LA PAZ ES DEMOCRACIA… SIN DEMOCRACIA NO HAY PAZ
Popayán, 24 de junio
de 2016
Para entender el momento actual y
“actuar en consecuencia”, como decía Estanislao Zuleta, hay que ver más allá de
las apariencias. Explicarnos el porqué de los hechos, identificar los actores principales
y secundarios, leer entre líneas los textos, interpretar los discursos, y desentrañar
los intereses en juego que están detrás de las diversas actitudes y
manifestaciones que se expresaron ayer 23 de junio –tanto en La Habana como en
Colombia–, con ocasión de lo que se denominó “el fin de la guerra” o el “último
día del conflicto”.
1. El momento. La enorme “metida de pata” del presidente Santos con
la supuesta amenaza de la “guerra urbana” sumada a la referencia inoportuna y
falsa sobre la necesidad de más impuestos en caso de no lograrse la paz, obligaron
a las partes (guerrilla y gobierno) a acelerar los acuerdos, ceder de una y
otra parte, y programar el acto público con tan importantes anuncios, para
impedir que esas declaraciones irreflexivas causaran mayor daño. Se trataba de
atajar la campaña contra el proceso de paz que adelanta el expresidente Uribe. Pero
hay también otro afán. Se apretaron los plazos para presentar la reforma
tributaria. La crisis económica redujo los tiempos. La refrendación de los
acuerdos (plebiscito) debe realizarse antes de esa reforma “estructural” a
riesgo de perderlo.
2. Los actores principales y
de reparto. Frente al desgaste interno del proceso de paz se tenía que recurrir
al apoyo internacional para inyectarle energía y credibilidad. El tipo de
anuncios lo hacía viable. La presencia del secretario general de la ONU, Ban
Ki-Moon, fue la carta fuerte. Debían presidir el presidente Santos, el
comandante Timoleón Jimenez, y el presidente Castro. Otros actores fueron algo
opacados. Las dificultades que tiene el presidente Maduro en Venezuela, los
problemas de frontera, lo que ocurre con el ELN y la estrategia uribista
centrada en la amenaza “castro-chavista”, obligaba a invitar otros presidentes
de la región para mostrar otros apoyos políticos regionales y equilibrar las
cargas.
Entre los actores nacionales la
única ausencia visible fue la del vicepresidente Vargas Lleras. Lo dice todo con
su mensaje público que hace palpable su escepticismo y distancia con el proceso
de paz: “Celebro como Vicepresidente de la República el acuerdo firmado hoy en
La Habana, que disipa muchas dudas. Celebro que las FARC se comprometan, a
partir de hoy, a no volver a cometer ningún delito. ¡Ojalá lo cumplan!” (http://bit.ly/28Td96S).
De resto estaban presentes delegados y personalidades de todas las fuerzas
políticas que apoyan el proceso de paz aunque les dieron un manejo global e
impersonal para no destacar a nadie.
3. Los textos de los acuerdos. Más allá de la letra menuda de los
acuerdos leídos y publicados y de los detalles en ellos contenidos, se deben
destacar los siguientes anuncios: cese bilateral de fuegos y suspensión total de
hostilidades; cantidad y localización de las zonas de concentración de los guerrilleros
que se desmovilicen; tiempos y procedimientos para su desmovilización y entrega
de armas; y aceptación plena por parte de la insurgencia del mecanismo de
refrendación que determine la Corte Constitucional para refrendar los acuerdos,
sin ningún reparo al plebiscito propuesto por el gobierno.
La intencionalidad política del
evento se observa con toda claridad en lo que se destaca y lo que se minimiza.
Después de luchar toda la vida por el cese bilateral de fuegos, las FARC
táctica e inteligentemente no cobran ese aspecto con la fuerza que se hubiera
esperado, ya que es uno de los puntos que Uribe puede usar. En realidad es algo
formal y sin importancia. Si es el “último día de la guerra”, si se van a
concentrar y a entregar las armas, que es uno de los temas reiterados por
Uribe… ¿qué sentido tiene el cese bilateral de fuegos y hostilidades?
