PAZ PARA EL PUEBLO Y GUERRA A LOS CORRUPTOS
Popayán, 29 de junio
de 2016
Una parte importante de los
colombianos no cree en la paz que se está pactando. No es que le crean a Uribe,
al Procurador Ordoñez o a RCN. No. Hay un “conocimiento instintivo” que surge
de una valoración colectiva que debe ser tenido en cuenta. Algunos lo
identifican con ignorancia, indiferencia, alienación, “no-me-importismo”,
escepticismo e incredulidad. Esas actitudes existen pero son resultado de una
opinión basada en una percepción real.
La principal causa es la
historia, el pasado y la experiencia. Los anteriores “pactos de paz” no
terminaron en nada. La violencia continuó y los gobiernos no cumplieron. El
pacto social y político de 1991 fue desconocido por las clases dominantes. A
excepción del derecho de tutela, todo lo demás quedó en el papel. Además, las
economías extractivas de enclave (legales e ilegales) más el desempleo,
pobreza, exclusión, inequidad, iniquidad e injusticia, crean las condiciones
para que aparezcan a diario grupos armados ilegales.
De acuerdo a esas evidencias
visibles, la opinión generalizada –incluyendo la del gobierno, analistas y
políticos– indica que ésta será una “paz imperfecta”, “precaria”, “pura y
simple”. Nosotros le llamamos “paz perrata”. Pero, esa definición no le dice
nada a la gente. “Es paz o no es paz”, dirá cualquier parroquiano. Es decir,
hay que empezar reconociendo que la terminología utilizada es vaga, imprecisa y
confusa. Ahora Uribe habla de “paz herida”. Y esa confusión genera desconfianza
e inseguridad, mucho más cuando el presidente Santos pasa de las promesas
irreales a las amenazas reales, de ofrecer ríos de miel y leche a chantajear
con la posibilidad de más impuestos o de una cruenta guerra urbana y
terrorista.
Por ello, si un movimiento
ciudadano quiere participar en la campaña electoral para convencer al pueblo
colombiano que debe refrendar los acuerdos que se están firmando entre el
gobierno y las FARC, y quiere hacerlo con independencia de los actores
principales de esa disputa eleccionaria, o sea, del gobierno, las FARC y Uribe,
tiene que revisar el lenguaje, los significados y significantes, debe hablar
con la verdad, sin tapujos, sin ocultar por qué participa en ese proceso,
desenmascarando a todos los que se presentan como “pacifistas” y “beneficiarios
del bien común” cuando en realidad quieren utilizar la bandera de la paz para
mantener el control del Estado, impulsar sus intereses particulares y al final,
no cambiar nada.
Y es un deber hacerlo porque las
grandes mayorías de la sociedad colombiana lo saben, o mejor, lo intuyen, lo
sospechan. Instintivamente lo perciben.
Y ese movimiento ciudadano debe
ser absolutamente franco y transparente. Debe afirmar que quienes lo integran
quieren impedir un nuevo engaño pero no oponiéndose a ese nuevo “pacto de paz”
sino apoyándolo pero con la condición de construir –en medio de esa lucha– un
proceso político que derrote una de las causas principales de la violencia que
es la corrupción. “Paz para el pueblo y guerra a los corruptos”, puede ser una
buena consigna.
Pero es claro que los integrantes
de ese movimiento no pueden ser personas comprometidas con los actores de la
guerra ni con los causantes de la misma. Por ello, el deslinde con Uribe,
Santos, el actual gobierno, los políticos corruptos, las FARC y las fuerzas
políticas que han justificado la violencia guerrillera sin reparar en sus
enormes errores y crímenes, debe ser total. Sin esguinces, sin dobleces y sin
temores. Si no se cumple con ese requisito, las grandes mayorías no escucharán,
no creerán. Nos mirarán como unos farsantes.
Además de la lucha contra la
corrupción existen otros dos temas centrales que deben ser comprometidos de
inmediato en la lucha porque el “pacto de paz” se convierta en realidad y la
violencia empiece a decrecer, pueda ser detenida, neutralizada, controlada y,
poco a poco, desarraigada. Porque la violencia y la corrupción se han
arraigado, compenetrado con nuestro ser, enquistado en nuestra vida,
involucrado en nuestras costumbres. Es decir, hacen parte de nuestra identidad
social y cultural. Y eso la gente lo sabe y por ello, la incredulidad y el
escepticismo. Esos temas son la defensa del medio ambiente y cambiar el modelo
productivo. En próximo artículo desarrollaremos esos temas.
Para poder entusiasmar a las
mayorías colombianas ese movimiento ciudadano debe pensar en ser gobierno en
2018 y hacerlo explícito en la campaña por la refrendación de los acuerdos. No
seguir el ejemplo de los politiqueros que ocultan sus planes y apetencias.
Ganar la iniciativa en ese terreno nos permitirá darle contenido programático a
esa campaña, quitarle el monopolio de la paz a Santos y arrebatarle la bandera
anti-FARC a Uribe.
Hay que actuar con visión de
estadistas. Reconocerle a Santos su capacidad de riesgo, perseverancia y
compromiso con la terminación negociada del conflicto armado y, a Uribe su
trabajo de debilitamiento militar de las guerrillas pero, así mismo, cuestionar
su obsesión patológica vengativa, que lo llevó a violar la ley, a aliarse con
las mafias narcotraficantes e impulsar el paramilitarismo.
De no desarrollarse ese gran
movimiento ciudadano, la casta dominante no va a hacer mucho por la paz, no le
interesa un verdadero alboroto alrededor de ese tema, se contentará con los
votos que le coloque la “izquierda santista”, los de algunos sectores
demócratas ingenuos y los que obtengan a punta de mermelada (corrupción) usando
a alcaldes y gobernadores.
Si no surge un movimiento
ciudadano o tercería social, no habrá entusiasmo popular. Y así, no surgirá
nada nuevo en Colombia. Y la “tal paz”, será llamarada de hojalata.
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