REVIVIR LA UTOPÍA
Popayán, 6 de abril de 2011
¿Por qué los críticos del capitalismo no logramos convencer a las mayorías mundiales con nuestra verdad? ¿Acaso no es un sistema social que muestra a diario su total inviabilidad económica, social, ambiental y cultural? ¿Tenemos problemas de enfoque o de actitud que nos impiden ser protagonistas de las soluciones y no ser simplemente críticos?
Son preguntas necesarias. Debemos plantearnos este tipo de interrogantes fundamentales para poder responder a las tareas inmediatas. No son ganas de filosofar ni de especular. Los últimos y trascendentales acontecimientos que ocurren en el mundo han mostrado graves falencias en el campo de los revolucionarios. No podemos ocultarlas.
¿Cómo explicar que ante un movimiento social y político de las dimensiones como el que se desarrolla en el Norte de África y el Medio Oriente, estemos enfrascados en el dilema de si apoyamos o no a un dictador como Kadaffi? ¿Cómo se concibe que los revolucionarios quedemos a la cola de los imperialistas en la lucha por la democracia? ¿Cómo justificar ante los pueblos y los trabajadores las vacilaciones que han llevado a importantes teóricos y actores de la revolución a enredarse con las “teorías del complot” o a distraerse con discusiones bizantinas sobre si son revoluciones o simples rebeliones?
Además, lo ocurrido en la central nuclear de Fukushima en Japón y la incertidumbre creciente que sienten amplios sectores de la humanidad frente al desequilibrio ambiental – que ya lo vivimos en carne propia –, ha vuelto a revivir la discusión sobre los “límites del desarrollo humano”. Algunos intelectuales quieren reducir el debate a los “límites del crecimiento económico” para no tener que enfrentar sus propios dilemas y vacíos.
Se aduce que los capitalistas tienen todo a su favor. Que son dueños de los medios de comunicación y/o cuentan con el capital para ponerlos a su servicio. Que la gente está narcotizada por el consumismo y obnubilada por el fetichismo de la mercancía. Así, pareciera que vamos hacia un inevitable cataclismo y que el exterminio de la vida orgánica en la tierra provocada por la irracionalidad humana sería sólo cuestión de décadas.
Capacidades humanas, recursos naturales, límites
El interrogante que está planteado es: ¿Los seres humanos seremos capaces de desarrollar a plenitud nuestras capacidades preservando – a la vez –, un ambiente que garantice la satisfacción plena de las necesidades humanas y la supervivencia de la vida orgánica en la tierra? O… ¿Estaremos condenados a repetir experiencias de civilizaciones que agotaron sus recursos y desaparecieron de la faz de la tierra como sociedades específicas?
Hace pocos días en la presentación del libro “¿Economistas o criminales?” del joven profesor universitario colombiano Renán Vega Cantor, se planteaba que una de las falacias de los teóricos del neoliberalismo se basa en la certeza de que los recursos aprovechables por el ser humano son inagotables, infinitos, sin límite. Que el agotamiento de los recursos terrestres según ellos no era un problema: los substituirían con los de Marte u otro planeta.
¿Qué pensamos los revolucionarios sobre este tema? Por lo que hemos observado hay tres tendencias reconocidas:
Una, acepta que los recursos de la naturaleza son infinitos. Los límites están en nuestras capacidades para explotarlos. La causa principal de esa limitación está en la economía crematística que lleva a la irracionalidad del sistema productivo y a la depredación insensata de la naturaleza. De acuerdo a este pensamiento, si la sociedad “se conquista a sí misma” se abrirá a posibilidades inimaginadas en cuanto al aprovechamiento de esos recursos y al desarrollo de sus inmensas capacidades. Le llamo la posición “optimista”.
La otra posición o tendencia se plantea el problema en el terreno de cuestionar el paradigma del desarrollo y el crecimiento. Nos dice: “Conformémonos con lo que somos y tenemos”. Es la filosofía del “Buen vivir”, elaborada a partir de lecturas parciales de las teorías de la “Decolonialidad del poder”. Su planteamiento principal es que no podemos “jugar a ser dioses” y que la naturaleza – el “Pachamama” –, nos castigará por violentar sus leyes y traspasar los límites. Le llamo la actitud naturalista y ambientalista.
Una tercera posición se plantea dentro del campo del pragmatismo. Como no hemos podido derrotar el capitalismo ni construir la sociedad socialista y/o comunista, es necesario – para preservar la existencia de la vida humana en la tierra – impulsar políticas y acciones dirigidas al “decrecimiento” de las áreas productivas más dañinas a fin de mantenernos dentro de los límites que el planeta tierra nos impone, y paralelamente ir construyendo alternativas hacia el futuro.
