SUPERAR EL SÍNDROME DEL “TÍTERE” Y DEL “TRAIDOR”
Popayán, 22 de
agosto de 2018
“Ocurre a menudo que las
esperanzas revolucionarias de las masas se realizan bajo formas reaccionarias”.
A. Ciliga
“Hay más verdad en la máscara
que llevamos, en el juego que jugamos, la ficción que obedecemos y seguimos,
que en lo que se esconde bajo la máscara”. S. Zizek
En Colombia hizo carrera la idea
de que Duque es un “títere”. Se basó en que Uribe lo “señaló” como pupilo. “El
que dijo Uribe” era la frase usada para promover o descalificar su aspiración. Creativas
caricaturas y virales “memes” ridiculizaban la capacidad del candidato. Como
recurso electoral podría ser válido pero asumirlo como verdad es un error. Hoy
Duque hace dudar a muchos con sus actuaciones como primer mandatario. Unos se
ilusionan con una “traición” al estilo Santos y otros hacen fuerza por que el
“titiritero” encarne en Duque.
Intentaremos demostrar que es una
idea equivocada. Es el resultado de desconocer la historia y los intereses de
clase que son el sustento de las actuaciones de las personas y su expresión
política. Está en la base conceptual que sirvió para creer y afirmar que
“Santos es igual a Uribe” o que “Santos traicionó a Uribe”. Es fruto de la práctica
de no captar las diferencias o de hacerlas ver más grandes de lo que
son, que es algo propio de la visión lineal y ahistórica.
El
origen y la evolución del “uribismo”
Hemos explicado en anteriores
artículos que Uribe es resultado de la reacción de una parte de la población
colombiana frente a los desafueros de las guerrillas contra campesinos ricos y
medios en diversas regiones de Colombia en los años 80s y 90s del siglo pasado
(XX). Es un fenómeno socio-político y cultural difícil de entender y aceptar
por muchas personas y sectores políticos. Nada tiene que ver con la auténtica y
digna lucha campesina por la tierra.
Uribe como ser político se hizo
dentro de la clase política tradicional, fue alumno aventajado de dirigentes,
ideólogos y personalidades liberales. Y como ser social, era parte de una
familia de clase media que por las circunstancias de la vida terminó
involucrada con las mafias narcotraficantes antioqueñas que tenían sueños de
ser grandes hacendados.
El “uribismo” como corriente política
intenta representar los intereses de sectores sociales que se colocaron como
meta principal la derrota de las Farc pero, también, desplazar del poder del
Estado a la llamada “oligarquía bogotana” que –según ellos– por incapacidad o cobardía
habían permitido el crecimiento y poder de las guerrillas. Esos sectores eran
los empresarios paisas; los campesinos ricos y medios de todo el país; y las
familias católicas de Colombia.
Así, el “uribismo” logró integrar
varias corrientes ideológicas que desde 1994 constituyeron un proyecto político
de largo plazo. Ellas son: el chovinismo-nacionalista paisa, anti-comunista por
esencia; el más radical izquierdismo anti-soviético y anti-fariano colombiano;
el clericalismo católico del siglo XVIII; y los teóricos del “Estado
comunitario”.
En su dinámica político-militar
el “uribismo” consiguió unificar a diferentes fuerzas políticas de las
regiones, tanto tradicionales como de movimientos cívicos y políticos
emergentes que surgieron al calor de la lucha contra-insurgente que construyó
verdaderos ejércitos para-militares con el apoyo de sectores oficiales
(estatales e imperiales) y despojó de sus tierras y desplazó de territorios a
millones de campesinos, indígenas, negros y mestizos.
Ese proyecto político-militar se
apropió durante más de 20 años de importantes áreas del territorio colombiano y
logró cooptar el aparato del Estado durante las últimas dos (2) décadas,
logrando en cabeza de Uribe llegar a la presidencia de la república (2002) y
controlar importantes sectores del Estado (ejército, congreso, cortes
judiciales, órganos de control, fiscalía, etc.), y penetrar también en algunos
sectores productivos vinculados al sector agrario.
