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lunes, 16 de noviembre de 2015

Reflexiones de una colombiana en París

Todo pasa a través de una pantalla. La del celular, a eso de las 10 y media, cuando supe por un post de El País que algo grave estaba pasando en el centro de París. La del televisor, donde las imágenes desplegaban la tensión de los policías al exterior del Bataclan, el terror de los que habían logrado escapar, lo indecible de los que yacían en el piso. Prácticamente no he salido desde que todo ocurrió. Sólo a la oficina de correos. Todo parecía normal en mi barrio, comercios abiertos, filas matutinas en las panaderías, gente paseando a sus perros. Pero aunque no he salido mucho de mi casa, he participado del terror a través de mis pantallas.

En la madrugada, después de que ya se había “dado de baja” a los asesinos y la situación en la sala de conciertos estaba bajo control, nos fuimos a dormir. Una colombiana y un polaco que se encontraron en París. Horas antes, cuando Hollande anunció el cierre de fronteras nos miramos y no tuvimos que decir nada. Somos inmigrantes, como tantos otros habitantes de esta ciudad y lo que pasó ayer nos afecta, nos duele, nos da miedo. Tal vez porque París es un corazón del mundo. Tal vez porque el mundo es un solo corazón que late fuerte y entero. Tal vez porque ambas cosas son ciertas y entonces, al miedo le sigue el dolor. Por los que murieron este viernes en París, por nuestros amigos que lograron escapar con vida del concierto y que ahora nos hablan con voz temblorosa por el teléfono. Pero también por los Otros.

Para continuar esa experiencia mediada por las pantallas, al día siguiente Facebook explotaba de publicaciones, estatus y discusiones acaloradas en torno a los hechos en París. Al lado de los que se solidarizaban sin reparos con las víctimas francesas y sus familias, estaban los que no podían impedirse el llamar la atención sobre la desproporción entre la importancia acordada a la tragedia en Francia y la que se le da a otras ocurridas en otros lugares del mundo. Algunos hablaban de hechos concretos: las explosiones en Beirut, dos días antes, que habían dejado 45 muertos, los cientos de miles de muertos y los millones de desplazados en Siria. Otros se contentaban con sospechar la existencia de otras tragedias que serían totalmente ignoradas por los medios de comunicación. Y unos cuantos más comenzaban precoces campañas de solidaridad con poblaciones árabes y musulmanes susceptibles de sufrir persecución y discriminación. La mayoría dejando en evidencia, sin embargo, la crasa ignorancia que sobre esos Otros se cultiva.

Los Otros. No hablemos ni siquiera del “enemigo común” actual en esta parte del mundo, el Estado Islámico, o de sus soldados, los jóvenes que día a día son manipulados psicológicamente en Francia, reclutados para morir matando. Ni siquiera hablemos ahora de ellos, demasiado ajenos al corazón de los ciudadanos de bien en este momento.

No, hablemos de esos Otros que surgen difusamente en los estatus de Facebook. Porque estas tragedias que ocurren en las grandes metrópolis del mundo siempre imponen el tema de todas las demás que se han ignorado antes. Hablemos de todos esos que sospechamos sufriendo, de todos esos ignorados por los que tanto se indignan algunos en Facebook. ¿Quiénes son ellos? ¿Los sirios? ¿Los nigerianos? ¿Los que mueren día a día en la Guajira? 

Son Ellos. Son una palabra que se queda corta para aprehender el miedo y el dolor, los matices de cada conflicto. Son lo que se esconde detrás de la ilusión de una realidad única, global y redonda que construimos con nuestras pantallas. Son los que habitan, como nosotros, otros fragmentos de una realidad que forzosamente hemos de experimentar a pedazos. 

El sábado, un analista político decía en un panel televisivo que los franceses no se han dado cuenta de que su país está en guerra. El primer ministro también lo afirmó categóricamente, en televisión: “estamos en guerra”. Internet retoma esas declaraciones, las transforma, las agranda, las minimiza, les da una pluralidad de sentidos. Quizás algunos de esos Otros tomen forma al volverse parte de ese nosotros que está en guerra.

De cualquier forma, es el momento –siempre lo es- de aprender a servirnos de los medios de comunicación, en un sentido amplio y actual: la prensa, la televisión, la radio, internet, las redes sociales. Es el momento –hace tiempo lo es- de comprender que ellos no pueden darnos más que visiones fragmentadas de la realidad, incluso los mejores de ellos. Es nuestra responsabilidad individual el ser conscientes de ello, el escoger bien nuestras fuentes de información, el diversificarlas. Pero sobre todo, es nuestra responsabilidad ser conscientes de los muros que se construyen en el discurso y que transforman a esos Otros en seres inaprehensibles para nuestro pensamiento. 

El sábado en la noche vi que unos vecinos del edificio de enfrente habían puesto una velita en el alféizar de la ventana. Internet me contó que era una tendencia en París, poner una velita en la ventana en memoria de las víctimas. Yo también prendí mi velita, yo también me asomé a la ventana y me sentí triste. Es el pedazo de realidad que me toca a mí, que me afecta, que me da miedo, que me preocupa, no puedo salirme de mi posición en el mundo tampoco. 

Mientras termino de escribir nos preparamos para salir a visitar a un amigo que logró escapar con vida del Bataclán. Esa noche había ido a ver los Eagles of Death Metal y alcanzó a presenciar los primeros momentos de la balacera, hasta que el amigo con el que estaba reaccionó y lo instó a intentar escapar, como lograron hacerlo varias personas antes de que los hombres armados tomaran control del lugar. El sábado por fin hablamos por teléfono con él. Su voz temblaba, no parecía el mismo. 

Tomado de Semana.com: http://www.semana.com/mundo/articulo/terrorismo-en-francia-reflexiones-de-una-colombiana-en-paris/450066-3

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