Dichas posiciones no son absolutamente contradictorias. Surgen de contextos y miradas diversas. Existen multiplicidad de variantes o combinaciones que van desde los optimistas radicales o “esotéricos cósmicos” hasta los pesimistas obsesivos o “fatalistas apocalípticos” que ya deben estar en el centro de la Amazonía o en algún otro lugar inaccesible esperando el fin del mundo. Entre los neoliberales y creyentes religiosos también existen múltiples variantes.
Posición revolucionaria “clásica”
Si la riqueza social (conocimiento, tecnología, producción), que actualmente crea la humanidad se dedicara a fortalecer las capacidades humanas – no de una minoría sino de todos los seres humanos –, la liberación de creatividad nos proyectaría hacia la generación y utilización de nuevas y poderosas fuentes de energía que podrían satisfacer las necesidades vitales de toda la población y promoverían la exploración, el conocimiento y el uso racional de los inmensos recursos que existen en el planeta y en el universo.
Es cierto que los recursos existentes en la tierra son limitados. Son insuficientes – en lo fundamental –, debido a la cultura irracional que nos ha impuesto el sistema capitalista. Un solo ejemplo sirve de demostración: los cereales que produce la humanidad son suficientes para alimentar diez (10) veces a toda la población mundial en un año. El problema consiste en que el 90% de la producción cerealística se utiliza para alimentar a miles de millones de animales bovinos, porcinos, ovinos, caballares, aves y demás, que satisfacen la necesidad de productos cárnicos de sólo el 10% de los humanos. Es un extremo de absurda inequidad y desperdicio.
Igual pasa con los recursos energéticos no alimentarios. Si la humanidad se “conquistara” a sí misma, superando la organización social existente que estimula el poder de la fuerza (ley animal), la utilización de fuentes de energía fósil (carbón, petróleo), y la economía crematística basada en la apropiación monopólica y privada del trabajo social, en pocos años se generarían proyectos para explotar fuentes de energía alternativas, no contaminantes, como la geotérmica, eólica, hidráulica, de las mareas, y muchas más aún en experimentación o completamente desconocidas. Es casi seguro que ya existen esas fuentes de energía en laboratorio o a pequeña escala. Sin embargo, los todopoderosos consorcios capitalistas que basan su poder en la industria automovilística, la química del petróleo y la guerra, no están interesados en una revolución cultural y tecnológica que ponga en riesgo sus inmensos monopolios.
Todo apunta a que el entorno de los capitalistas no tiene capacidad de reacción. El tren capitalista rueda sin freno. Si los trabajadores, los pueblos y los sectores democráticos del mundo no reaccionamos a tiempo, el capitalismo nos arrastrará a desastres “naturales”, “ambientales”, nucleares o bélicos que nos colocan en grave riesgo de extinción. La alerta está cantada y las señales en rojo.
Tal situación obliga a los críticos del sistema capitalista a replantear la actitud. Además de denunciar los crímenes del capitalismo y las falacias de los teóricos neoliberales – cuyo mayor crimen es querer justificar lo injustificable –, debemos superar nuestra posición defensiva y defensista. Dicha postura nos han convertido en una especie de “agoreros de la infelicidad”, “futurólogos de la desgracia” o “casandras del apocalipsis”. Esa es la principal razón por la cual nuestro mensaje y acción revolucionaria no es suficientemente efectiva. No tiene – en principio – buen recibo.
Tenemos que reconquistar la esencia de la Utopía. Ninguna revolución puede hacerse mirando hacia atrás. Hay que rescatar la capacidad de soñar despiertos. Los pueblos, los trabajadores y la misma naturaleza nos están pidiendo un cambio de actitud. No les dejemos el campo abierto a los propagandistas del capitalismo. Tampoco les ayudemos a los sumos sacerdotes de las religiones punitivas que predican el castigo divino usando el miedo al futuro. Recuperemos la iniciativa revolucionaria.
Es obligatorio retomar el camino que nos dejó trazado el “viejo moro”. Claro, caminando con nuestros propios pies y descubriendo con ojos universales. Hay que hacerlo – ahora – no sólo con la razón y la conciencia sino con el corazón y el sentimiento. ¿Es posible?
La forma de llegar a una utopía debía comenzar con un cambio en la educación y anulación de las democracias despóticas y sin control que tenemos. Hoy he escrito un poco con humor de una utopía imaginaria en EL EXPLORADOR DE ISLAS
ResponderEliminarhttp://www.hombredeapie.com/?p=1102