La tragedia de la resistencia social en zonas de conflicto
LA “TRAMPA GEO-POLÍTICA” Y LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Popayán, 28 de julio de 2011
Ayer (09.27.2011), en Popayán, el gobierno colombiano encabezado por su Ministro de Defensa inauguraba el Batallón de Alta Montaña para Tacueyó (municipio de Toribío), a donde envía a 800 jóvenes entrenados para matarse con otros tantos muchachos “enmontados” que militan en la guerrilla. Ambos bandos se baten a nombre de la “patria” dejando una estela de muerte y desolación entre las comunidades nativas.
En anterior artículo se describía la complejidad de la situación del departamento del Cauca (Colombia) en medio del conflicto armado y la presencia de la economía del narcotráfico.[1] En éste escrito insistimos en lo siguiente: Nos enfrentamos – querámoslo o no –, con manifestaciones de la economía legal e ilegal globalizada que utiliza poderosos estamentos político-militares supranacionales para imponer su control territorial.
La existencia y supervivencia de movimientos sociales alternativos de carácter popular – su organización y operatividad social –, en espacios donde están en disputa importantes reservas de recursos minerales y “cultivos de uso ilícito” (coca o amapola), implica un choque inevitable con estructuras de poder globalizadas y globalizantes, manifiestas o encubiertas, legalizadas o clandestinas.
La lucha comunitaria por la afirmación de derechos territoriales y la reivindicación a poder vivir en sintonía con valores no-capitalistas, nos lleva a pisar ese terreno y a enfrentar las reglas de juegos determinadas por esos poderes fácticos, paralelos y ocultos. Estos se ubican detrás o más arriba de las autoridades locales, regionales o nacionales, así éstas sean legitimadas con el voto y ejerzan formalmente la soberanía popular.
Es imprescindible entonces comprender que, la economía depredadora de materias primas estratégicas, de la biodiversidad y la producción ilegal-criminal de narcóticos, niega por todos los medios el derecho al maíz-agua-techo, o sea, impide la sobrevivencia de esos pueblos y arremete contra su resistencia comunitaria.
La explotación de coltán, petróleo, gas, oro o uranio pueden llegar hasta a borrar del mapa a los “consumidores de maíz”[2] y a la vida misma, no sólo en territorios específicos sino a nivel global.
El ciclo mafioso de la economía criminal y los minerales indispensables para sostener la lógica industrial de la química del petróleo (automovilística y armamentista) – que siempre se expande envolviendo a nuevos sectores productivos y territoriales – impone a los pueblos que limitan o compiten por su espacio de reproducción, una reglas inspiradas en la doctrina de las “operaciones bélicas con medios no-militares”.
Las mafias y las multinacionales extractivas gozan de la protección de los Estados y supra-Estados, y disfrutan de una amplia libertad de acción, otorgada por el imperio que atribuye valores estratégicos a los productos de estas corporaciones.
De hecho, nunca ha sido decomisado algún activo financiero en ningún banco estadounidense, que tienen el monopolio del lavado de dinero. El tráfico es lícito a condición que los capitales narcos ingresen en su red bancaria. Para eso se combate en Afganistán y en Colombia y se trafica en todo el mundo.
La “guerra asimétrica” o de "cuarta generación" – que ahora es de una “intensidad programada”[3] –, es aplicada a los sectores sociales, políticos o culturales que obstaculizan sus designios. Esta guerra se caracteriza por el despliegue simultáneo de una combinación de elementos como:
- Violencia real y mediática contra blancos prefabricados (talibanes, Al-Qaeda, Hussein, etc.) para hacer sentir su poderío militar.
- Intervención sobre objetivos y territorios estratégicos (petróleo, gas, oro, etc.) pero con cierto grado de control y “tacto” frente a intereses de otras potencias.
- Campañas mediáticas y propagandísticas que son utilizadas política e ideológicamente para engañar a la población de sus propios países imperiales y a la "opinión pública mundial".
- Guerras altamente destructivas para poder “reconstruir” y “reciclar” países o regiones enteras, apoderarse de los mercados, zonas turísticas y sectores de la producción.
