viernes, 24 de febrero de 2012

POR NUEVAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO

Necesidad de una corriente de pensamiento sistémico, internacionalista, proletario y post-capitalista

POR NUEVAS CORRIENTES DE PENSAMIENTO

La necesidad

La crisis profunda del capitalismo ha creado la necesidad de nuevas corrientes de pensamiento. Desde Fidel Castro hasta reconocidos y numerosos teóricos impulsan la “batalla de ideas”, reclaman el debate ideológico, insisten sobre la necesidad de actualizar la teoría a las condiciones actuales del mundo. El pensamiento revolucionario debe responder al insurgir revolucionario de los pueblos y de los trabajadores.

La decadencia del imperio occidental (euro-estadounidense-japonés-sionista), la hecatombe climática que ya provoca enormes tragedias medio-ambientales, el derrumbe moral de los opresores que alienta el despertar espiritual de la juventud planetaria, han creado la necesidad perentoria y urgente de revolucionarizar el pensamiento y la acción de la humanidad.

Se puede afirmar que esas corrientes ya existen. Hay que unificarlas, organizarlas, hacerlas más visibles, potenciarlas, integrarlas a la acción revolucionaria. Sólo se requiere voluntad.

¿Por qué corriente?

Uno de los principales problemas identificados desde la época de Marx y Engels es el “sectarismo”[1] que se contraponía a la acción amplia y contundente de los trabajadores. “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”, era la frase central del 1ª Internacional, asunto que se olvidó en el camino. Las organizaciones, partidos, vanguardias y sectas se atribuyeron la tarea de “liberar a los pueblos”. Estos fueron suplantados[2].

Las corrientes de pensamiento tienen como principal objetivo llegar con ideas elaboradas a los movimientos de las masas, a la mente de sus dirigentes, a fin de motivarlos en una u otra dirección con absoluta libertad, confiando en la correspondencia entre la realidad de los pueblos, las necesidades de los trabajadores, y la validez de la elaboración teórica.

Sólo así romperemos los lazos que nos atan al pasado. Sólo de esa manera quebrantaremos esquemas, retomaremos la creatividad y la efectiva acción transformadora. Sólo en libertad, las ideas que se construyan serán puestas a prueba por la praxis revolucionaria de los pueblos y de los trabajadores, retroalimentando la corriente de pensamiento con nuevos retos e interrogantes.

¿Por qué sistémico?

La separación absoluta entre teoría y práctica estaba sustentada filosóficamente en la contradicción entre unidad y lucha. Las bases de la dialéctica materialista planteadas por Marx y Engels como fruto de su trabajo de síntesis del pensamiento más avanzado hasta su época – a pesar de los desarrollos realizados por sus continuadores – fueron sustituidas por un pensamiento esquemático, petrificado, no dialéctico, materialista mecanicista, que no nos ha permitido asimilar los enormes avances de la ciencia producidos durante el siglo XX y principios del XXI.

Hoy la dualidad cuerpo-mente, materia-energía, lucha-unidad, particularidad-totalidad, partícula-onda, ha empezado a ser entendida de una forma plenamente dialéctica, en permanente transformación y movimiento, en diferentes dimensiones, como un “sistema”, tarea que está por ser desarrollada por los revolucionarios del siglo XXI. A eso nos referimos cuando reclamamos lo “sistémico”.

¿Por qué internacionalista?

Desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX el capitalismo asumió la figura de imperialismo. No era sólo una nueva forma de colonialismo, era una nueva modalidad de capitalismo. Hoy, la realidad nos indica que hemos entrado en una fase de regresión tan enorme, que para tratar de sostener su sistema las potencias imperio-capitalistas se han impuesto la tarea de destruir riqueza. Algunos le llaman “capitalismo senil”, otros “sistema-mundo-capitalista” en declive o en auto-destrucción.

Durante todo el siglo XX, una interpretación nacionalista del imperialismo le dio vida a un “nacionalismo-socialista” que asumió formas de derecha y de izquierda. Los análisis de clase fueron sustituidos por análisis geo-políticos en donde el interés nacional se puso por encima de los intereses de los trabajadores y de la humanidad. Las revoluciones árabes que se iniciaron en 2011, el movimiento de los “indignados” españoles y de los “ocupas” estadounidenses, sacaron a la luz esa contradicción.

Hoy se requiere una re-interpretación del imperialismo y del capitalismo parasitario en crisis sistémica o en fase de decadencia especulativa y autodestructiva. Los análisis geopolíticos que dividen a las potencias capitalistas entre buenos y malos, a autócratas y dictadores entre aceptables o rechazables – de acuerdo al interés geo-estratégico de quien los hace –, ya no les sirven a los pueblos, a los trabajadores ni a la humanidad.

Se necesita con urgencia un re-enfoque de “lo nacional”. Un teórico marxista colombiano decía: “Nuestra revolución es nacional en la forma e internacionalista en el contenido”[3]. Pensamientos y prácticas de ese tipo se necesitan en el ámbito de la revolución para poder responder a los retos que la misma lucha de los trabajadores y de los pueblos nos exige.

