Popayán, mayo 16 de
2023
Lo ocurrido en
las elecciones para conformar el Consejo Constituyente en Chile, en donde la
derecha extrema logró un triunfo importante, ha sido interpretado por analistas
y actores políticos de diferente manera. Para unos es un castigo al gobierno de Boric; para otros, es la profundización de “un giro a la
derecha” del pueblo chileno; y para algunos más, es resultado de que la “potencia destituyente” que se
expresó desde 2019 no encuentra una clara concreción política: al
no convertirse en “potencia constituyente”, facilita el empotramiento de la
“potencia restauradora”.
Desde Colombia,
en donde vivimos un “estallido social” similar al chileno (2021) pero menos
potente y sostenido, observamos algunas falencias puntuales de carácter
político que se hacen más visibles en el país austral que en el granadino. Una
de ellas, la más evidente, consiste en que los partidos de la “Concertación” (izquierda,
centro-izquierda y centro), no solo defraudaron los anhelos de cambio del
pueblo chileno, sino que se debilitaron al extremo de no estar en capacidad de
canalizar las protestas sociales hacia un verdadero proyecto político transformador.
En la dinámica
del “estallido social” –a diferencia de lo que ocurrió en Colombia– dichos
partidos absolutamente “institucionalizados” y “domesticados” por el
neoliberalismo imperante, no estuvieron a la altura del reto, no tenían la
autoridad para orientar la protesta y tampoco pudieron deslindarse a tiempo de
algunas tendencias que degeneraron en “extremismos identitarios”.
La fallida
canalización del “estallido social” usando la convocatoria a una Convención
Constitucional para redactar la nueva Carta Política, que en gran medida se
corresponde con las concepciones y costumbres políticas propias del período de
la “Concertación”, no solo fue orquestada y ejecutada en alianza con las
derechas, sino que se hizo a espaldas del grueso de la población. El “fetichismo
legalista” se puso al servicio del “extremismo identitario”.
El “extremismo
identitario” surge de la separación artificiosa y sectaria de las dinámicas de
construcción de identidad de sectores sociales específicos como etnias, mujeres,
jóvenes, migrantes, etc. que los lleva a
colocar sus intereses por encima de los de la sociedad, se desligan de los
intereses de clase y fácilmente se dejan provocar y separar del conjunto de la
población.
El extremismo
identitario se expresa como: a) Etnicismo fundamentalista y autonomista; b) De género,
mediante un “feminismo machista” y/o “machismo feminista”; c) De edad, por
medio del síndrome de Adán o infantilismo insurreccional, que se propone
“refundar todo”; d) Otros “identitarismos victimizantes” relacionados con la
migración y la cultura de las personas.
El “fetichismo
legalista” aparece cuando se cree que, cambiando la Constitución Política o las
Leyes, automáticamente se cambia la realidad. Las clases dominantes han
aprendido a jugar con ese engaño como lo hicieron en Colombia en 1991. Y, de
alguna manera, los proyectos políticos populares y de izquierda de América
Latina han caído en esa trampa del “legalismo jurídico”.
De cómo la derecha chilena aprovecha el “extremismo
identitario” y el “fetichismo legalista”
Es fácil observar
cómo los “partidos de la Concertación” no fueron capaces de controlar las
fuerzas y las representaciones “identitarias” en la Convención Constitucional y
dejaron que las “causas sectoriales” se extralimitaran en su ejercicio
“legalista” y "maximalista". ¡Querían cambiarlo todo, pero en el papel!
Así, mientras las
“falsas izquierdas chilenas” se solazaban en la “orgía constitucional”, las
derechas utilizaron la justa lucha de los Mapuches para meter miedo –a través
de los medios de comunicación– contra el separatismo y la división de la
Nación, al estilo de lo que hizo la derecha española con el “independentismo
catalán” para debilitar a Podemos.
Utilizó el “feminismo
radical” para horrorizar y asustar al grueso de la población cristiana y tradicional
“en defensa de la familia y de la vida”, al estilo de lo que hizo Álvaro Uribe Vélez
en Colombia para derrotar el referendo de la Paz (2016).
Instrumentalizó
el “radicalismo provocado” de la juventud de la “primera línea” para identificar
la protesta social con el “vandalismo” y la “violencia”, como parcialmente lo
hizo la derecha colombiana en 2021-22, especialmente en Cali y algo en Bogotá.
De la misma
forma, promovieron la xenofobia contra los migrantes venezolanos incentivando
un arrollador “nacionalismo neo-fascista” que los colocó como los guardianes de
la “nación”, al estilo de lo que hizo Trump en USA y las derechas extremas en
Europa.
La extrema derecha
chilena triunfó armando ese “coctel neo-fascista” sin que existiera una fuerza
política que tuviera la claridad y la madurez para unificar las justas luchas de
los indígenas, las mujeres, los jóvenes y los migrantes, con la lucha de los
trabajadores y del conjunto del pueblo chileno. Tal unificación era necesaria
para avanzar hacia un efectivo “proceso constituyente” de mediano plazo, que
promoviera y profundizara la organización popular de amplio espectro, en donde
un firme y valiente gobierno progresista podría ser un buen ayudante.
