¿Y si Santrich muere?
Popayán, 19 de abril
de 2018
“En Colombia, así como el imperio instrumentalizó la guerra, hoy instrumentaliza
la paz”.
Seuxis Pausivas Hernández
Solarte, mejor conocido como Jesús Santrich, está decidido
a morir en la huelga de hambre que inició desde el mismo momento de su captura.
No será el último muerto de nuestro conflicto armado pero será muy trágico,
paradójico y cruel. ¡Es increíble!
Es uno de los integrantes de la
insurgencia colombiana que más atraía a la gente y seducía a los medios de
comunicación por su enfermedad de la vista (ceguera creciente), por su
capacidad intelectual, rebeldía demostrada, sensibilidad artística y una serie de
cualidades que contrastan con la imagen del guerrillero cruel y desalmado que
se impuso en la opinión pública. Hoy está a punto de inmolarse –según ha anunciado–
para demostrar su inocencia y en defensa de su dignidad, sus ideas y su causa.
Duele de verdad la situación de
Santrich. No porque se lo crea inocente o porque uno se identifique con sus
ideas y métodos utilizados para implementarlas. Duele porque es un ser humano enfrentado
unos hechos que lo sobrepasan y que no puede controlar. ¿Qué significado podrá
tener su acción? ¿Sacrificio? ¿Suicidio? ¿Expiación? Y si realmente muere… ¿Qué
efectos tendrá sobre nuestra sociedad, la juventud, la Farc, el proceso de paz,
las elecciones, las otras guerrillas?
Así parezca que la situación de
Santrich es algo personal, no lo es. Sea culpable o no de lo que lo acusan es
una situación que lo supera como individuo. Es evidente que compromete de una u
otra forma a su organización pero, también, es un hecho que nos desnuda como sociedad.
Es resultado de haber permitido que el narcotráfico se incrustara hasta lo más
profundo de nuestra vida, economía y cultura, hasta tal punto que logró permear
tanto a guerrilleros como a curas, a políticos y banqueros, a negociantes y a ciudadanos
del común. Y no lo olvidemos, es un negocio e industria promovida desde el exterior
y el interior por gobiernos y grandes empresarios que se lucran de él.
El movimiento democrático que hoy
se expresa de diversas formas en Colombia y en Latinoamérica está obligado a
entender lo sucedido con las FARC-EP. Tanto lo ocurrido con las “fuerzas
armadas revolucionarias” como con la “fuerza alternativa del común” que está en
construcción pero que está siendo destruida desde adentro y desde afuera[1].
¡Hay que hacerlo!
Militantes y simpatizantes de
“unas” y de la “otra” migran apresuradamente hacia otras expresiones políticas
sin reflexionar sobre lo ocurrido con quienes decidieron desmovilizarse y
convertirse en partido político. Otros, desde adentro o afuera de dichas organizaciones
se rasgan las vestiduras, acusan de traición o de graves errores a algunos
dirigentes de la insurgencia pero lo hacen sin la más mínima autocrítica y de
forma coyuntural. La desbandada es
brava.
Creo que solo si entendemos a
fondo lo ocurrido con la insurgencia armada colombiana podremos prefigurar lo
que será la lucha por la democratización del país y, también, comprender –así
parezcan experiencias diferentes– lo que sucede con los “procesos de cambio” de
los países vecinos que enfrentan graves dificultades en su continuidad
gubernamental y política.
Hay quienes creen que se puede
pasar la página de un momento a otro: “olvidar para no pensar”. O, echarle la
culpa al enemigo. Y no es lo correcto. Tarde que temprano lo reprimido reaparece. Estamos frente a las mismas fuerzas
retardatarias que están a la ofensiva. Por ello, debemos hacer el balance más
allá de la coyuntura. Lo que enfrentamos es nuestra propia capacidad para
interpretar la realidad de la que somos parte. Ellos nos derrotan porque se lo
facilitamos.
Y, además, a pesar de todo, esas
fuerzas son parte de nuestro pueblo, equivocadas o no.
[1] El informe de la ONU del día
de hoy 19 de abril de 2018 denuncia la situación de los excombatientes, el
asesinato de 44 desmovilizados, el incumplimiento de los acuerdos y otros
problemas similares. Ver: https://bit.ly/2vsabqa
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