EL FIN DEL CICLO NO SOLO ES POLÍTICO… TAMBIÉN ES ECONÓMICO Y SOCIAL
Popayán, 23 de mayo
de 2016
“La burguesía financiera nos lleva a los
trabajadores 100 años de ventaja en la aplicación del pensamiento
sistémico-complejo a la lucha política. Por eso, a pesar de la crisis profunda
del capitalismo, nos divide y nos derrota cuando quiere.”
No podemos ser ciegos ni tímidos.
Hay que decir las cosas como son, mostrar la realidad que está ante nuestros
ojos e intentar ayudar a construir nuevos caminos. El imperio y las oligarquías
regionales nos están derrotando de diversas formas. En elecciones locales,
regionales, parlamentarias, presidenciales y referendos. Igualmente, con
“golpes blandos” usando la institucionalidad del Estado heredado que nosotros
sostuvimos durante estos 16 años. Pero, estamos seguros que también utilizarán
golpes duros y cruentos si los llegan a necesitar. Y nos incluimos porque, de
una u otra manera, apoyamos los procesos y gobiernos “progresistas”, aunque
siempre –y sin ser escuchados– planteando alertas críticas.
Hasta antes del golpe contra
Dilma la mayoría de analistas se resistían a ver la realidad. Otros acusaban a
quienes hablamos de “declive” como catastrofistas o a veces como enemigos. Se
rechazaba también la definición de “fin de ciclo”. Algunos más sólo aceptaban
la existencia de errores puntuales, fallas en los cálculos o alianzas electorales,
problemas de momento. Otros más, buscaban la explicación exclusivamente en el
papel de los medios de comunicación. Diversos analistas reconocían que era obra
de una ofensiva imperial contra los pueblos de América Latina pero sin
reconocer nuestra propia responsabilidad.
Hoy ya aparecen aquellos que en
verdad quieren encontrar las causas de esta verdadera hecatombe política que
estamos viviendo los pueblos de la región. Sin embargo, todavía perduran los
análisis planos de quienes no se involucraron en los proyectos
independentistas, nacionalistas y democráticos, y ahora con facilismo dicen…
¡Se lo dijimos!, pero no pueden hacer nada más que hacerse a un lado porque por
su actitud “purista”, hoy tampoco tienen la más mínima influencia para poder
plantear salidas, replanteamientos, nuevas miradas, otros caminos.
Lo que sí es claro es que hay que
reconocer que no es un problema coyuntural. La crisis es profunda, sistémica y
estructural. No es un problema menor el que estamos viviendo. Algunos proponen
asimilar lo ocurrido con el Chile de 1971 (guerra económica, golpe militar e
intervención imperial) o con la Nicaragua de 1990 (derrota electoral de los
Sandinistas frente a Violeta Chamorro y recuperación inmediata del gobierno en
las siguientes elecciones). Pero, si hacemos bien la comparación nos daremos
cuenta que son situaciones bien diferentes.
En Nicaragua la revolución
triunfante fue obra de una insurrección popular armada contra una dictadura
pro-imperialista. Las fuerzas revolucionarias derrotaron plenamente a las
oligarquías, construyeron un nuevo ejército y consolidaron una Hegemonía Social
y Política que podía implementar formas democráticas representativas para
neutralizar al imperio y a la “contra”, ganando para el régimen sandinista a
las grandes mayorías nacionales. El triunfo de Violeta Chamorro no fue un
triunfo de la derecha extrema y fue asimilado tranquilamente por la revolución
sandinista para corregir ciertas políticas y comportamientos desacertados. Se mostró flexibilidad y capacidad de
retroalimentación. (Hoy no vemos eso).
En el Chile de Salvador Allende
la situación era totalmente diferente. Era la primera vez que una coalición
popular encabezada por un líder decididamente de izquierda llegaba por medios
electorales a la presidencia de una nación latinoamericana en medio de un
ambiente anticomunista liderado por el gobierno de los EE.UU. Además, se vivía
la tensión de la “guerra fría” entre la URSS y USA. El imperio y las
oligarquías regionales tenían toda la capacidad para aplastar por la fuerza
todo intento independentista y con visos socialistas. Es el aspecto principal.
Seguramente se cometieron errores, pero allí no hubo margen de acción.
Hoy estamos sufriendo una
seguidilla de derrotas después de haber “manejado” el Estado heredado por más
de 16 años, administrado una relativa bonanza extractivista que no supimos “sembrar”
y haber debilitado sistemáticamente (seguro, inconscientemente) el movimiento
social sobre el cual se llegó a los gobiernos. Y aquí estamos… casi sin
capacidad de reacción, sin posibilidades de diseñar un viraje estratégico. Si
acaso… más de lo mismo[1].
La derrota es de todos y no sólo de los “progresistas”
En la izquierda y otros
movimientos sociales "no progresistas" creen que las derrotas que nos
están propinando las oligarquías y el imperio en América Latina no los toca a
ellos. Se equivocan de cabo a rabo. Las derrotas electorales en Bogotá,
Argentina, Venezuela, Bolivia y el "golpe blando" contra Dilma, Lula
y el PT en Brasil, son parte de una derrota política e histórica de los
trabajadores y del movimiento popular de toda la región.
Por eso no es sólo el fracaso de
las corrientes “progresistas”, como algunos creen. Es de toda la izquierda. No
fuimos capaces de ayudar a conducir las valerosas luchas y rebeliones populares
anti-neoliberales para avanzar por caminos certeros y pensando en grande. Las
propuestas anti-sistémicas y las iniciativas post-capitalistas no las teníamos
listas. La derrota histórica del “socialismo del siglo XX” no la habíamos
asimilado y los nuevos retos nos cogieron despistados. Y nos ilusionamos con el
“Estado heredado”.