La situación en Colombia (síntesis)
En Colombia la
situación es algo diferente. Después de 200 años de vida republicana es el primer
gobierno de “izquierda progresista” que rige en este país. Todavía los partidos
no están tan desgastados y debilitados como en Chile. Y, además, Gustavo Petro
–hay que reconocerlo– no sólo se involucró de lleno en la dinámica del
“estallido social” sino que tuvo la capacidad de influir sobre él y se deslindó
a tiempo de algunas prácticas violentas, que así fueran provocadas por el
gobierno, también fueron estimuladas por grupos armados de diferente origen
(guerrillas, “paras”, grupos delincuenciales, extremistas infantiles, etc.).
Algunos de los
integrantes del Pacto Histórico no son conscientes de esa situación. Por ello, existen
todavía muchos desvaríos “radicales” y refundacionales que vienen de la
herencia y tradición guerrillerista, y pueden generar –en poco tiempo– una
situación similar a la de Chile. La oligarquía juega a desesperar a la cabeza
del gobierno progresista, y Petro pareciera caer en la trampa, queriendo
acelerar las reformas “sociales” sin contar con una fuerza social y política mayoritaria.
También el “fetichismo legalista” está en nuestros genes y, a veces, nos
traicionan.
Sin embargo, una
de las áreas en donde podemos afirmar que el gobierno de Petro ha sido
consecuente con sus postulados programáticos, es la política internacional. Si
en los “frentes internos” (legislativo y de ejecución del presupuesto
gubernamental), el gobierno de Petro actuara como lo hace en el “frente
externo”, seguro ya se hubiera ganado un aplauso general del pueblo y de la
sociedad colombiana. Todavía no lo logra.
Por ello, a
continuación, se presentan algunas ideas relacionadas con esa gestión
internacional.
La iniciativa del gobierno colombiano frente a
Venezuela
Con ocasión de las acciones
que realiza Gustavo Petro para que Venezuela se reintegre a la Comisión
Interamericana de DD.HH., se reestablezca plenamente la democracia en ese
país, y el gobierno de los EE.UU. suspenda el bloqueo económico (sanciones) que
le impuso al país y pueblo hermano desde 2014, no se han hecho esperar los
diversos y contradictorios adjetivos y calificaciones que van desde el aplauso
y apoyo hasta el insulto y la oposición abierta.
Quienes en las pasadas elecciones de 2022 rechazaron a la
“derecha uribista”, respaldan la gestión. Al contrario, los Marco Rubio y
Andrés Pastrana le dicen a Biden que tenga cuidado con Petro, que es un “agente
del caos”; Guaidó, quien habla por Leopoldo López, afirma que es un “mandadero
de Maduro”; y algunos “izquierdistas” colombianos afirman que es “alfil del
imperio”.
Y son muchos más los que denigran y se exaltan porque Petro
hace lo que está fuera de sus líneas de comportamiento tradicional (“derecha” o
“izquierda”) por avanzar hacia la democracia y la paz. Todos ellos reviran
frente a la posibilidad de encontrar soluciones pacíficas y democráticas para
nuestros pueblos y nuestra región sin entender que los beneficios son evidentes.
Entre otros están:
Uno, al pueblo colombiano le interesa que el país vecino
supere sus problemas políticos y económicos. Mejoraría la producción y el
comercio mutuos. Muchos migrantes venezolanos regresarían y las presiones sobre
el empleo y los servicios públicos se aliviarían, aunque hay que reconocer que
esa migración ha traído beneficios para nuestra economía y capacidad
productiva.
Dos, la lucha contra las economías ilegales y los grupos
armados que se alimentan de ellas, no solo contaría con un aliado interesado y
comprometido, sino que se fortalecería la capacidad de la sociedad y de las
fuerzas de seguridad para contribuir con las metas de la “paz total”.
Tres, se avanzaría en la tarea de integrar a los países y
pueblos latinoamericanos sobre la base de una política de “no alineamiento” con
ninguna potencia imperial, a fin de fortalecer
el “mundo multipolar” que ya está en marcha, sobre principios democráticos y de
soberanía.
Cuatro, se neutralizaría a las derechas golpistas que, con
ocasión de lo sucedido en Perú y Chile, no cejan en su empeño de “defenestrar”
(tumbar) a los gobiernos progresistas usando ya sea la guerra jurídica
(Lawfare) y mediática, o la fuerza de ejércitos reaccionarios (Bolivia).
No debemos perder de vista que la hegemonía y el poder
estadounidense está siendo retado y socavado por la crisis sistémica del
capitalismo a nivel global y por nuevas alianzas geopolíticas (China-Rusia;
Irán-Arabia Saudita; BRICS, etc.). En ese contexto es interesante recordar las
palabras de Fidel Castro cuando analizaba el futuro de los conflictos
mundiales. Decía: “Estaríamos
felices de que el imperialismo se suicidara, pero ojo, que no nos caiga encima”.
Es mucho decir.
Por ello el enfoque
calculado y pausado de Petro, es el más acertado para un proceso que recién
está en ciernes y cuyo desenlace será muy conflictivo y cruento. Y ese es el
mismo enfoque que se requiere para avanzar también en lo interno: “Vísteme
despacio, que tengo prisa”.
Referencias
bibliográficas (links)
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