En el proceso de derrotar
políticamente a las Farc y debilitarlas militarmente, Uribe hizo múltiples
alianzas y concesiones a la “oligarquía bogotana” que decía combatir y a otros
sectores políticos que no eran parte de su proyecto inicial. En esa dinámica se
convirtió en ficha subordinada del imperio estadounidense y fue utilizado para
atacar el proyecto bolivariano de Chávez y de otros gobiernos “progresistas” o
de izquierda de países vecinos, acusándolos de ser colaboradores de las Farc. Ha
sido un “cachorro” con dinámica propia.
El
declive del uribismo
En medio de su “delirio
autoritario” Uribe intentó una tercera elección que se iba a convertir en
reelección indefinida, hecho que fue desautorizado por el gobierno
estadounidense. Desde ese instante su proyecto político inició un paulatino declive.
Los enfrentamientos e interferencias ilegales al funcionamiento de la Corte
Suprema de Justicia y otros desmanes y crímenes cometidos desde y durante su
gobierno lo fueron desgastando en el ámbito institucional e internacional. Los
dueños de los bancos y grandes negocios se asustaron.
En la elección presidencial de
2010 no pudo elegir un sucesor de confianza y la clase hegemónica, la Gran Oligarquía
Financiera Global en su capítulo colombiano, o sea, los Slim, Sarmiento Angulo,
Ardila Lulle, Gilinski, Santodomingo, etc., impusieron la sucesión con Juan
Manuel Santos para continuar la tarea de Uribe y desmontar el conflicto armado
con las guerrillas para garantizar un nuevo ambiente de “paz” para las
inversiones globalistas.
Una vez Santos inicia su
gobierno, Uribe es desplazado del partido de la “U” fundado en alianza con los
sectores más descompuestos de los partidos tradicionales. En 2012 organiza el
“Frente contra el Terrorismo” y en 2013 creó el partido “Centro Democrático” con sus
más cercanos colaboradores, disidentes conservadores y algunos miembros del M19
para participar en las elecciones de 2014. Desde 2012 se había declarado en
oposición al gobierno de Santos cuestionando diversas políticas pero mantenía
niveles claves de influencia dentro del ejército y algunas instancias del
gobierno aprovechándose de las vacilaciones de Santos.
Durante los siguientes años las
relaciones entre Uribe y Santos se hicieron más difíciles y controversiales.
Altos funcionarios del gobierno de Uribe fueron enjuiciados, unos huyeron y
otros fueron apresados, avanzó el proceso de paz con las Farc, las relaciones
con los gobiernos de Venezuela, Ecuador y otros países se restablecieron y
tranquilizaron, Colombia entró a ser parte de Unasur y la Alac, y Uribe terminó
siendo la cabeza de la oposición.
Uribe obtuvo una importante
votación para su partido en 2014 y fue elegido senador. Logró constituir una disciplinada
bancada parlamentaria bajo su férreo mando y lideró una obcecada oposición a
Santos. Su obsesión ha sido garantizar su impunidad frente al peligro de ser
enjuiciado por los numerosos crímenes que se cometieron desde cuando fue
Gobernador del departamento de Antioquia y en sus dos períodos como presidente
de Colombia.
Uribe es consciente que de no
contar con la fuerza política que construyó en este período y si no fuera portador
de valiosa información que compromete a la casi totalidad de los estamentos del
poder político y económico que se involucraron en la guerra contra-insurgente,
incluyendo empresas extranjeras y agencias del gobierno de los EE.UU., ya
hubiera sido sacado del escenario político y entregado a la justicia. Él lo
sabe y mucha gente también.
