que, es a la vez, parte de nuestro ser indo-afro-euro-americano.
En ese proceso debemos repotenciar lo mejor que tenemos, reconocer nuestras tres raíces, sin menospreciar ninguna de ellas. Sólo así, el “sancocho” podrá estar a punto, conseguir el sabor ideal y generar un gusto especial que será el motor de nuevas luchas y conquistas de alto valor ético colectivo y vital.
Si ponemos por delante los objetivos comunes y subordinamos los intereses particulares – sin necesidad de negarlos -, podremos lograrlo. ¡Intentémoslo!
[1] Las comunidades negras del Valle del río Palo en Caloto-Guachené y zonas aledañas construyeron a partir de mediados del siglo XIX la economía campesina libre más exitosa de América Latina. De allí surgió la fuerza económica que le dio vida a Puerto Tejada y en gran medida a Cali. Fue destruida por invasión de la plantación cañera capitalista de los ingenios azucareros.
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