¿Por qué proletario?

Porque el proletariado ha renacido de las cenizas en que la burguesía y los “nacionalistas” lo habían querido enterrar. Los trabajadores informalizados por la reestructuración post-fordista, los “precariados”, el “cognitariado”, los obreros que sufren condiciones precarizadas de trabajo, y millones de pequeños y medianos productores – que fungen como “empresarios” – han empezado a entender que son trabajadores, que su lugar en la producción es subordinada, que sus ingresos son iguales o peores que los de los “trabajadores centralizados”. Éstos son aquellos que el sistema necesita para realizar el montaje final de las partes y sub-partes que se producen en un sistema capitalista dislocado, deslocalizado, transectorizado, descentralizado y desconcentrado, que hoy sólo sirve para sobre-explotar y dispersar a los trabajadores por todos los rincones del orbe.

Hoy ese proletariado informalizado está compuesto, por un lado por cientos de miles de trabajadores profesionales y técnicos de gran capacidad y especialización, y por el otro, por cientos de millones de obreros y desempleados que se mueven en la informalidad más aberrante, que trabajan y subsisten en condiciones de miseria y pauperización crecientes, que son las que han alimentado el fuego de la revolución del siglo XXI.

Porque el “viejo topo” ha vuelto a cavar desde los socavones y áreas desoladas de la moderna minería, desde los latifundios productores de materias primas para los agro-combustibles, desde las calles y mercados informales de las metrópolis de todo el mundo, pero también desde las micro-empresas regadas por todo el planeta y desde las más sofisticadas oficinas del sistema financiero; porque el proletariado ahora reaparece más fortalecido que nunca a reclamar su lugar en la tierra, es porque nos reclamamos con espíritu proletario.

¿Por qué post-capitalista?

Porque en la cúspide del desarrollo capitalista y el inicio del camino hacia la destrucción del eco-sistema planetario, está demostrado que la humanidad ya ha conseguido construir las fuerzas productivas necesarias para vivir con bienestar, con abundancia de bienes y servicios necesarios para co-existir con la naturaleza, y que sólo se requiere una nueva forma de organización social que nos permita compartir con equidad esos fabulosos logros humanos.

Mientras el capitalismo se esforzaba por llevarnos a la crisis sistémica de la economía especulativa parasitaria, por otro lado, casi imperceptiblemente lo más avanzado de la humanidad ha ido creando teorías y prácticas que sustentan la posibilidad real del disfrute en común de los bienes que nos ofrece la naturaleza o de aquellos que con nuestra creatividad hemos producido.

La apropiación colectiva de los medios de producción empezó oficialmente en el siglo XIX con el “asalto al cielo” de los obreros parisinos (1871), y fue continuada por los esfuerzos de los obreros rusos y los pueblos de todos los continentes durante el siglo XX, pero esa apropiación comunal ya había sido un invento de los humanos en su proceso de superar el reino de la necesidad. El problema fue que estuvimos perdidos de esa meta durante varios milenios, pero finalmente se están dando las condiciones para superar esa fase y pasar al reino de la libertad.

Durante las últimas décadas han aparecido prácticas y teorías que sustentan científicamente la validez por un lado de la democracia participativa como forma de organización del auto-gobierno, y por el otro de una economía de equivalencias que nos permita superar la fase de la economía crematística.[4]

El método de la corriente

No es otro que juntarnos. Con humildad y sin petulancia. Sabiendo que todos debemos aprender, no sólo de lo que saben y practican los demás sino de lo que está por ser descubierto. Cada uno de los puntos planteados exige desarrollo, precisión, fundamentación. La corriente sólo es compartir lo que estemos produciendo, apoyarnos mutuamente, ser solidarios y colaboradores, actuar tal como queremos que actúe la sociedad.

Es claro que la corriente de pensamiento puede agotarse en debates y escritos. Sin embargo, debemos confiar en el valor de la idea. La frase de Kurt Lewin “No hay nada más práctico que una buena teoría” debe ser retomada en toda su dimensión y puesta al servicio de la tarea más importante que existe en el momento que es la de “clarificar las ideas”.

Lo demás, ya vendrá. Por añadidura.



[1]Marx, Karl. Las pretendidas escisiones en la Internacional. Ginebra, 1872

[2] Lo mismo ocurrió con las religiones, las sectas se apropiaron del espíritu y de la verdad. Ésta situación está siendo enfrentada desde el seno mismo de las religiones por teóricos – entre otros – como Deepak Chopra o el Rabbí Laibl Wolf.

[3] Francisco Mosquera. “Lecciones de táctica”. Ediciones Tribuna Roja. Bogotá, julio de 1997

[4] Entre otros aportes destacamos los esfuerzos de teóricos como los de la Escuela de Bremen y de Escocia encabezados por Paul Cockshott, Allin Cottrell, Heinz Dieterich y otros investigadores, con su trabajo sobre “Economía de Equivalencias”, y los de Elinor Ostrom, premio nobel de economía de 2008 con sus estudios sobre “Gobierno de los Bienes Comunes”.

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