POR Una nueva política POPULAR
Popayán, agosto 20 de
2013
El Polo Democrático Alternativo
fue un buen intento por desarrollar en Colombia una nueva forma de hacer
política. Recogía en su seno las iniciativas que se identificaban con la
“franja amarilla” que apareció en la década de los años 90s del siglo XX. Se
juntó el “progresismo” con la Izquierda e intentaron renovar la política en
Colombia.
Sin embargo, algo falló.
Ahora estamos en otra etapa. La
Izquierda – multifacética como corresponde a un país con un desarrollo desigual
y complejo – estalló en sus diferentes corrientes y hoy busca en el movimiento
social sus fuentes renovadoras y energías transformadoras.
El progresismo se refugia en
gobiernos que considera “progresistas” y busca aliados en los “verdes” que
surgieron como respuesta al vacío que empezaba a dejar el Polo. Por ese camino se
irá diluyendo y será – a lo sumo – el sustituto del partido liberal. Hacia allá
apunta.
Pero la necesidad de una “nueva
política” sigue allí pendiente.
Muchos piensan que el error fue
el programa del Polo, pero allí no está el problema. El programa del PDA recoge
– en gran medida – las transformaciones que requiere el país. Democracia,
soberanía, Paz, justicia social, defensa de lo público, transparencia, equidad.
Sin embargo, el diablo está en
los detalles. En lo táctico no hubo acuerdo. Las prioridades nos dividieron.
Para unos, era la soberanía nacional; para otros, Paz con justicia social; para
otros más, la lucha contra la corrupción; y, para algunos mas, la defensa de lo
público. Faltó diálogo sincero y franco, predominó la intemperancia, ganó el
interés grupista y particular.
Pero lo que más hizo daño fue la
forma de hacer política. Se cayó en prácticas estrictamente parlamentaristas.
Todo giraba – y aún es así – alrededor del “congresista”. Muchos para hacerse
elegir recurrieron al clientelismo y la politiquería. Por ahí se filtró la
corrupción y el grupismo rompió el saco. El individualismo se impuso sobre la
causa colectiva.
Pero la vida jala y continúa.
Los pueblos, los trabajadores,
las clases subordinadas, siguen allí, con sus diferencias y particularidades,
empujando hacia adelante. La lucha por soberanía, que muchos le reclaman a la
“burguesía nacional” se va concretando en reivindicaciones populares. Así ha
ocurrido en diversos países de América Latina que están en proceso de consolidar
su liberación nacional pero que paralelamente luchan por construir una sociedad
post-capitalista.
Es importante recordar que en
esos países (Venezuela, Ecuador, Bolivia), sólo cuando el pueblo derrotó
políticamente a las oligarquías entreguistas, los medianos empresarios
capitalistas se pusieron del lado del pueblo. Y lo hicieron para defender sus
intereses. Hoy son una traba para el desarrollo de verdaderas revoluciones
sociales: jalan hacia atrás, pujan por el pasado.
La dinámica de la lucha de clases
en Colombia que ha sido dominada desde 1991 por un pacto de clases, entre la
oligarquía y las capas medias de la población[1],
tiende a romperse en pedazos por la irrupción en la política de los sectores
sociales que siempre han estado subordinados y oprimidos. Indios,
afrodescendientes y mestizos pobres, tanto de la ciudad como del campo, están
construyendo nuevos caminos para decidir su futuro.
Su fuerza va a transformar las
formas de hacer política.
La Marcha Patriótica, el Congreso
de los Pueblos y otros procesos que están en construcción, son fruto y reflejo
de ese movimiento social que, por ahora, se expresa en paros y protestas, pero
que en poco tiempo se van a manifestar como movimiento político.
Y será, de nuevo tipo.
Esas nuevas expresiones políticas
están por superar los errores cometidos por sus antecesores. Se trata de realizar
un trabajo innovador en lo local y regional, combinado con un proceso de
transformaciones a nivel nacional. Así se derrotará el parlamentarismo
distorsionado, que ha devenido en una forma que el establecimiento oficial
(colonial[2]) utiliza
para cooptar las nuevas expresiones políticas. Las absorbe y cercena por la
cabeza.
Ya existe el núcleo de ese proceso.
Las comunidades indígenas vienen transformando su entorno. Van tras el espíritu
de los “municipios rebeldes autónomos” de los neo-zapatistas mexicanos. En esa
misma dirección deben transitar las Zonas de Reserva Campesina, sin pedirle
permiso al Estado y colocando a la insurgencia en su verdadero lugar, creando
nuevas formas de democracia directa y participativa.
A nivel urbano también se debe
intentar ese camino transformador. El Estado colombiano deja abiertos grandes
espacios para que una autonomía popular crezca en comunas y barrios populares.
Ya existen gérmenes de importantes iniciativas en el terreno de la cultura y la
comunicación. La resistencia civil que surge entre sectores populares contra los
abusos de las empresas privatizadas de los servicios públicos también marcha en
esa dirección.
La autonomía popular implica
nuevas formas de poder democrático construidas en veredas y corregimientos,
barrios y comunas, municipios y regiones. Significa también, idear modelos de
desarrollo que rompan con la hegemonía capitalista imperial. La autonomía
popular no negocia con el Estado, carcome y subvierte “desde abajo” las formas
de dominación colonial y capitalista.
En verdad, una nueva forma de
hacer política está emergiendo.
Pero claro, no podemos renunciar
a la lucha por el poder político central. No obstante, dicha lucha debe ser
revisada. El aparato estatal colonial que existe es una verdadera trampa para
quienes en nombre de los sectores populares llegan a esos escenarios. Debemos
llegar allí con objetivos precisos: destruir la máquina estatal opresora y
sustituirla por un sistema que se apoye progresivamente en la acción administrativa
y coactiva de las masas.
La experiencia de los gobiernos
de Venezuela, Ecuador y Bolivia nos muestran los nuevos retos que tenemos por
delante. El Estado Colonial se resiste a desaparecer. Las fuerzas políticas que
constituyeron los gobiernos “progresistas” no tenían fuertes lazos con los
movimientos sociales y rápidamente han sido absorbidos por una dinámica
burocrática. En Colombia esa experiencia ya se ha vivido en el ejercicio de los
gobiernos locales y regionales.
La verdadera revolución social
está pidiendo pista. Una nueva forma de hacer política se requiere para
impulsarla.
[1]
Pacto de clases de 1991 que le dio vida a la Constitución vigente. El M-19
representaba los intereses de las capas medias de la población (pequeña
burguesía citadina, especialmente) que pactaron con la oligarquía y la
burguesía burocrática una Constitución “garantista” que aprobó derechos en el
papel y legitimó el neoliberalismo.
[2]
Cuando hablamos de “Colonial” nos referimos a la dominación económica,
política, ideológica y cultural que el imperio capitalista impone de forma
integral. Va más allá del viejo colonialismo. Sin embargo, el Estado colonial de viejo tipo
subsiste en los actuales Estados latinoamericanos con su patrimonialismo,
burocratismo, leguleyismo, clientelismo, corrupción y otras características.
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