viernes, 6 de marzo de 2015

LAS CICLOVÍAS BOGOTANAS: UN PROCOMÚN COLABORATIVO EN CONSTRUCCIÓN

El papel del Estado… ¿hasta dónde intervenir?

LAS CICLOVÍAS BOGOTANAS: UN PROCOMUN COLABORATIVO EN CONSTRUCCIÓN

Bogotá, 6 de marzo de 2015

Uno de los temas más importantes en el debate político actual – no sólo en Colombia sino a nivel mundial –, es el que tiene que ver con la función del Estado dentro de la sociedad. Definir el grado, nivel y tipo de intervención en asuntos económicos, sociales y culturales ha sido un problema de talla mayor que sigue siendo motivo de grandes debates.

Trataré de abordar ese debate a partir de un ejemplo concreto: las ciclovías de Bogotá. El objetivo es aportar a la construcción de la visión programática del Nuevo Proyecto Político, dado que es un tema de fuerte discusión que requerirá de serios estudios y análisis profundos para dilucidar y decidir el asunto.

Las ciclovías bogotanas 

Da gusto ver cómo cientos de miles de bogotanos todos los domingos se toman las calles designadas por el Distrito para ser utilizadas como ciclovías. Salen a caminar, trotar, patinar, montar en cicla o triciclo, desplazarse en sillas de ruedas o en cuanto aparato se inventan, para gozarse ese día de asueto. Es una verdadera fiesta de integración ciudadana. Personas de la tercera edad, “viejos otoñales” pero jóvenes de espíritu, se colocan sudaderas y patines “en línea”, y salen a competir con jóvenes, niños y adultos, o simplemente a “hacerse ver”.

Mujeres de múltiples edades, estratos sociales, hermosas y bellas, altas o bajitas, esbeltas o gruesas, desfilan por esa enorme pasarela que atraviesa la ciudad, en una especie de rito o ceremonia de culto al cuerpo, al deporte, a la vida sana o simplemente para sentir el aire bogotano sobre sus caras. Es disfrutar la libertad de ser “uno más” en ese rio humano que se forma por las calles cada fin de semana. Hombres de diversas características, etnias, culturas, edades, pobres y ricos, trabajadores y empleadores, desempleados o ejecutivos estresados por su actividad empresarial, sudan la camiseta para “sacarse malos humores” o para atacar ansiedades y angustias acumuladas durante la semana.

Marchan por las ciclovías bogotanas gentes felices formando una masa amorfa de espíritu y energía social. Cada uno en su individualidad y particularidad haciendo parte de un enjambre humano multicolor y versátil. Unos son esnobistas y exhibicionistas, otros pasan por anónimos y, unos más, casi invisibles. Todos se entrecruzan, van en una u otra dirección, pero participan de un movimiento energético impresionante. Se conjuga deporte, entretenimiento, diversión y fiesta. Alegres, relajados, realizados y contentos de sentirse identificados en el esparcimiento sano. Es, indudablemente, un espacio y momento de inclusión social, de integración colectiva, de auto-reconocimiento.

Pero lo más interesante es que van apareciendo normas de comportamiento construidas por la misma gente. Si desfilan con animales o mascotas, recogen discretamente sus deposiciones. Se respetan las normas de tránsito y se procura mantener un “orden dentro del desorden”. Surgen lazos de solidaridad con los más débiles, ancianos y niños. Si alguien se marea o desmaya todo el mundo se preocupa y ayuda. Se defiende el espacio público y por ello aparecen normas de comportamiento que se sostienen, mantienen y perfeccionan con base en el control social. Es una creación colectiva permanente, casi espontánea, que aparece por necesidad, que se renueva y recrea cada domingo.

En la práctica va apareciendo un “Pro-común Colaborativo”[1] que va reemplazando al Estado delegatario. La verdadera y creativa participación ciudadana y comunitaria empieza tener vida propia. La auto-regulación y la cultura ciudadana van haciendo inocua la intervención del Estado. “Ya no se necesitan tantos policías” dice la gente. Rara vez se presenta un robo. Se aprende a respetar y a convivir en colectivo. Además, las ciclovías bogotanas son un campo para el desarrollo de la economía popular. Mucha gente obtiene ingresos de la venta y comercio de variadas mercancías, productos y servicios. Es una experiencia de la cual aprender y “extrapolar” hacia otras áreas de la vida social.

El papel del Estado    

¿Qué hizo el Estado en este caso? Puso a disposición de la población un bien público: las calles pavimentadas y vigiladas. Esas vías, durante el resto de días – lunes a sábado –, se convierten en propiedad “casi” privada de los dueños y usuarios de vehículos, que en gran medida se apoderan  de ese bien público. El transeúnte queda relegado durante esos días a atravesar esas avenidas en medio de esa atronadora, desafiante y atemorizante avalancha  de metal y combustible, subiendo puentes elevados o caminando por las áreas destinadas a transitar cuando el semáforo lo señala, las llamadas “cebras”. El automóvil es durante casi toda la semana el amo, el dueño y señor de la vía, y el transeúnte queda a expensas de ese tremendo poder.