Por ello, en la coyuntura de las
elecciones de 2018, para Uribe era fundamental derrotar a las fuerzas políticas
que realmente habían re-elegido a Santos en 2014, o sea, a los sectores
democráticos de las clases medias que desde 2010 (Mockus) levantaron la lucha
contra la corrupción y a los sectores democráticos de izquierda y progresistas
que impulsaban la paz. De ello dependía su tranquilidad y la de muchos de sus
cómplices y colaboradores.
¿Por
qué ganó el “candidato de Uribe”?
Esas fuerzas democráticas que
fueron fundamentales para la elección de Santos en 2014 para sostener y
continuar el proceso de paz, nunca entendieron que debían mantener una actitud
autónoma e independiente (deslindada) tanto del gobierno como de las Farc, para
presionar con eficacia la solución negociada del conflicto armado, constituirse
en la fuerza política para consolidar la paz, impedir el incumplimiento de los
acuerdos y el regreso del “uribismo”.
Al no entenderlo, entregaron su
fuerza electoral a Santos sin contraprestación alguna, permitieron su demagogia
y politiquería con la paz, y facilitaron el trabajo político de Uribe. Buena parte de las importantes luchas
populares y movilizaciones sociales, entre ellas el paro cafetero y agrario de
2013, fue canalizado por el “uribismo” fortaleciendo su presencia en sectores
de la población que fueron esenciales en la coyuntura política de 2018.
Además, las Farc en su embriaguez
triunfalista de la “conquista de la paz”, desconociendo el rechazo generalizado
que existía entre amplios sectores de la población, le ayudaron –torpe e
ingenuamente– a Uribe y todos los sectores comprometidos con los crímenes de la
guerra contra-insurgente, a posicionar la idea de que Santos le estaba
entregando el país a las Farc y a una izquierda que iba a aplicar el tenebroso paquete
“castro-chavista” en Colombia.
A pesar de todas esas torpezas,
las fuerzas democráticas avanzaron en lo electoral pero no pudieron evitar que
“el que dijo Uribe” fuera elegido presidente. Tres factores contribuyeron con
ese avance: 1) El impacto de los escándalos de corrupción y la acción política que
aprovechó esa circunstancia; 2) Los errores cometidos por los dirigentes de las
Farc en su proceso de hacer política legal que ratificaron ante la opinión
pública que no tenían respaldo popular y no constituían mayor peligro, y 3) Que
los candidatos democráticos (Petro, Fajardo y De la Calle) se alejaron de
cualquier compromiso con ese nuevo partido.
No obstante, Uribe entendió que
al desaparecer la “amenaza castro-chavista” encarnada en las Farc, no podía
ganar las elecciones con un candidato de su entraña. Por ello, desde septiembre
de 2017 postuló a Duque como su candidato sacrificando a Oscar Iván Zuluaga y a
otros copartidarios. Una vez Duque es escogido por el CD en un ejercicio de
encuestas, organiza una coalición con conservadores (Pastrana-Martha Lucía) y
otros sectores de la extrema derecha (ex-procurador Ordóñez) para realizar una
consulta inter-partidista el 11 de marzo que se planteó como un plebiscito
contra Petro, a quien señalaba como el sucesor de las Farc.
Entre el 11 de marzo y el 27 de
mayo los demócratas colombianos reviven la “patria boba”. Fajardo, el candidato
del “centro” (Coalición Colombia) confronta a Petro con el discurso uribista
permitiéndole a Duque que continuara ganando terreno con un discurso
conciliador y “centrista”. Y Petro se concentró en atacar a Uribe acusando a
Duque de ser su “títere” confirmando y reforzando su talante de izquierda
“vengativa”. Uno de sus acompañantes anunciaba públicamente que su principal
meta era “meter preso a Uribe”.