- Subordinación e instrumentalización de conflictos locales e internos para hacerlos funcionales a su estrategia de control territorial aprovechando las fuerzas subversivas, los enfrentamientos tribales, las luchas autonómicas, diferencias étnicas y/o regionales, carteles de la droga, etc.
- Toda esa estrategia va dirigida a debilitar los Estados nacionales (“Estados fallidos”) y a los movimientos sociales para justificar la intervención político-militar de la “comunidad internacional”, legitimar las “ayudas humanitarias”, en donde logran neutralizar o paralizar la voluntad de otros bloques de países (como el BRICS en el caso de Libia) acudiendo al chantaje de “preservar la estabilidad económica”.[4]
Todo lo anterior en medio de una guerra mediática intensa, preventiva y persistente, que usa la guerra económica para mermar progresivamente los recursos naturales y monetarios de sus enemigos hasta llegar – cuando es necesario – a la intervención militar directa.
La guerra mediática es mucho más que diaria. Es una tarea sistemática y permanente de gran cobertura para desprestigiar, desmoralizar, aislar o disminuir la capacidad de resistencia de los gobiernos enemigos, no dóciles y/o “difíciles”.
Dicha estrategia apunta a intoxicar con información falsa a la dirigencia adversaria, sean Naciones, gobiernos u organizaciones populares. Así intentan alterar su percepción de la realidad, la lectura correcta de los eventos, desorientarlos y entorpecer el proceso de toma de decisiones. “Entrar en la cabeza” del enemigo al nivel más alto, para inducirlo a dar pasos falsos o a paralizar la correcta capacidad decisional.
Teniendo en cuenta lo anterior, no podemos actuar como ellos quieren que lo hagamos. Reducir nuestra acción política a la escala local cuando enfrentamos enemigos supranacionales, no sólo es errado sino suicida y mortal. Nuestras formas de lucha deben estar en sintonía con nuestras tradiciones y formas de ser, pero se deben adaptar a las circunstancias concretas. Esquivar o aprovechar creativamente el terreno que nos imponen, debe ser una de nuestras prioridades. El arco no puede lanzar un solo tipo de flecha, sino combinar todas las que dispongamos y las que tenemos que crear y alistar.
La combinación de factores de espacio-tiempo nos obliga a diseñar una estrategia que apunte – también – hacia afuera de nuestro territorio geográfico y social. Evitar que seamos encerrados en los límites locales es fundamental. Máxime cuando enfrentamos entidades supranacionales, moldeadas por patrones de conducta que responden a las “operaciones militares diferentes de la guerra convencional”.
Tenemos que pensar en términos que abarquen y fusionen la dimensión local con lo nacional e internacional, desplegando una acción que arrancando de lo político incluya lo social y cultural. La prioridad actual es la neutralización del prevaleciente componente “mediático”, pensando en llegarle a la sociedad nacional y al mundo con nuestra verdad.
Hay que construir y priorizar un pensamiento que apunte a proyectar nuestra presencia en los territorios (materiales, simbólicos, culturales, económicos) del enemigo imperial y oligárquico. Estamos obligados a actuar con apertura mental y generosidad democráticas, buscando aliados dispuestos a impedir que esta “trampa geo-política” continúe arrasando nuestros territorios y pueblos.
[1] Ver: “La complejidad del conflicto en el Cauca y la lucha por la Paz”: http://alainet.org/active/48151&lang=es
[2] Cuando hablamos de “consumidores de maíz” nos referimos a comunidades que se auto-abastecen en su base alimentaria con cultivos tradicionales cultivados y procesados por ellos mismos.
[3] La teoría y práctica imperial de los “Conflictos de Baja Intensidad”, desarrollada durante la “Guerra Fría” ha sido reemplazada por “Conflictos de Intensidad Programada”, donde usan todos los medios, con particular énfasis en la aplicación de métodos "no militares" y mediáticos.
[4] Frase utilizada por Barak Obama en todos sus discursos para justificar la intervención imperial en los recientes conflictos políticos árabes.
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