El Distrito Capital aprobó y reglamentó ese derecho desde 1974. Colocó la infraestructura, las reglas y las condiciones para que cualquier persona se apropie de ese espacio y lo haga suyo. Esa misma acción podría hacerse en todos los campos de la vida económica, social y cultural. Si se le generan condiciones a la gente, ésta responde en forma creativa y dinámica. Claro está que mucha gente no usa ese espacio – ciclovías – por pereza, ignorancia o por que físicamente no puede, tiene que trabajar, está enferma, no tiene asegurada la comida u otras causas. El Estado debe investigar esas causas y ayudar – de alguna manera – a que la mayoría de la gente lo haga, disfrute de ese derecho y beneficie sin ningún costo su salud física y mental. Es un aporte a la economía y el bienestar social.

En el caso de la producción hay ejemplos en Colombia y en el mundo de que el Estado puede promover con subsidios indirectos, crédito barato y oportuno, precios de sustentación y otros estímulos no paternalistas ni asistencialistas, para que la población organice empresas o negocios – individuales o colectivos; privados, cooperativos o mixtos – para producir bienes o servicios y así generar empleos y garantizar sus ingresos. Para ello se requiere combatir los monopolios y oligopolios que son obstáculos que impiden el desarrollo de economías de equivalencias y otras formas de democratización de los procesos productivos. 

La izquierda “estatista” no ha evaluado los errores cometidos en el siglo XX y pareciera tropezar con la misma piedra. La estatización de la vida económica es un fracaso. La planificación estatal es necesaria pero no puede ser absoluta. Ahora hay mejores condiciones (comunicaciones, informática, internet) para planificar pero no se requiere de la intervención directa del Estado en todos los campos de la economía. A medida que la sociedad vaya construyendo “procomunes colaborativos” en nuevos espacios de la economía, el gran capital tendrá que ceder espacios. Es la lucha que ya se está llevando a cabo en todo el mundo.

En Colombia ya existen “procomunes colaborativos” de hecho. Cooperativas, asociaciones, ligas de usuarios, mingas, trabajos comunitarios, redes o cadenas de personas que se hacen préstamos de dinero sin ningún interés, están surgiendo por doquier, así como a nivel mundial el “Internet de las Cosas” (IdC)[2] va creando un nuevo tipo de economía que indudablemente requiere de que las mayorías se apropien del Estado, lo modifiquen con procesos de democracia directa, y derroten los intereses mezquinos del gran capital financiero que lo domina todo y subordina los intereses de la sociedad a la obtención de riqueza para unos pocos potentados.

Un Nuevo Proyecto Político necesita de nuevos enfoques para resolver los problemas álgidos de gobernanza y la administración de los bienes comunes. El agua, la energía, el aire, el espacio público, la salud, la educación, la protección del medio ambiente, el transporte y la movilidad, hacen parte de los “bienes comunes”. Habrá que luchar para que el Estado intervenga en esos terrenos garantizando universalidad, gratuidad para los sectores menos favorecidos, buena calidad en la prestación de los servicios, oportunidad y acceso general, respeto a los derechos de los trabajadores y tarifas proporcionales a los ingresos de la población.   

Está demostrado que el “libre mercado” no existe. La ley de la oferta y la demanda siempre beneficia al más fuerte. Pero la intervención absoluta del Estado tampoco resuelve los problemas. Se requiere mayor creatividad para enfrentar los retos del futuro. La iniciativa individual y colectiva exige libertad y motivación. Allí cabría la frase que muchos le achacan a Dios: “Ayúdate que yo te ayudaré”. El Estado en manos de las mayorías debe ofrecer las condiciones para que las gentes en libertad, desarrollen toda su creatividad para construir procesos económicos, sociales y culturales que vayan ganándole espacio a la racionalidad capitalista y, simultáneamente, construyan niveles crecientes de equidad, igualdad, solidaridad y bienestar colectivo. Si nos lo proponemos… lo haremos.        



[1] El “procomún” (traducción al castellano del “commons” anglosajón), es un modelo de gobernanza para el bien común. La manera de producir y gestionar en comunidad bienes y recursos, tangibles e intangibles, que nos pertenecen a todos, o mejor, que no pertenecen a nadie. Un antiguo concepto jurídico-filosófico, que en los últimos años ha vuelto a coger vigencia y repercusión pública, gracias al software libre y al movimiento open source o al premio Nobel de Economía concedido a Elinor Ostrom en 2009, por sus aportaciones al gobierno de los bienes comunes.

[2] Jeremy Rifkin. “La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo”: http://bit.ly/1BfVgsi

No hay comentarios:

Publicar un comentario