Uribe logra acuerdos con toda la
casta política y con la oligarquía financiera para apoyar a Duque en la última
fase de la campaña. Petro pasa a segunda vuelta y con las fuerzas democráticas
que lo apoyan (un sector verde y polista) intenta presentar a Uribe como la
gran amenaza para la democracia. No lo consigue; una parte de las fuerzas
democráticas (fajardistas) apostaron por “lo malo conocido” (Uribe) frente a
“lo bueno por conocer” (Petro) e inclinaron la balanza por Duque.
Después de las elecciones se
quiere hacer creer que Duque ha moderado su posición frente a los acuerdos de
paz o la reforma de la justicia por supuestas presiones del FMI. Esa actitud
infantil menosprecia lo logrado por las fuerzas democráticas que nadie puede
desconocer. Hay algo de esa actitud en la refrendación de la consulta
anti-corrupción del próximo 26 de agosto, que “de hecho” las fuerzas
democráticas ya votaron y ganaron en la primera vuelta (27-M). A veces no vemos
“lo real” por estar pendientes de “lo formal” y, como en el plebiscito de la
paz, nos desgastamos.
La
coyuntura actual
Para avanzar en el análisis de la
coyuntura actual que tiene que ver con la caracterización del gobierno y la
actitud de los demócratas (alternativos, progresistas e izquierdas) frente a la
nueva situación, se presentan en forma resumida unas conclusiones y algunos otros
elementos que se deben considerar para entender las particularidades del
momento, no solo en el marco nacional sino regional (latinoamericano) y global.
Veamos:
a) El
acuerdo hecho por Uribe con la casta política tradicional tiene como único
objetivo detener el avance de las fuerzas democráticas y del proyecto político
que lidera Petro.
b) Para
Uribe lo principal es garantizar su impunidad pero no renuncia a su proyecto
político. Trata de asegurar lo primero sin olvidar lo segundo.
c) Uribe
y Duque coinciden en lo fundamental; diseñaron su plan desde el año pasado
(2017).
d) A
Uribe le sirve que Duque aparente ser “títere” y amague con ser “traidor”. El engaño
y negociación requieren de esos papeles y actuaciones.
e) Uribe
ya trabaja en paralelo con el gobierno y sus parlamentarios. Con Duque avanza hacia
el “centro” (clases medias) y con la bancada mantiene a Petro tirado a la
izquierda.
f) Uribe
y Duque –por lo visto– “tacan” a dos o tres bandas. Tratarán de perfeccionar lo
hecho por Santos profundizando sus políticas a favor del gran capital aunque
tendrán que “defender” y “beneficiar” a empresarios y productores medios y
pequeños.
g)
Uribe
y Duque inauguran en Colombia una “nueva derecha” que no solo posará de
“anti-corrupta” sino que enfrentará de hecho algunas formas “pre-modernas” de hacer
política.
h) Esa
“nueva derecha” es un fenómeno mundial (Trump, Putin, otros) y es resultado de
la actual crisis de la globalización neoliberal. En Colombia recién asoma la
cabeza.
i) La
política de industrialización de nuestras materias primas propuesta por Petro y
recogida por Duque, tiene hoy condiciones nuevas de realización en el ámbito
internacional.
j) Uribe
y Duque tendrán que mantener un equilibrio entre tres sectores que los
sustentan: la oligarquía financiera transnacional, la burguesía burocrática y
los medianos empresarios y productores. No la tendrán fácil pero todo depende
de la capacidad política de las fuerzas democráticas.
k) El
gobierno colombiano no está en condiciones de involucrarse en aventuras bélicas
frente a la crisis venezolana. Mientras Trump y Putin desactivan la guerra en
Siria, en contravía con los intereses de la oligarquía financiera global, no
existe la más mínima posibilidad de que se promueva –en el corto plazo– una
acción de ese tipo en nuestra región.
l) La
“guerra contra las drogas” y la “nueva guerra post-farc” más degradada que la
anterior va a proseguir su dinámica “irregular” mientras los diversos grupos
armados ilegales seguirán asesinando “por contrato” a los luchadores sociales.
