ENTRE LA GUERRA Y LA PAZ
Popayán,
7 de febrero de 2013
Es evidente
que los diálogos entre la guerrilla de las FARC y el gobierno de Santos han
entrado en una especie de embudo negativo. Tiene que ver con la contradicción
que existe en la vida real entre un conflicto que se escala y se agudiza, y una
mesa de conversaciones que intenta lenta y pausadamente conciliar posiciones
encontradas.
El
planteamiento de que sólo hasta que se lleguen a concertar la totalidad de los
acuerdos para el fin del conflicto se puede hablar de cese de fuegos u otros
pasos hacia la aclimatación de la Paz, se contrasta con la cruda y discordante
realidad que consiste en que la escalada del conflicto coloca a la opinión
pública – como está sucediendo – en contra del proceso de conversación y
búsqueda de acuerdos.
Esa
contradicción puede llegar a extremos y debe alertarnos. Consiste en que por
más que se logren acuerdos importantes al interior de la mesa, a la hora de
refrendar los pactos estos encuentren un clima de resistencia tan grande que – ya
sea por el mecanismo que sea, referendo, consulta popular, asamblea
constituyente o constitucional – el pueblo colombiano se exprese en contra de
lo acordado.
Por ello la
dirigencia de la insurgencia – si en verdad quiere colocarse a la cabeza de la
lucha por la Paz – debe, no solo tratar de entender a su contraparte en la
mesa, ubicar claramente sus intereses e intenciones, comprender su enorme
debilidad política frente al proceso, sino ponerse por encima de esas
circunstancias asumiendo los riesgos de ganarse a la mayoría de los colombianos
usando creativas y originales herramientas políticas.
Ya sabemos
que agudizar y escalar el conflicto no es la salida más recomendable. Ello sólo
fortalece a Uribe y debilita la precaria posición “conciliadora” de Santos, o
lo que es lo mismo, fortalece la posición guerrerista que todavía se percibe en
el establecimiento en general y que influye considerablemente en la opinión
pública.
Le ha
llegado la hora a la insurgencia de reafirmar su vocación pacifista, de hacer
mayores sacrificios en ese sentido. El cese unilateral de fuegos – ya utilizado
recientemente – debe ser una herramienta política. Así mismo, diversos
mecanismos para regularizar el conflicto deben ser puestos en práctica de
manera unilateral, así se constituyan en relativas ventajas militares para el
ejército oficial.
Es la única
manera – práctica y concreta – que tiene la insurgencia de ponerse a la altura
de los acontecimientos que vive América Latina. Es la única forma de colocarse,
políticamente, a la cabeza de la lucha por la Paz y la Democracia en Colombia.
Sólo
recurriendo a herramientas políticas, sólo asumiendo consistentes actitudes
políticas, es como las FARC va a contribuir con el desarrollo de un gran
movimiento de masas en Colombia que se coloque la suprema tarea de conquistar
la Reconciliación y la Paz.
Pedirle a la
contraparte que actúe de la misma manera es idealismo. Partimos de observar a
una burguesía financiera internacionalizada (transnacionalizada) que sólo
recientemente empieza a tomar conciencia de sus posibilidades en el marco de
una Latinoamérica en proceso creciente de unificación. Somos conscientes de que
es una burguesía débil políticamente aunque – económicamente – ya ha
subordinado al latifundismo ganadero.
Por ello no
debe sorprendernos que el gobierno hable al mismo tiempo de Paz y de guerra;
por ello no debe impresionarnos que sea incapaz de declarar un cese bilateral
de fuegos o siquiera se atreva a concertar una regularización del conflicto; por
ello no debe asustarnos con sus continuas vacilaciones. Tiene tras de sí a la
rancia oligarquía terrateniente que cuenta todavía con una gran influencia en
la cúpula del ejército, de un ejército antinacional y entreguista de nuestra
soberanía, y de unos medios de comunicación que hacen eco interesado y negativo
de cualquier acción militar que emprenda la insurgencia.
Por parte de
las organizaciones sociales y políticas que están por construir Paz con
justicia social, debemos entender que lo que ocurra con el proceso de diálogos
en La Habana y todo lo que tiene que ver con el conflicto armado, está en el
centro de esa lucha, y que por tanto, debemos presionar consistente y
permanentemente a todos los actores del conflicto para que no sólo avancen las
conversaciones por buen rumbo sino que consigamos – entre todos – crear un
clima de confianza, credibilidad y seguridad en el proceso, que haga posible la
reconciliación pronta y duradera entre los colombianos.
De no
crearse ese clima, de no mostrar riesgos y arrojos para conseguir la superación
del conflicto armado y por ende, de no encontrar formas creativas para
transitar por caminos de Paz y Reconciliación, seguro vamos a enfrentar otras
cuantas décadas de violencia fratricida que impiden – como lo han impedido – el
tránsito de nuestra Colombia hacia una democracia plena y a una vida en
plenitud.
Entre la
guerra y la Paz vivimos a diario. Que ceda la guerra y crezca la Paz. Es lo que
necesitamos con urgencia.