La concentración temporal con supervisión
interna de la ONU y control periférico externo del Estado colombiano y la
entrega total de armas con porcentajes y tiempos programados al organismo
internacional, son los aspectos sustanciales más importantes del anuncio y van
dirigidos con contundencia a desbaratar uno de los ejes de resistencia del
ex-presidente Uribe. Éste, en su melifluo poema de respuesta denominado “La paz
herida” (http://bit.ly/28SGMFI), leído con
tono de letanía fúnebre, elude hábilmente el tema, no menciona ni reconoce ese
avance.
4. Los discursos.
En cortos discursos se dijo
mucho. Ban Ki-Moon llamó a pasar a la acción práctica y respaldó con sencillez los
acuerdos. Su carácter oriental quedó allí bien expresado. Timochenko, en nombre
de las FARC, leyó un sintético pero completo discurso en donde muestra las facetas
de guerrillero combatiente, historiador, sociólogo, político, negociador, estadista
y gobernante. Sin temor recordó al presidente Chávez y justificó sin complejos
la lucha armada desarrollada a lo largo de los últimos 52 años. Resaltó el carácter
político de su organización, reiteró que el acuerdo no es fruto de una
capitulación y planteó que la razón de ser de las FARC es hacer política y que
la harán “por medios legales y pacíficos, con los mismos derechos y garantías
de los demás partidos”. Llamó a las fuerzas armadas oficiales a “ser su aliada
por el bien de Colombia” (http://bit.ly/296g7pR)
y trazó a grandes rasgos lo que es su visión sobre las transformaciones inmediatas
que requiere el país. Su tono fue moderado, firme y sereno.
Contrastó el discurso del
presidente Santos. No se refirió para nada al origen del conflicto. Empezó con
una frase lapidaria: “Esto significa –ni más ni menos– el fin de las FARC como
grupo armado”. Utilizó el dolor y el miedo de la guerra para justificar la paz.
Ninguna mención a la ausencia de democracia como lo había planteado su
antecesor en la palabra. Y se introdujo en los detalles de los anuncios para
resaltar que se está muy cerca de la firma del acuerdo definitivo y que “lo
firmaremos en Colombia”. Intentó mostrar un perfil de combatiente recordando
que su madre le entregó un fusil cuando se vinculó a la Marina y se auto-elogió
afirmando que “Tal vez no haya colombiano alguno que haya combatido a las FARC con
más contundencia y determinación”. Fue un mensaje directo para Uribe que sólo
se lo cree él. En la parte final se muestra más coherente cuando afirma que “el
fin del conflicto no es el punto de llegada”, que la “la paz es de todos los
colombianos sin excepción”, y que “La paz se hizo posible… ¡Ahora vamos a
construirla!” (http://bit.ly/28TELy5).
5. Los intereses en juego que están detrás
Identificar los intereses de los
diversos sectores sociales, económicos y políticos que hacen parte de nuestra
sociedad o intervienen de una u otra manera en nuestro devenir histórico, suele
lastimar un poco o se interpreta como “aguar la fiesta” por parte de aquellos
sectores que ya sea por interés, buena voluntad o ingenuidad, idealizan los “momentos
históricos” como se ha bautizado por los medios de comunicación el pasado día 23
de junio de 2016. Hay quienes para ocultar la realidad, tratan de pasar por
encima de los intereses reales de las clases o sectores de clases, grupos
económicos y políticos, o potencias imperiales que están presentes en nuestras
vidas. Sin embargo, nosotros tenemos que hacerlo. Hay que ver más allá de las
apariencias y de los discursos.
Ya hemos afirmado en anteriores
artículos que el imperio global y las clases dominantes colombianas están –en lo
fundamental–, de acuerdo con el proceso de terminación negociada del conflicto.