¿Qué
hacer?
En Colombia las
fuerzas democráticas siempre han sido cooptadas por la oligarquía y la
“izquierda” ha sido utilizada para hacerlo. Pasó con López Pumarejo, López
Michelsen y Juan Manuel Santos. Ello por cuanto no se ha luchado con autonomía
e independencia. Han existido coyunturas de fraccionamiento de las clases
dominantes que por erradas lecturas no fueron aprovechadas. La reforma agraria
de Lleras Restrepo (1966) solo fue apoyada y utilizada por liberales
progresistas y dirigentes campesinos e indígenas pero el grueso de la izquierda
estaba en su proyecto insurreccional y la izquierda legal no supo qué hacer. Igual
pasó con Luis Carlos Galán Sarmiento quien enfrentó con valentía a la oligarquía
corrupta que se alió con las mafias narcotraficantes pero las izquierdas cortesanas
no hicieron nada.
Hace 4 años los demócratas
(incluida gran parte de la “izquierda”) se aliaron con Santos para derrotar a Uribe
y alcanzar la paz. Se logró el desarme de las Farc pero no se derrotó a Uribe.
La práctica demostró que Santos no era igual a Uribe y que Santos no traicionó
a Uribe. Fue correcto apoyar a Santos en esa tarea pero no se hizo con la suficiente
claridad, fuerza, autonomía e independencia. No se valoraron las fuerzas
democráticas que fueron determinantes en la elección de Santos a quien se le
entregó ese capital político con base en la idealización de la paz y del
proceso. Un inexplicable triunfalismo obnubiló a muchas fuerzas políticas y
todo ello se convirtió en un obstáculo que impidió un mayor avance.
Además de
liberarnos de esquemas que no nos dejan avanzar debemos superar las rigideces
que nos impiden ser flexibles y eficaces. Estar atentos a los cambios que son
presionados “desde abajo”, romper el “cascarón electoral”, superar los “egos” y
cálculos electorales que nos dividen e impiden un debate abierto y fraterno. Hay
que superar la estrategia puramente electoral de las fuerzas democráticas y volver
sobre el movimiento social luchando contra el burocratismo y el “sectorialismo”
que ha hecho un daño enorme.
En términos
concretos hay que superar el “síndrome del títere y del traidor”. Hay que
empujar no solo a Duque y a Uribe sino a todos los sectores que propongan
iniciativas o reformas que sean convenientes para la sociedad y el pueblo. Hay
que “coger por la palabra” a Duque no solo en temas “cosméticos” (no mermelada,
anti-corrupción, respeto a la división de poderes, reforma política, etc.) sino
también, y fundamentalmente, en temas gruesos como la industrialización de
nuestras materias primas y el cambio de la matriz productiva y energética,
impulsando proyectos concretos en las diversas regiones y con los pequeños y
medianos productores (cafeteros, paneleros, arroceros, ganaderos, paperos,
fruticultores, etc.) que son los más interesados en esa política. Los
candidatos a alcaldías y gobernaciones deben recoger esas propuestas y desarrollar
verdaderos y coherentes movimientos locales y regionales.
Hoy la fuerza de
los sectores democráticos es suficiente para avanzar con consistencia en todas
las áreas de la lucha política sin dejar de ser oposición y sin aflojar en la denuncia
de quiénes son los que están detrás de la coalición de gobierno, cuáles son sus
intereses y hasta donde pueden realmente llegar. Lo contrario es enconcharse
con base en la idealización de los votos conseguidos en la reciente coyuntura
electoral, ponerse a la defensiva y no entender la extraordinaria
vulnerabilidad y precariedad de las fuerzas que sostienen a Duque y a Uribe.
Pero dicha
acción exige serenidad, inteligencia y estrategia para dialogar e interactuar con
la Nación y no solo con los sectores que ya están con nosotros.
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