Por ello la actitud correcta debe
ser la de afirmar con honradez: “Lo intentamos y nos derrotaron. Por lo menos
lo intentamos… ahora hay que evaluar, aprender y avanzar.”
Un aspecto para tener en cuenta en los balances: el papel de la
burguesía emergente
La burguesía emergente en América
Latina hoy es un actor social, económico y político presente en todos nuestros
países, más visible en los países andinos pero que está camuflado en las demás
naciones. Se expresa políticamente en forma diversa, ya sea dentro de los partidos
de la nueva derecha populista, en los partidos tradicionales o en las expresiones
“progresistas” y de la “izquierda tradicional”. Es un factor a tener en cuenta
en los balances que realicemos en adelante. Apareció paulatinamente copando áreas
económicas no cubiertas o no controladas por las burguesías tradicionales y las
trans-nacionalizadas y, se fortalece políticamente ante la ausencia de las expresiones
nítidas del proletariado revolucionario.
Esa burguesía emergente surge de
las elites económicas de los pequeños y medianos productores rurales y urbanos,
campesinos ricos y medios (sean indígenas, mestizos o afros), y en algunos
casos también ha aparecido pegada a los procesos de burocratización “estatista”
de las cúpulas de los movimientos sociales surgidos en las décadas de los años
80s y 90s. Parte de esa burguesía emergente se ha alimentado de capitalizar
dineros y recursos ligados a economías ilegales (tráfico de drogas, armas,
insumos, personas, contrabando, minería ilegal, juego, pornografía, crédito agiotista
y otras). Una mínima parte de los “profesionales precariados” también logra
saltar la cerca y convertirse en “nuevos empresarios”.
Esta burguesía emergente se
introduce en los “procesos de cambio”, se camufla en los proyectos progresistas
y de izquierda, usa ONGs y empresas contratistas para captar recursos estatales
y logra cooptar a muchos dirigentes de las organizaciones sociales, que venían
de procesos organizativos sueltos, que rechazaban las ideas revolucionarias y “marxistas”,
totalmente desarmados ideológicamente por las teorías de los “nuevos
movimientos sociales”, con fuertes prevenciones anti-partidarias y rechazo
total al “obrerismo” o a lo que oliera a proletariado.
Y claro, la “ortodoxia leninista
o trotskista” de los grupos o partidos de izquierda existentes, sus
verticalismos y centralismos anti-democráticos, su esquematismo mesiánico, su
doctrinarismo dogmático, su lenguaje acartonado y sus propuestas
fundamentalistas y estrategistas, contribuyeron también para que esa nueva
dirigencia social quedara a expensas de la influencia de la burguesía
tradicional, del imperio a través de poderosísimas ONGs internacionales o de
las prebendas de la burguesía emergente.
Por ello es necesario que seamos
conscientes que estamos frente al final
de un ciclo no sólo en lo político sino en lo económico y social. Las
ilusiones en las posibilidades transformadoras y anti-capitalistas de las “clases
subalternas”, especialmente campesinas, sean indígenas, mestizas o afros, deben
ser desechadas. Las bases pobres y medias de estos sectores sociales, que
fueron las dinamizadoras de las luchas del anterior ciclo de luchas
anti-neoliberales, han quedado enganchadas al capitalismo “andino” o “comunitario”
que en su proceso de surgimiento se alimentó de los recursos que dejó el extractivismo
y la economía del narcotráfico en la región.
Pero además, éste es un
capitalismo muy endeble, totalmente subordinado a la economía parasitaria que
se ha fortalecido y ensanchado en el campo de los servicios y del comercio,
pero que no ha construido cimientos consistentes en la industria de la
transformación para poder siquiera competir con cierta autonomía en el marco de
la economía globalizada. Es un precario capitalismo incipiente que depende
totalmente de los paquetes tecnológicos cibernéticos del mundo
híper-desarrollado, del “software” informático de las potencias económicas y del
poder especulador de la burguesía financiera global.
Conclusión
Hemos venido insistiendo en la
necesidad de un replanteamiento. De volver a Marx para revolucionar a Marx y
adecuarlo a nuestras realidades actuales. El pensamiento de Marx fue
petrificado, reducido a una doctrina y a un recetario dogmático, mecanicista,
reduccionista, economista, estrecho, y por eso, ello ha impedido que los grandes
avances de las ciencias que le han dado vida al “pensamiento sistémico-complejo
no lineal” no hayan sido integrados a la lucha revolucionaria de los
trabajadores.
Las enormes lecciones que debemos
elaborar de estas experiencias deben ser obra de una gran corriente de
pensamiento crítico que debe surgir del seno de los trabajadores y de la
intelectualidad revolucionaria. Lo importante es que reconozcamos nuestras
limitaciones y errores y desarrollemos un gran debate al interior de los
partidos políticos y de las organizaciones sociales. Nuevos sujetos sociales (el
Nuevo Proletariado Precariado) está apareciendo y van a requerir de ese nuevo
pensamiento crítico para conducir sus luchas.
[1] En
Brasil, Bolivia y Argentina, la dependencia de las figuras políticas es
absoluta. La esperanza es que Lula pueda ser nuevamente candidato en 2018, al
igual que Evo en 2019, y lo mismo Cristina en Argentina. ¡Más de lo mismo!
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