Los enemigos de la paz encabezados por el expresidente Uribe y el Procurador
Ordóñez, ya no representan los intereses de esas clases dominantes. El grueso
de los grandes terratenientes, poderosos empresarios, mandos militares e
influyentes contratistas –con contadas excepciones–, que hasta hace poco tiempo
los acompañaban en su tarea opositora al proceso de paz, entendieron la
necesidad de aprovechar la “oportunidad de la paz”, comprendieron que era
necesario tranzar esos acuerdos con la guerrilla para “librarse las manos” y poder
atraer capital extranjero hacia zonas estratégicas del territorio ricas en
recursos naturales. Es la única manera que conciben para enfrentar las
dificultades que tienen frente a una coyuntura de crisis económica global.
Además, saben que las arcas del Estado están vacías, los conatos de protesta
social amenazan con salirse de los cauces normales, y la bandera de la paz es
una herramienta ideal para atenuar los conflictos.
Además, las experiencias de países
vecinos los han tranquilizado. No es que estén dispuestos a permitir que
sectores políticos alternativos o “progresistas” lleguen a la dirección del
Estado pero consideran que en este momento en Colombia, las fuerzas de
izquierda –en las que incluyen a unas FARC reinsertadas a la vida civil–, no
tienen posibilidades de triunfo. Si dichas fuerzas estuvieran viviendo un
momento de auge político, como ocurría en 1983 con el proceso de paz del
presidente Belisario Betancur, estimuladas también por la propuesta de Diálogo
Nacional de Jaime Bateman (M19), el grueso de las clases dominantes –así sufrieran
la crisis económica más profunda–, no se prestarían para impulsar un proceso
similar.
Todo lo anterior lo hemos
sintetizado en una frase: “El imperio y la oligarquía colombiana lograron instrumentalizar
el conflicto armado, ahora quieren instrumentalizar la paz”.
Sin embargo, hay que entender que
la historia no es lineal. Existen otras fuerzas que sin estar comprometidas o
cercanas a la lucha armada insurgente, han venido acumulando experiencia y
fuerza social y política. Dichas fuerzas están en condiciones de aprovechar la
polarización entre el gobierno encabezado por el presidente Santos y las
fuerzas uribistas, para producir un quiebre institucional, “coger por la
palabra” al conjunto de la sociedad comprometida con la paz y la ampliación de
la democracia, y derrotar las fuerzas políticas tradicionales. No se trataría
ni mucho menos de un rompimiento total con el modelo de desarrollo económico
pero sí implicaría un cambio importante en el terreno político.
Y lo estamos observando. Mientras
los diversos sectores de izquierda están actuando –de un modo u otro– bajo la
influencia o a la sombra del presidente Santos, algunas con más visibilidad,
otras con timidez, unas paralizadas por la confusión o la división, el único sector
que con decisión se han echado al hombro la campaña por la paz con independencia
y autonomía frente a la dupla Santos-Uribe, es el partido Alianza Verde
encabezado por Claudia López y Antonio Navarro, señalando con claridad que no
habrá paz en Colombia si en esta coyuntura, además de dar por terminado el
conflicto armado no derrotamos la politiquería y la corrupción. Así como el
gran capital tiene en la mira la oportunidad económica, esas fuerzas políticas
ven con claridad la oportunidad política.
Y dicha actitud coincide en lo
esencial con lo afirmado en su discurso por el comandante Timoleón Jiménez. Seguramente
en una primera instancia será difícil construir una alianza explícita entre
esas fuerzas debido a la existencia de algunos antecedentes que las separan pero,
pueden trabajar en forma paralela en la misma dirección. Los trabajadores, los
profesionales precariados, los campesinos mestizos, indígenas y negros, las
clases medias, los empresarios inconformes con la ineficiencia y la corrupción,
los desempleados y trabajadores informales, todos los sectores marginados y empobrecidos,
y todos los que luchen por la paz y la ampliación de la democracia en Colombia,
pueden rodear a estos sectores y apoyarlos, pensando en llevar a nuestro país a
la modernidad y acumulando fuerza para más adelante, avanzar con toda seguridad
hacia transformaciones económicas y sociales de mayor calado.
La lucha por la paz tiene como
eje central la ampliación de la democracia. Sin democracia no hay paz. Sin
derrotar la politiquería y la corrupción no habrá ni siquiera posibilidad de
cumplirle a las FARC y mucho menos de construir la verdadera paz. ¡Si se puede!
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